Tortura y miedo en la dictadura

Durante la dictadura de Alfredo Stroessner, el miedo era la segunda piel del paraguayo, dice el Dr. Martín Almada. Distintos eran los métodos de tortura que hicieron que el terror se apodere de la población.

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El sistema stronista se consolidó en base a la tortura, que podía ser física o psíquica, cuenta el Dr. Martín Almada, pedagogo y defensor de derechos humanos.

Víctima de la dictadura, el Dr. Almada comentó que los torturadores sabían perfectamente qué lugares del cuerpo agredir, utilizando preferentemente la picana eléctrica.

Otras técnicas recurrentes eran los golpes en la cabeza, el cuerpo y el llamado “submarino”, método que consistía en sumergir a los presos en una pileta llena de agua, materia fecal y orín.

Entre las opciones de tortura, también se incluyó el que funcionaba con una potente luz, con la que literalmente se quemaban los ojos de las víctimas. “Era una máquina, un foco enorme, con una pantalla enorme, para quemar los ojos”, recuerda el entrevistado.

Además de los ojos, también atacaban la cabeza, los pies, la espalda y arrancaban las uñas. A las mujeres las golpeaban en las vaginas y a los hombres en los testículos. También se usaban en esas zonas las picanas eléctricas. Para los pies preferían los palos.

Almada recuerda que cada instrumento de tortura tenía un nombre; por lo general, bastante peculiar. “Por ejemplo, para arrancarte la piel tenían lo que se llamaba ‘Constitución Nacional’. Otro nombre era ‘la paraguayita’, con golpes en el testículo o la vagina; y también utilizaban un sistema llamado ‘pentotal’ o el ‘suero de la verdad’. Aplicaban a las víctimas una especie de inyección, para que hablen, para que declaren”, dijo Almada.

La mayoría de las veces, los torturadores estaban borrachos, señaló.

Varios podían ser los objetivos de las torturas, indica el defensor de los derechos humanos. El primero de ellos, arrancar confesiones. Otro objetivo, “hacer promociones”. Almada ejemplifica: “En mi caso personal, yo era en aquel momento dirigente del magisterio, y pedía aumento de sueldo y vivienda digna. Entonces nosotros pedimos un aumento del 50% y me tomaron a mí y me torturaron; a los otros maestros les decían que no hay que pedir aumento de sueldo”.

La tortura, en muchos casos, era psíquica. “Uno, estando adentro, entraba a la sala y no sabía en qué momento le iba a tocar. Y, en mi caso personal, le llamaban a mi esposa y le hacían escuchar por teléfono mi tortura, mi gemido. Y, después de 10 días, a la medianoche, le llamaban a mi esposa y le decían que ‘murió el educador subversivo, vengan a llevar su cadáver’. Ella murió de un infarto, como consecuencia de la noticia de que yo había fallecido”.

Los encargados de ejecutar las torturas recibían preparación para mejorar su desempeño y sus técnicas.

Los principales centros de la desgracia, como dice Almada, se concentraban en la Escuela de las Américas, en Asunción; en el SIDE, de Buenos Aires, Argentina; y en Manaus, Brasil. También participaban de un centro de tortura de “Batallón de la Selva”, recuerda Almada. “Aprendían de Argentina, de Brasil y de los Estados Unidos”, agrega.

En el país, eran sedes de torturas la del Departamento de Investigaciones de la Policía; Delitos y Vigilancia, así como las Comisaría 3ª y 6ª. “Prácticamente en todas las comisarias del país y en todas las delegaciones del gobierno se torturaba; entonces el país era una cárcel y un centro de torturas”.

Los militares constitucionalistas en contra del sistema y en búsqueda de la democracia eran enviados, castigados, hasta Peña Hermosa.

El Dr. Martín Almada recuerda un 8 de diciembre, cuando el dictador Stroessner fue hasta Caacupé para las celebraciones religiosas. En la oportunidad, asistió a la misa, mientras que –a cuatro cuadras de allí– sus oficiales realizaban torturas en la escuela Teniente Fariña.

“Stroessner hacía saber que torturaba para que la gente tenga miedo, porque el miedo era la segunda piel del paraguayo. El miedo entró hasta el caracú”, reflexionó finalmente.

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