“El Espinazo del Diablo”: ¿qué es un fantasma?

En 2001, Guillermo del Toro exploró por primera vez y de forma fascinante a los fantasmas y cómo esa palabra puede describir a vivos y muertos por igual.

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“¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizá algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”.

Con esas poéticas palabras comienza el filme de 2001 El Espinazo del Diablo, en que el realizador mexicano Guillermo del Toro explora no tanto a la entidad sobrenatural que suspira en la oscuridad, eternamente flotando, sino las relaciones de un grupo de personas que están similarmente atrapadas en el espacio y el tiempo, presentando la historia de una forma que deja claro que no hay gran diferencia entre el fantasma de la película y los niños y adultos que aún respiran en ella: al final, según esa declaración inicial, todos son fantasmas.

La película trascurre en España en 1939, cuando el país ibérico se hallaba hundido en una guerra civil que acabaría estableciendo en el poder al dictador fascista Francisco Franco. Es un período de la historia española que Del Toro volvería a visitar en su filme de 2006 El Laberinto del Fauno, pero a diferencia de esa película en la que da a la sangrienta violencia del fascismo el protagonismo, en El Espinazo la guerra es un personaje secundario, que somete a los protagonistas a su influencia pero nunca golpea directamente, sino que se limita a hacer obvia su ominosa predominancia en la ausencia de padres y la amenazante presencia de una bomba sin explotar en el patio de un orfanato.

Este orfanato es el centro del filme, donde el pequeño Carlos (Fernando Tielve) es dejado por amigos de su padre, un luchador de la facción republicana de la guerra, los oponentes de los nacionalistas de Franco. El orfanato es dirigido por Carmen (Marisa Paredes), esposa de un líder republicano fallecido, y por un médico argentino llamado Casares (Federico Luppi).

Del Toro y sus guionistas tejen una enmarañada red de relaciones entre sus personajes, el pasado y su entorno, y nunca deja que la película se convierta en una historia de terror tradicional, sino que se enfoca en hacer un drama que explora esas relaciones. El amor no correspondido de Casares por Carmen, la ambición del cuidador del orfanato Jacinto (Eduardo Noriega), los vínculos de Carmen con los republicanos y varios otros hilos narrativos se entretejen con el misterio de “el que suspira”.

Como película de terror probablemente decepcione a quienes busquen algo más en la línea de los thrillers característicos del género. Hay escenas aterradoras, lógicamente, pero son pocas y están muy dispersas en la película. Del Toro está menos interesado en mostrarnos el fantasma y mucho más en responder esa pregunta postulada al principio. Eventualmente, el fantasma deja de ser lo más aterrador de la película.

Como un insecto atrapado en ámbar, los protagonistas del filme están atrapados en su pequeño pedazo de purgatorio figurativo, el orfanato en pleno desierto, a un día de camino del pueblo más cercano; el desierto es el ámbar, y aún más allá de ese desierto está la guerra y un destino casi seguramente cruel para quienes son, como lo pone Carmen, “rojos cuidando hijos de rojos”.

Distraídos por sus problemas económicos, logísticos y políticos, los adultos ni siquiera perciben al fantasma como lo hacen los niños. Es desde la perspectiva de Carlos que lo vemos por primera vez cuando este llega al orfanato, aunque el protagonista no le da mucha importancia en ese momento; es solo un niño más en un orfanato, mirándolo desde el umbral de una puerta. Solo en encuentros posteriores se da cuenta de que tiene una palidez de muerte, y un chorro de sangre emana perpetuamente de una terrible herida en su cabeza, flotando como si estuviera bajo el agua.

“El que suspira” es la representación visual de esa hipótesis de qué es un fantasma – y como una de las grandes fortalezas de Del Toro es su manejo de lo visual, la imagen del fantasma y su herida sangrante es inmediatamente icónica -, pero es fascinante ver como toda la película parte de aquellas primeras líneas, de principio a fin.

Un fantasma es un evento terrible condenado a repetirse, y no sorprende que el destino final del que eventualmente es revelado como el culpable de la existencia de “el que suspira” no es muy diferente al de su víctima.

El Espinazo del Diablo es un tipo muy raro de filme de terror, uno que nunca tiene como prioridad asustar a su público. Quiere hablar con él, y quiere que sintamos empatía por sus protagonistas a un nivel más profundo que el simple instinto básico del miedo.

Si La Cumbre Escarlata, la primera película sobre fantasmas que Del Toro hace desde 2001 y que se estrena este viernes, es similar a El Espinazo del Diablo – y realmente resulta difícil pensar que no lo va a ser –, nos espera una película fascinante.

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