Marie Kondo, gurú del orden, llega a la TV para ayudarte

La entropía, esa consecuencia desagradable del consumismo, ha sido un tema de la telerrealidad casi desde el nacimiento del género.

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Desde Clean House hasta Hoarding: Buried Alive, hemos visto lo patológica que puede ser nuestra relación con las cosas y lo incapaces que muchos de nosotros somos a la hora de desenterrar lo que hay debajo de todos esos objetos. Los programas para eliminar todo lo que ya no necesitamos de nuestro hogar ahora tienen una estructura narrativa tan rigurosa como el viaje del héroe o un soneto de Petrarca. En ellos ordenar un lugar se vuelve una misión y la casa organizada se convierte en un símbolo de nuestro yo renacido.

Es un formato maravillosamente adecuado a los métodos animistas de Marie Kondo, la experta japonesa en el orden que le enseñó al mundo a despedirse de los calcetines con un principio novedoso de organización: si tus pertenencias no te causan alegría, agradéceles por su servicio y sácalas de tu vida.

Su primer libro, La magia del orden, publicado en Estados Unidos en 2014, la convirtió en una superestrella —quizá la primera celebridad de la organización en el mundo— y también en un coloso editorial; con más de 8,5 millones de copias vendidas en más de cuarenta idiomas, sigue siendo un éxito de ventas. Su tercer y más reciente libro es Joy at Work: The Career-Changing Magic of Tidying Up, escrito junto con Scott Sonenshein, profesor de Administración en la Facultad de Negocios de la Universidad de Rice, que será lanzado durante la primavera de 2020.

La editorial Little, Brown adquirió la publicación en una reñida subasta por una cantidad millonaria no revelada, según dijo su agente estadounidense, Neil Gudovitz. (Los ejecutivos de la editorial parecen haberse sentido tan inspirados por su doctrina que le asignaron su propio sello editorial, aunque fue creado antes de esta última adquisición: Little, Brown Spark imprimirá Joy at Work, y otros títulos de salud y estilo de vida).

No se ha revelado cuánto pagó Netflix por ¡A ordenar con Marie Kondo!, el programa en el que Kondo visita los hogares desordenados de una gran variedad de habitantes del sur de California. La serie consta de ocho episodios que están disponibles desde Año Nuevo.

Como una Mary Poppins diminuta y efervescente, Marie Kondo llega acompañada de su intérprete en una camioneta Dodge negra, irradiando buena voluntad y su método mágico, que requiere que los participantes saquen todas sus pertenencias, comenzando con la ropa, y las pongan en una pila gigante. Esa escena —recreada una y otra vez, a pesar del placer menguante del televidente, sobre todo si ves todos los episodios en una sentada— es el eje para que en cada hogar los habitantes se enfrenten a la enormidad de su codicia.

Pero Kondo reparte bendiciones y consejos, sin juzgar. ¿Puedes tratar tus pertenencias con respeto? ¿Puedes ser atento con los objetos y las costumbres extrañas de los demás?

No hay héroes ni villanos de verdad. Tan solo la conciencia de una cultura de consumismo desatada, de vidas bien vividas en casas que en su mayor parte tienen mucho espacio donde guardar cosas, y el reconocimiento nuevo y conflictivo —sobre todo cuando vemos la habilidad con que establecieron su hogar un par de entretenidas parejas gay, una de chicos y otra de chicas— de que una generación de estadounidenses quizá jamás aprendió a cuidar de sí mismos como se debe.

¿A qué nos estamos aferrando? Muchos pantalones de mezclilla desgastados y ganchos en la casa de los Friend, donde un matrimonio con dos niños pequeños sufre la tensión de la incapacidad de Rachel Friend para mantener el orden, a pesar de que la ayuda una empleada a lavar la ropa. Para los Mersier, una familia de cuatro integrantes que se mudó de una casa a un apartamento de dos habitaciones, el problema tiene que ver aún más con el género: Katrina, una estilista, ha internalizado de manera tan profunda la responsabilidad del desorden familiar que el resto de los integrantes no puede encontrar ni los calcetines sin preguntarle dónde están, y ella llora por lo que –según su percepción– es su propia incapacidad como ama de casa.

Es inevitable sorprenderse con estas injusticias hasta que Kondo le muestra a cada hogar que su método de organización no tiene género y es una tarea en la que toda la familia necesita participar, incluso los niños pequeños.

“Cuando doblas la ropa es importante mostrarle tu amor a las prendas desde las palmas de tus manos”, le dice a Rachel y a Kevin mientras les enseña su técnica distintiva para doblar ropa (enrolla rectángulos bien hechos con las prendas y almacénalos de manera vertical).

¿Acaso las hijas pequeñas de Kondo le ayudan a ordenar todo? Desde luego, y vemos cómo lo hacen: dos niñitas regordetas que hábilmente enrollan y almacenan cosas en un espacio prístino y encantador, donde la cámara visita a Kondo en secciones narrativas, aunque admite que sus hijas a veces se rebelan y desorganizan su propio trabajo.

“Las regaño”, dice dulcemente, aunque es difícil imaginar que Kondo, de habla delicado y apariencia angelical, pueda incluso alzar la voz.

En la casa de los Akiyama, un matrimonio desde hace cuatro décadas cuyos hijos ya se fueron, hay habitaciones llenas de decoraciones navideñas, con muchos cascanueces, así como las tarjetas de béisbol de él y la ropa de ella, que sale desbordada de los armarios; muchas de las prendas incluso conservan la etiqueta. Después de tantos años juntos, ya no charlan tanto después de la cena, nos dice Wendy.

En la casa de Frank y Matt, el problema son las hojas con historias de los Power Rangers que escribió Frank, además de otros documentos. Angela y Alishia, unas recién casadas que estrenan hogar, tienen una cantidad sorprendente de zapatos. Margie, cuyo esposo murió de cáncer, debe enfrentarse a su ropa, una presencia poderosa en el armario del hogar que compartían.

Para Margie, el método KonMari, como se le conoce, quizá es lo más tenso; ¿qué objeto de entre las pertenencias de un ser querido no le provocaría alegría? Sin embargo, Margie demuestra que tiene mucha fuerza y con cuidado reúne las cosas de su marido y comienza a acomodarlas, hasta que la cámara, por fin, decorosamente se aleja, dejándola con su auténtico dolor y rompiendo las convenciones incansables de la telerrealidad.

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