“Godzilla”: déjelos pelear

Aunque se queda a una o dos escenas de peleas de monstruos de ser grandiosa, la nueva versión hollywoodense de “Godzilla” es un impresionante espectáculo digno del “Rey de los Monstruos”.

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Unos 60 años después de su primera aparición, Godzilla es uno de esos íconos universales de la cultura pop al que prácticamente todos estuvimos expuestos aunque sea alguna vez en nuestras vidas, de una forma u otra. Una criatura icónica que comenzó como una metáfora de la amenaza nuclear en un Japón donde menos de diez años antes dos ciudades habían sido borradas por bombas atómicas, que luego se convirtió en un heroico defensor de la Tierra y fue balanceándose entre héroe y villano durante decenas de películas.

Uno hubiera pensado que la destrucción masiva y los monstruos gigantes encajarían perfectamente en una producción con los recursos del Hollywood moderno, pero el primer intento de hacer un Godzilla a la americana en 1998 fue un gran fracaso sin mucho en común con la icónica criatura de decenas de producciones de Toho más allá del nombre.

Así que ahora, 16 años después, Hollywood lo intenta de nuevo, con un renovado compromiso de respetar el personaje como fue originalmente concebido. Y en resumidas cuentas, el resultado es bueno. De hecho, queda cerca de ser muy, muy bueno.

En vez de apelar al modelo más longevo de las historias del “Rey de los Monstruos”, en las que el argumento era poco más que una excusa para poner a Godzilla y el monstruo rival de turno en algún centro urbano y ponerlos a darse palizas entre sí, el filme del director Gareth Evans apunta a la sombría seriedad y las metáforas del filme original de 1954.

La historia se inicia en 1999 con un sospechoso accidente en una planta nuclear en Japón... bueno, en realidad comienza días antes con un descubrimiento en Filipinas, en una secuencia que parece un claro homenaje a las escenas de amplios paisajes y helicópteros volando de Parque Jurásico... bueno, cronológicamente hablando comienza con las pruebas nucleares en el Pacífico en los '50, que en realidad no era precisamente pruebas... es complicado.

En resumen, una masiva criatura prehistórica que se alimenta de radiación despierta y amenaza con hundir en caos al mundo, pero esto hace resurgir a otra criatura gigante, ominosamente descrita por los científicos como un “depredador alfa” y “un dios, a efectos prácticos”, que podría ser la única esperanza de la humanidad.

El guión de Max Borenstein está lleno de referencias a la historia de Godzilla e ingeniosas subversiones de la historia del Siglo XX con la mitología del filme incorporada - “No eran pruebas nucleares. Estaban intentando matarlo”- y logra la paradójica hazaña de hacer que su argumento sea al mismo tiempo simple y complejo, ya que en su forma más básica puede ser descrito en una sola oración -un monstruo gigante cazando otros monstruos gigantes y la humanidad tratando de matarlos a todos- pero varias subtramas se cuelgan de esto. Con todo, el filme no llega a sentirse sobrecargado, pero se acerca.

La película dedica una gran cantidad de tiempo -la mayoría del metraje, en realidad- al drama humano, lo que molesta menos de lo que podría parecer, ya que el reparto que ensambló Edwards es de un calibre muy alto. Aaron Taylor-Johnson encabeza interpretando a un soldado experto en explosivos que intenta volver con su familia una vez que el caos se desata, con Elizabeth Olsen como su esposa y figuras de la talla de Bryan Cranston -probando que no necesita ser Walter White para estar excelente-, Ken Watanabe, Juliette Binoche y Sally Hawkins.

Lo único qué lamentar es que decidieron poner al soldado como protagonista principal. No es que Taylor-Jonhson dé una mala actuación, sino que el sargento Ford Brody no es particularmente interesante -de hecho, tuve que buscar su nombre en internet ahora, menos de un día después de haber visto el filme-, y su hilo argumental es el más gastado de todos los que propone el filme, poniéndolo en una lucha por llegar hasta su familia en la misma ciudad donde coindidentemente los tres titanes van a encontrarse. Personajes más interesantes tienen muy poco tiempo en pantalla; la forma en que desperdician a Sally Hawkins -quien interpreta a la asistente del Dr. Serizawa, el personaje de Watanabe-, por no mencionar al propio Watanabe, es sencillamente criminal.

Obviamente, los realizadores se sintieron obligados a tener a una estrella joven y atractiva en el papel principal. Desearía que hubieran sido un poco más valientes y nos hubieran dado, por ejemplo, una película repartida entre impresionantes escenas de batallas de monstruos y escenas de Watanabe y Cranston dando cátedras de actuación. Una oportunidad perdida.

Pero suficiente preámbulo: hablemos de Godzilla. La versión de la criatura que el filme nos presenta es simplemente soberbia, más que digna del mote de “Rey de los Monstruos”. Una titánica e imparable fuerza de la naturaleza bastante fiel en apariencia al monstruo original de Toho, algo más robusto en realidad, y -lo más importante- con todo lo que podía hacer en las películas japonesas intacto; nada de matarlo con tres misiles en esta versión. Lo que trato de decir es que se ve increíble, y cada momento en que está en pantalla es de lo mejor del filme.

Tomando otro ejemplo de la película original del '54, Edwards no deja de plasmar un comentario social en su espectáculo de devastación, presentándonos a los monstruos sin nombre como productos de la arrogancia humana y su pretensión de controlar fuerzas demasiado grandes, y cambiando a Godzilla de una metáfora de la bomba atómica a un avatar de la naturaleza en sí, reaccionando para devolver el equilibrio sin importar qué o quién esté en su camino.

La película se toma su tiempo en darnos a Godzilla y sus rivales -cuyos diseños son menos interesantes pero cumplen su cometido; me parecieron como un cruce entre el monstruo de Cloverfield y algunos de los “kaiju” de Titanes del Pacífico-, y Edwards incluso se toma el atrevimiento de jugar con la paciencia del público no una, sino dos veces al insinuar que un gran duelo de titanes es inminente y luego pasar a mostrarnos otra cosa. Por un momento de pánico pensé que sólo veríamos la gran pelea en tomas rápidas como trasfondo de lo que sea que Brody y compañía hacían, lo que hubiera sido una desgracia en un mundo en el que Titanes del Pacífico existe.

Pero cuando Edwards deja de jugar con nuestros sentimientos y decide ponerse serio y mostrar lo que todos fuimos a ver en primer lugar... bueno, no quiero decir demasiado, así que me limito a afirmar que esos momentos finales de la película bien justifican el precio de la entrada. Un poco más de eso hubiera estado genial, pero el final deja un sabor tan bueno que los defectos que tiene la película acaban importando más bien poco.

Lógicamente, los efectos especiales son intachables y Edwards tiene ojo para imágenes inolvidables. El sonido es igualmente increíble; el emblemático rugido del monstruo está presente en toda su gloria, con una fuerza y potencia enormes. Y para el broche de oro a una presentación genial, Alexandre Desplat se anota una banda sonora que obliga a abrir el baúl de los adjetivos gastados y sacar una vez más la palabra "épica".

En conclusión, Godzilla es un espectáculo digno de un personaje tan icónico como el que le da su nombre. Absolutamente recomendada.

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GODZILLA

Dirigida por Gareth Edwards

Escrita por Max Borenstein

Producida por Thomas Tull, Jon Jashni, Mary Parent y Brian Rogers

Edición por Bob Ducsay

Dirección de fotografía por Seamus McGarvey

Banda sonora compuesta por Alexandre Desplat

Elenco: Aaron Taylor-Johnson, Elizabeth Olsen, Ken Watanabe, Bryan Cranston, Sally Hawkins, David Strathairn, Carson Bolde, Richard T. Jones y Juliette Binoche

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