Sabina en Paraguay, entre vítores y palmas

Mientras la Iglesia católica celebraba el inicio de una nueva Semana Santa, un Mesías de la canción brindó un espectáculo que supo combinar letra, música y una Asunción que lo estaba esperando con fidelidad.

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Temprano, muy temprano –a las 20:40 del domingo– irrumpía en el escenario del Court Central del Yacht y Golf Club Paraguayo el cantautor español cuya sola enunciación simboliza música, poesía y una exitosa llegada masiva que terminó por coronarlo en la industria internacional.

Su reencuentro con el Paraguay, catorce años después de su última visita, reunió a más de 7.000 personas que agotaron las entradas para disfrutar del show que lo trae a tierra americana de la mano de la gira El Penúltimo Tren.

Sin dudas, una impecable producción de Garzia Group; a pesar de que ab initio escatimó en aspectos como la falta de acreditaciones, la cancelación de conferencia de prensa por una justificada demora de vuelo; ergo negativa de declaraciones posteriores por parte del cantante hacia un público que lo estaba esperando.

Acompañado por Pancho Varona (bajo), Antonio García de Diego (guitarra), Marita Barros (voz), Jaime Asúa (guitarra), Pedro Barceló (batería) y José Miguel Sagaste (saxo), el español arrancaba el concierto con su clásico sombrero; vestido de chaqueta negra, camiseta y pantalón gris. Abrieron el repertorio Esta noche contigo y Tiramisú de limón. Más tarde vendrían Virgen de la Amargura y Ganas de..., con la euforia generalizada de un público que disfrutó de la complicidad, genialidad y buen humor del español.

"Como nos enteramos que en Asunción no hay ferrocarril, dijimos ‘Vayamos a Asunción' (...) Porque –al fin y al cabo– uno siempre escribe la misma canción... la del pecado mortal, sin excusas", señalaba un Sabina que demostró gozar de plena vigencia, desafiando tiempos, geografías y barreras generacionales.

"Uno siempre aprende la misma guarania que el maestro Flores enseñó. Es un lujo volver a Asunción", expresaba con emoción, acompañado del cálido recibimiento de sus condicionales.  

Empapado del afecto guaraní, el cantautor interpretó Medias Negras, Aves de Paso y Peor para el sol, dejando corear al público, con el que generó una conexión interesante.

Fue cuando, avispado e irreverente, señaló con claro sarcasmo: "Hace catorce años el país era distinto. No teníais a un obispo de presidente. A mí me parece muy bien; pero la Teología de la Liberación también debería usar condón".

Sabina seguía generando empatía con sus seguidores: "Hace catorce años ya se me había pasado la época del retiro a los cuarenta. Pensaba que la gente mayor a cuarenta años no tenía vergüenza. ¡Ahora lo sé! (...) Veintidós años después de los cuarenta, uno está feliz de saber que hay gente que se escapa de esa inevitable ley humana", comentaba a modo de confesión en un cómodo despliegue por el escenario.

Después llegarían Por el bulevar de los sueños rotos y Llueve sobre mojado; aquel éxito que grabara junto al argentino Fito Páez, en el álbum Enemigos Íntimos. "No es Fito, no es de Rosario. Es vasco, vive en Madrid. Primo hermano de Keith Richard...", presentaba a Jaime Asúa, quien lo acompañó mano a mano en una formidable versión del recordado éxito de finales de los '90.
 
Sabina presentaba a sus músicos, y seguía demostrando su innegable talento de frontman y estrella de rock; incluso improvisando pasos que lo acercaban a un Michael Jackson gitano. Más tarde vendría una seguidilla de gags celebrados por la gente. "Buenas noches, guapos y guapas… ¡Somos Metallica!".

La propuesta dejaba de ser un recital estelar para convertirse en un verdadero show con alto despliegue, tanto en producción como en repertorio. Fue entonces cuando Pancho Verona se lució con su versión de El Rocanrol de los Idiotas.

Sabina se daba un respiro y dejó el escenario a cargo de Marita Barros; quien tuvo su momento de la noche con una versión de Yo quiero ser una chica Almodóvar, hipnotizante por su voz cautivante y sensual. Fue cuando el cantor estrella pasaba -por motu proprio- a segundo plano; decidido a hacer lucir sus composiciones de la mano de sus músicos-interpretes. La canción terminó a dueto con Sabina, generando una explosión de aplausos. "Es mi kuñatai", coqueteaba compositor.

Por entonces el show de rock ya era toda una gala de lujo. El cielo nublado pedía llover, pero no era permitido. No, durante esta fiesta.

También tuvieron su momento composiciones como Y sin embargo; Peces de ciudad; sus versos de Alrededor no hay nada, poema de su autoría que concluye con "El clítoris, el alma, las cosquillas, / esa es mi patria, alrededor no hay nada".

Nuevamente junto a Marita Barros, interpretaron a dúo Una canción para la Magdalena. "No confundir la vida con el escenario", prefería aclarar el músico, antes de terminar la canción simulando un beso con la cantante.

"Una noche estaba en un boliche de Buenos Aires. Me gustaba escribir rodeado de gente, pero solo. Se acercó una persona y me dijo: 'Sabina, no me digas que estás escribiendo una canción...'. ¡Y se la llevó! Se llamaba Andrés Calamaro", narraba con admiración hacia su par argentino, a modo de presentación de Todavía una canción de amor.

Horas después, Calamaro compartía desde alguna red social: "Gracias por el privilegio de tu amistad y tu arte, querido Joaquín Sabina".

Terminada la canción coescrita junto a Calamaro, los acordes de la guitarra señalaban que era momento de 19 días y 500 noches; momento que aprovechó para otra de esas declaraciones tan Joaquín Sabina: "Llevo 14 años sin venir (…) ¡Maldito Twitter, maldito Facebook, maldito Google! ¡Roedores!", frase que produjo caracajadas entre la gente que probablemente lo tuiteaba todo, o compartía fotos y videos en Facebook.

Riffs de guitarra, juego de luces y mucha actitud anunciaban que era momento de Princesa; en una versión bien power en la que cada instrumento tuvo lugar para la diversión.

El Yatch en pura ebullición era testigo así de un nutrido repertorio celebrado de inicio a fin.
Con más bromas y guiños hacia "el arzobispo. Digo, presidente" (sic); y frases intimistas como "Después de 14 años dividimos y multiplicamos aquellas emociones añejas".

Joaquín Sabina transpiraba cada verso al son de Noches de boda; con el fulgor que le daba un bandoneón. Casi a modo de medley, la magia seguía con la aclamada Y nos dieron las 10.

La luna, blanca y gigante, atestiguaba la trova. Las parejas se besaban. Los borrachos brindaban. Los románticos sonreían. Los mareados reían. Todos hechizados en la poesía de Sabina.

El cantante dejaba el escenario; para volver al rato -junto a Asúa en la voz- con El caso de la rubia platino.

Un momento especial tuvo lugar con un infaltable: Contigo; con la riqueza del piano, coros y aplausos masivos. Pero también dio lugar a un respetuoso silencio que el selecto auditorio  vislumbraba en cada verso. "Lo que yo quiero, asuncena de ojos tristes, es que mueras por mí", cantaba el español, provocando aclamaciones y suspiros femeninos en una de las mejores letras de la música en español.

Pero el rock prometía volver. Y con aun con más fuerza. La del pirata cojo le sumó baile a un rock and roll puro y duro. En Pastillas para no soñar, el cantante tomó un gran tambor para seguir el ritmo en la percusión, con la campera afuera y el entusiasmo de la gente que, tras catorce años de espera, no pretendía acabar con el sueño. Justo cuando ese sueño había llegado a su fin.

Joaquín Sabina, así, se empezaba a despedir de un show que seguirá latente en la memoria de los presentes. Mientras Crisis -canción editada en Vinagres y Rosas (2009)- sonaba en off, el cantautor y sus músicos daban por terminada la noche dominical.

Sabina saludaba, reía y se despedía, mientras las palmas seguían; y los vítores también.

Que este Mesías de la canción -que apenas llegó- ya se iba. No montado en un burro, sino subido a un tren. (El penúltimo, según él).

El track seguía sonando, buscando dejar perenne este reencuentro paraguayo; para dejarnos esa sensación que producen los grandes momentos: esa dulce ilusión de que el show nunca terminó.

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