Caballos, amansar con el corazón

Este artículo tiene 6 años de antigüedad
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El fuerte de Vanessa Heim (28) es el amansamiento natural de caballos. A los 12 años amansó a su primer caballo en su Alemania natal. Vive hace una década en Paraguay. La valiente emprendedora, nos cuenta su historia.

Vanessa está lista para su labor, lleva botas, jeans, camisa de mangas largas y una trenza bien ajustada. Inicia otra larga jornada de trabajo con sus caballos lusitanos. Trabaja de manera independiente, ofrece amansamiento de caballos en una línea de respeto, confianza y armonía. “No domo, eso significa dominar al caballo, yo no quiero dominarlo, quiero lograr su confianza y su respeto”, aclara.

Nacida en un pueblo cerca de Múnich (Alemania), desde pequeña tuvo una conexión especial con los caballos. “Nunca les tuve miedo, me contaron que cuando era muy chiquita estaba comiendo algodón de azúcar, un caballo se acercó a mí y, comiendo el algodón, siguió con mi mano y mi brazo, el dueño desesperado le abrió el hocico para sacar mi bracito. Yo lloré, lloré mucho, ¡y quise volver con el caballo! (risas)”.  También asegura que lleva la pasión por ellos en la sangre. “Tal vez porque mi padre (Horst) era jinete de salto, no lo sé. De pequeña, mi mamá (Heidrun) me llevaba siempre a los campamentos de equitación o Aki, que son granjas donde pagás mensual y los niños pueden montar, pasear y hacerse cargo del cuidado del caballo haga calor, frío, haya lluvia o nieve; es un modo de aprender responsabilidad”, cuenta. En aquella época, como muchos niños, Vanessa soñaba con tener un caballo propio, algo que parecía imposible.

-¿Cómo llegaste a Paraguay?

Vine con mi madre hace 10 años, ella tenía una amiga que había venido a vivir acá y le mandaba fotos. Cuando fue mi cumpleaños, me preguntó si quería de regalo conocer Paraguay, yo ni sabía dónde quedaba pero le dije que sí. Vinimos una vez, volvimos dos veces más, y después decidimos mudarnos. Nos gusta Paraguay, la naturaleza, el clima, la gente, la libertad.

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-Pueblo y cultura diferentes, ¿qué perspectivas laborales tenían?

Mi madre es jubilada. Vendimos la casa y con eso nos instalamos acá. Yo quise estudiar veterinaria en la UNA, pero mi castellano era muy pobre. Luego me embaracé y toda mi vida dio un giro. Después de reflexionar unos meses, decidí trabajar en lo que más me gustaba y sabía.

-¿Es verdad que trajiste tu caballo de Alemania?

Sí, traje a Fredy. Fue mi primer caballo, mi maestro, mi compañero, mi amigo, le agradezco todo lo que sé, porque él era tan difícil que me hizo tomar millones de cursos de cómo entender y amansar a un caballo.

-Tu sueño del caballo propio se cumplió

¡Sí! Una amiga me contó que en una caballeriza iban a mandar a un caballo al matadero o quizás hasta lo regalaban porque era intratable, mordía, pateaba, no dejaba que se acerquen. Yo le dije a mi madre que de curiosa no más quería ir a verlo. Fuimos y me enamoré de él. La dueña me dijo “cuando quieras morir, te voy a dar este caballo”. Salí corriendo y llorando hasta el box donde estaba Fredy -no me hizo nada-, mi madre me alcanzó y me dijo: “No llores, vamos a encontrar alguien que nos ayude con él”. ¡Qué felicidad! Trajimos a una experta, lo sacamos de ahí y empezamos a trabajar con él. Tardé un año en amansarlo, pero valió la pena.

-Tanto que decidiste traerlo a Paraguay

Mi corazón no hubiera aguantado dejarlo. Fui con él hasta Frankfurt, de ahí se embarcó en avión hasta Ámsterdam, de ahí a Buenos Aires, y luego hasta Puerto Falcón. Llegó solito en un camión enorme. Cuando fui a buscarlo, lo llamé y él me respondió, eso me sacó lágrimas. Fue costoso económicamente traerlo, pero toda mi familia y también amigos me ayudaron.

-¿Empezaste a trabajar con él en Caacupé?

No, pasaron unos años, yo seguía estudiando castellano para ingresar a la facultad (al final desistí). Lamentablemente en ese lapso Fredy murió picado por una víbora. No pudimos salvarlo. Yo estaba embarazada. Presencié su agonía, ¡cuánto dolor sentí! Yo misma, embarazada de cinco meses, tomé una pala, cavé, cavé y lo enterré. Después de eso mi vida quedó en una nebulosa, solo quería irme a Alemania. Allá nació mi hijo. Reflexionando en aquellos meses, supe que quería volver a Paraguay, y entonces pensé ¿por qué no trabajar en lo que más amo? Así comencé con mi pequeña empresa, que lleva mis iniciales y el slogan de Respeto, Confianza y Armonía.

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-Volviste con nuevos bríos

Muy entusiasmada. Al poco tiempo, me ofrecieron un trabajo en un club ecuestre de Filadelfia, Chaco, me fui dos años. Terminado mi contrato, volví a Caacupé, donde estoy ahora.

-¿Cuántas personas trabajan en tu empresa?

Somos tres, mi madre, un capataz y yo.

Actualmente Vanessa tiene seis caballos (Baronesa, Mariachi, Sabana, Sahara, Dakota y Cheyenne), una partida de lusitanos y dos potrillos con algo de cuarto de milla. Su destreza abarca desde dar clases a niños y adultos para montar, muy poco de equinoterapia (aunque le encantaría profundizarlo alguna vez), y, su especialidad: el amansamiento de caballos.

Recuenta algunos de los tantos casos de maltrato animal, caballos que se los llevan a ella porque “no tienen remedio”. Sin embargo, Vanessa logra transformarlos en animales que devuelven el respeto que se les da. Su público abarca desde el que monta de manera recreativa, hasta el específico: personal de estancia, jugadores de polo o cualquier persona que tenga un caballo con comportamiento difícil.

Aproximadamente tarda dos o tres meses para amansarlo, devolviendo “otro caballo”, relajado y vivaz. “El caballo maltratado es el que más me liga emocionalmente”, confiesa.

-¿Tu trabajo tiene competencia?

Por suerte, sí, aunque mujeres no hay. Veo que están empezando a mejorar el tratamiento con los caballos. Están viendo cosas diferentes en la tele, en otros países. Mi lema es amansar sin violencia, porque va a ser más fácil para montar y un gran compañero. El caballo que es tenido como un esclavo, nunca será un buen compañero.

-¿Cuánto mide tu corral?

Yo trabajo en un corral redondo, tiene 18 metros, me parece la distancia justa para que haya conexión y comunicación, a esa distancia se puede ver el lenguaje del caballo. El caballo puede moverse ahí dentro, alejarse o acercarse por propia voluntad; que se acerque puede ser muy bueno o no, una vez uno corrió hacia mí con la boca abierta (para morderme). El caballo ataca cuando tiene miedo, pero cuando siente que no lo querés cazar, entra en confianza.

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-¿Cómo ves la doma local?

Un gran error y peligro que se comete con frecuencia es montar a un caballo que tiene miedo. Y otra cosa muy importante: acá en Paraguay amansan muy temprano a los potros, por eso pronto tienen problemas articulares, no se pueden usar mucho tiempo. Todos los profesionales saben que en la evolución del cuerpo del caballo, a los cinco años recién se endurece la espalda. Por eso, el caballo que se amansa más tarde tiene una evolución física y psicológica, es adulto en cuerpo y mente, ahí sí se puede empezar a preparar la musculatura para poder montarlo.

-¿Cómo diferenciás un animal con temperamento arisco de uno que reacciona violentamente por temor?

Hay indicadores. De todas maneras, cada caballo independientemente de su raza y todo lo que diga el manual, es diferente. Ellos son como las personas, cada uno tiene su historia de vida. Si fue sometido al maltrato, obviamente reacciona con agresividad. El caballo no es un coche, que una vez que aprendés a manejar ya manejás otros; saber manejar un caballo es todo lo contrario, uno aprende todo de nuevo con cada caballo.

-¿Cuál es la diferencia en el resultado final para el que doma y el que amansa?

Hay caballos que son domados, pero, a la par de la obediencia que se consigue queda un corazón roto, ese caballo ya no tiene brillo en la mirada. Es la parte que menos me gusta de mi trabajo: recibir un caballo herido.

-En tu método, ¿no hay riesgo de que el caballo recaiga en conductas violentas?, ¿los que los manejan también tienen que tomar algún curso?

Muy buena pregunta. Básicamente, si el caballo es bien tratado no volverá a ser agresivo. Sin embargo, en estancias dueños y capataces necesitan que el animal cumpla su trabajo, tal vez vuelven a maltratarlo; por lo tanto, es necesario trabajar con el personal encargado. Para eso se me contrata mucho. Como te digo, es una nueva visión que está entrando.

Vanessa es mamá de Philipp (7), vive con su pareja en una casa construida en el mismo lugar de trabajo, “un campo verde, tranquilo, muy, muy lindo, donde también tengo seis perros y 12 gatos”. Está a 6 km del centro de Caacupé. Respecto a su condición femenina en este trabajo predominantemente masculino, suelen preguntarle con abierta curiosidad cómo siendo tan menuda trabaja con caballos; ella les contesta que es porque no usa la fuerza, sino que se gana su confianza. Como mamá amazona es respetuosa, “a mi hijo le gustan los caballos normalmente, pero no tanto como me gustaban a mí a su edad. Está bien, él es otra persona”. Para Vanessa el futuro sigue estando en Paraguay, una tierra que adoptó como segunda patria. Su trabajo -además de lo físico- tiene un lado introspectivo. “Dijo Ray Hunt, un gran entrenador de caballos: ‘No trabajas en tu caballo, trabajas en ti mismo’. Así es. Los caballos reflejan tus sentimientos, no sirve enojarse con el animal, no es culpable, es siempre tu comportamiento o por otro humano que le hizo daño”. Charlar con una experta en caballos es apasionante y no tiene fin, quedaron varias preguntas galopando. Vanessa sonríe y dice: “No importa, tenemos mucho tiempo, pienso amansar caballos hasta los 90 años o más”.

lperalta@abc.com.py