El hambre, la huelga y las penurias en Caracas

CARACAS. Convirtieron lo único que tenían -hambre- en su herramienta de lucha. En representación de 586 personas, 20 hombres, casi todos ancianos, cumplieron una semana sin comer en una huelga que incluye pernocta, para reclamar sus derechos al gobierno.

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Los huelguistas representan a casi seis centenares de extrabajadores petroleros, provenientes de otras regiones del país, que desde hace 17 meses deambulan por la capital venezolana a la espera de unos pagos que, aseguran, les ha negado el Ejecutivo de Nicolás Maduro y prometidos por el fallecido presidente Hugo Chávez (1999-2013).

El reclamo, explicaron a Efe los manifestantes, se basa en un dinero que el Estado consiguió tras ganar una demanda a Exxon Mobil y que ya le fue entregado a unos 3.000 extrabajadores en 2016, cuando quedaron exceptuados otros 8.000 que fueron subcontratados para la actividad petrolera en los últimos 30 años. La denuncia ha sido llevada a la Fiscalía, Defensoría del Pueblo, ministerio de Trabajo, la estatal petrolera PDVSA, la vicepresidencia, la Presidencia de la nación y ante representantes de Naciones Unidas sin que hasta ahora, siempre según los huelguistas, haya alguna respuesta a sus peticiones.

Fue esa falta de atención la que motivó a cientos de extrabajadores petroleros a abandonar sus hogares y viajar hasta 600 kilómetros para llegar a Caracas con la esperanza de que sus denuncias fueran escuchadas en las más altas esferas del poder político. Sin embargo, lo que han acumulado es una larga lista de penurias que incluye dormir a la intemperie, estar lejos de sus familiares, comer desperdicios, enfermar frecuentemente, ser víctimas de la inseguridad y el haber despedido de “la lucha” a los 16 compañeros que han fallecido desde que comenzó la pernocta en el primer trimestre de 2018.

“Esta huelga de hambre lo que hicimos fue oficializarla porque desde que estábamos aquí estábamos pasando hambre”, comenta a Efe Héctor Rodríguez, quien con 52 años es de los más jóvenes entre los que decidieron no ingerir alimentos para radicalizar la protesta. El hombre, oriundo del estado de Sucre (noreste) , dice sentirse débil y con dolores en la espalda pero confía en mantener el ayuno “hasta que nos den una orden (de pago)”. “Tengo tiempo sin ver a mis hijos, sin ver a mis nietos, sin ver a mi mamá, si es que la tengo viva”, agrega el extrabajador que además no ha podido comunicarse con sus familiares, a 525 kilómetros de distancia, desde hace 6 meses cuando las telecomunicaciones empeoraron en medio de una crisis eléctrica.

También mareado y con dolores de cabeza, José Yánez espera seguir en huelga de hambre hasta que el Gobierno retribuya “ todo ” lo que le debe al grupo. Este extrabajador, natural del estado Anzoátegui (este) , lleva 16 meses pernoctando en Caracas y la última semana solo ha ingerido “ agua y un poquito de suero” . “En mi casa no saben nada porque no me atrevo a avisarles”, confiesa al recordar que a varios kilómetros del cartón en el que ahora duerme tiene hijos y nietos, y reitera su deseo de que el Gobierno se compadezca de su situación.

En un tono más amenazante, Noelí Romero, de 58 años, asegura que están dispuestos a mantener la protesta “hasta que se pronuncie” el Ejecutivo en favor de ellos. “Ojalá y Dios quiera que no vaya a suceder nada aquí, que no haya un muerto entre nosotros (...) si sucede un muerto hacemos responsable al presidente” , remarca el hombre, natural del estado Monagas (este).

Un total de 50 extrabajadores comenzaron la huelga de hambre el 30 de mayo a las afueras del Banco Central (BCV), entre ellos una mujer, pero el grupo se ha reducido por problemas de salud de algunos de los participantes. La veintena de hombres que se mantiene sin ingerir alimentos recibió este jueves una visita de la Cruz Roja que les advirtió de los potenciales daños al organismo de continuar con la huelga pero no logró persuadirles de levantar la medida. Mientras tanto, el resto de extrabajadores les apoyan con pancartas y consignas, y salen a diario a cazar sobras y desechos con que puedan burlar el hambre, antes de irse a dormir en sus cartones.

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