Macron, de la jerga callejera a Voltaire sin pestañear

Para el presidente francés Macron, el lenguaje es fundamental, y lo maneja con gran destreza política, pudiendo esbozar altos discursos sobre delicados temas, así como recurrir a una contundente expresión de la calle cotidiana.

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El mandatario, de ideas liberales y conducta pragmática, es visto al mismo tiempo como de “derechas” y de “izquierdas”, liberal y proteccionista, alto en el poder y cercano al pueblo, joven y experto.

Es lo que en Francia se conoce como la política del “en même temps” (“al mismo tiempo”), una de las coletillas favoritas del mandatario. Y en pocos ámbitos esa dualidad se hace tan visible como en el uso que hace Macron del lenguaje.

En función del mensaje que quiere transmitir, y de su destinatario, salta de la jerga callejera, casi impropia para un presidente de la República, al habla elevada que recuerda su formación humanística y filosófica.

Lenguaje pulido y argot

En las últimas semanas ha dejado muestras, medidas al milímetro por su poderoso equipo de comunicación, de su capacidad para utilizar el argot sin que nadie pueda poner en duda que se trata de uno de los presidentes mejor educados que ha tenido Francia.

Y cada vez que recurre a una expresión de la calle, levanta una polvareda a su paso. “Ponemos una plata de locos en los subsidios sociales, pero la gente sigue siendo pobre”, dijo hace unos días en una reunión, cuyo video difundió el Palacio del Elíseo para que el mensaje quedase bien claro.

Macron parece guardar su lengua populachera para encarar problemas más sensibles a las masas.

“En vez de montar un pollo, mejor harían yendo a mirar si pueden tener allí puestos de trabajo”, espetó sobre unos huelguistas en una fábrica de la compañía GM&S.

Y, mostrando su firmeza: “No cederé en nada, ni a los zánganos, ni a los cínicos, ni a los extremistas”, dijo en septiembre ante la comunidad francesa en Atenas al respecto de los manifestantes contra la reforma laboral.

Cécile Alduy, profesora de Literatura Francesa en la universidad de Stanford e investigadora en la parisina Sciences Po, cree que su amplio registro revela su recorrido como estudiante de literatura y filosofía, apasionado del teatro, hombre de negocios, consejero presidencial y ministro.

“Maneja la lengua de varios medios profesionales, que por otro lado son más bien incompatibles. Y sobre todo (...) es un fino orador”, dijo Alduy.

Una de las señas de esa búsqueda continua de la síntesis es que el “macronismo” no tiene miedo de recurrir a las palabras totémicas que distinguen cada espacio político.

También, resalta Alduy, el jefe de Estado, que acaba de cumplir 40 años, es “el primero en sazonar tanto su discurso con un  franglés (mezcla de francés e inglés) de negocios”.

Y ese gusto por los anglicismos, considera, ha “contaminado” a todo el Gobierno, como cuando el ministro del Interior, Gérard Collomb, dijo que los inmigrantes hacían “benchmarking” al elegir dónde presentar sus demandas de asilo.

Cada cosa en su momento

Para Macron, el lenguaje es fundamental, la forma de relacionarse con la realidad.

Probablemente por eso se molestó tanto cuando un adolescente le saludó al grito de “¿Qué pasa, Manu?” el pasado lunes en un acto en Mont Valérien, al oeste de París.

“Estás en una ceremonia oficial, así que te comportas como debe ser. Puedes hacer el imbécil pero hoy hay que cantar la Marsellesa y el Canto de los Partisanos (himno de la Resistencia francesa durante la ocupación alemana). Me llamas señor Presidente de la República o señor, ¿vale? ”, le espetó Macron.

El muchacho, que había comenzado entonando la Internacional (himno comunista), le respondió: “Sí, señor presidente”, aunque la regañina continuó.

“Muy bien. Y haces las cosas en orden. El día que quieras hacer la revolución, aprende primero a tener un diploma y a alimentarte por ti mismo, ¿de acuerdo? Entonces ya podrías ir a dar lecciones a los demás”, le dijo mientras le daba una palmadita en el antebrazo.

Nada de jerga en ese momento.

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