Mientras tanto, en el sur de las Filipinas desde hace diez días los soldados combaten contra militantes yihadistas. Tanto más que el Estado Islámico sigue reivindicando el ataque como obra suya.
En la reconstrucción de lo ocurrido, un hombre armado con un fusil de asalto M4 irrumpió en el complejo de entretenimiento cerca del aeropuerto de Manila, llevando consigo dos litros de combustible.
Luego consiguió incendiar las mesas de juego de la sala principal del casino, desencadenando el pánico entre los apostadores y llevándose una mochila llena de fichas por un valor de dos millones de euros.
Luego apuntó el fusil contra máquinas de juego, pantallas y cajeros automáticos. Finalmente, fue hallado carbonizado sobre la cama en una habitación del hotel anexo, al que le prendió fuego.
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Sin embargo, durante el ataque nunca disparó en forma directa hacia la multitud: un detalle que la policía de Manila interpreta como la prueba de que no era un terrorista.
Para el vocero Oscar Albayalde, la hipótesis es que tuvo un raptus o que en el pasado perdió dinero sobre el tapete verde.
En cuanto a su nacionalidad, las descripciones concuerdan en definirlo como de raza caucásica con bigotes, y hablante de inglés.
Para el Estado Islámico, se trató de un “lobo solitario” que actuó porque el juego de azar es “haram” -prohibido- en el Islam.
Entretanto no se dio a conocer todavía la lista de víctimas, pero se sabe que de los 38 muertos -en su mayoría sofocados- 22 eran clientes del resort, mientras otros 70 lograron huir con heridas leves, provocadas en el pisoteo generalizado.
Las incongruencias en la dinámica del asalto alimentan un clima de incertidumbre que llevó a un drástico aumento de las medidas de seguridad en Manila, una capital con 13 millones de habitantes y cientos de potenciales objetivos terroristas, desde centros comerciales a casinos.
Con las Filipinas ya en alerta desde el 23 de mayo, cuando cientos de militantes yihadistas asaltaron la ciudad de Marawi impulsando al presidente Rodrigo Duterte a proclamar la ley marcial en un área que equivale a un tercio del país, el archipiélago -90 por ciento católico- teme que se esté concretando la amenaza del terrorismo islámico.
Incluso con la hipótesis de que el Resorts World Manila haya sido atacado realmente por un “lobo solitario” radicalizado con la causa yihadista, hasta ahora la impresión es que el Estado Islámico no dispone de una red logística para atentados a lo grande en Filipinas.
También en el caso de los militantes de Marawi, donde murieron más de 160 personas, faltan pruebas de un vínculo sólido con el Estado Islámico. Parece más bien que extremistas locales intentan hacerse notar por el grupo.
La prisa en reivindicar el ataque de anoche demuestra, de todos modos, que el intento de penetrar en el archipiélago es serio. Y en un país con más de diez millones de musulmanes, las posibilidades de sembrar el caos son enormes.
