Cuando los polacos hablan del “papa” se refieren sin duda a Juan Pablo II, el primer pontífice polaco de la historia, una figura carismática que reinó por 27 años y que marcó la historia de la Iglesia católica de finales del siglo XX.
La llegada el miércoles del argentino Francisco, quien visita por primera vez Polonia para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), despierta sentimientos encontrados, sobre todo por sus posiciones a favor de la acogida de refugiados. El papa santo suele ser mencionado en documentos y publicaciones al contrario de Francisco, que no fue citado por los obispos polacos en las cartas enviadas a sus fieles con ocasión de la JMJ, mientras citaron tres veces a Juan Pablo II.
“Juan Pablo II es un santo para la Iglesia, no hay nada sorprendente en ello”, explicó Zbigniew Nosowski, jefe de redacción de la revista católica Wiez de Varsovia. “Los polacos no conocen a Francisco, así como el papa argentino no conoce Polonia”, recalca. “Pese a ello reina el entusiasmo entre los jóvenes”, sostiene.
El viaje de Francisco del 27 al 31 de julio a Cracovia es muy diferente a los celebrados por Juan Pablo II durante las nueve peregrinaciones realizadas a su tierra natal durante su largo pontificado. La visita de Francisco a la patria de Karol Wojtyla nace de su deseo de acercarse a los jóvenes católicos de todo el mundo, un objetivo más universal.
Las aperturas del pontífice argentino, entre ellas la posibilidad para algunos divorciados que se vuelven a casar de acceder a la comunión, incomoda a los católicos polacos, tradicionalmente muy conservadores. “Con su mensaje a favor de que Europa reciba a los refugiados, más político, el papa molesta”, reconoce Nosowski. “Para muchos exagera con el tema de la misericordia y compasión por los pobres y refugiados. Y no solo los polacos se irritan con ello”, sostiene.
Antes de la llegada del pontífice argentino, el gobierno conservador de la primera ministra Beata Szydlo cumplió varios gestos claves. Autorizó fondos para la vivienda de refugiados provenientes de Jordania, Líbano y Turquía.
Una decisión tomada pese al lavado de pies que el papa hizo a varios emigrantes, entre ellos dos musulmanes, durante la ceremonia del Jueves Santo, lo que provocó una avalancha de críticas contra Francisco en Polonia, recuerda Ignacy Dudkiewicz, de la revista católica Kontakt.
“Los obispos polacos apoyan formalmente el mensaje de Francisco de acoger a los refugiados, pero sin mucha convicción”, explicó. “Debido al tema de los refugiados, Francisco ha sido enfangado, tanto en forma anónima como pública. Inclusive algunos periodistas católicos conservadores llegaron a cuestionar la legitimidad de su elección, acusándolo de querer destruir a la Iglesia. Esas opiniones no fueron condenadas por la jerarquía de la iglesia polaca”, subraya.
De acuerdo con un usuario polaco, bastante representativo y moderado, Francisco “no debería ser papa”.
“Necesitamos un papa fuerte, una piedra sobre la cual construir la Iglesia y no serán los ecologistas, los masones, los islamistas, los conquistadores disfrazados en pseudo-refugiados que servirán de escudo para protegerla. ¡Es absurdo que pida a cada parroquia que albergue un refugiado árabe!”, escribió el bloguero.
La otrora poderosa Iglesia polaca, acostumbrada a un pasado muy pomposo, ha perdido mucho peso en los últimos años. “Es que tiene miedo de perder su posición, tanto institucional como financiera. Tiende a no obedecer a Francisco en su pedido a favor de una Iglesia pobre y para los pobres, como la de los primeros siglos del cristianismo, sin púrpura ni limusinas y sin apartamentos de lujo”, estima Pawel Boryszewski, sociólogo de la religión.
“La jerarquía polaca está preocupada. Un obispo en bicicleta y sandalias, es algo raro aquí”, dice. Por ello prefiere “guardar silencio y esperar el final de este pontificado”, concluyó.