La iglesia de Mosul convertida en cuartel de la policía religiosa del EI

MOSUL.Las elegantes columnas de mármol de una iglesia de Mosul se convirtieron en soporte propagandístico del grupo Estado Islámico, que usó el edificio como sede de la policía religiosa. Ni rastro de crucifijos, ni de imágenes de la virgen.

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“Iglesia católica caldea”, se lee en el portal de Um al Mauna (Madre del Perpetuo Socorro).

Eso era antes de la llegada de los yihadistas. En uno de sus muros, los nuevos inquilinos escribieron: “Prohibido entrar por orden del Estado Islámico- Diwan al Hesba”, oficina de la policía religiosa.

“Era una oficina importante para las autoridades encargadas de garantizar que los habitantes se dejaran la barba y aplicaran sus tradiciones y convicciones extremistas”, asegura el oficial Abdel Amir al Mohamedawi, de las fuerzas de intervención rápida, tropa de élite del ministerio del Interior. Delante de la iglesia, cinco yihadistas yacen en el suelo.

El barrio, devastado por los combates, está desértico. Fue reconquistado recientemente por las fuerzas de seguridad iraquíes en su ofensiva en el oeste de Mosul por el control de toda la ciudad.

Los combatientes del EI intentaron arrancar una cruz esculpida en una puerta de hierro, que se salió de los goznes. También dañaron la cruz de piedra de la entrada de esta iglesia de color ocre.

En la nave no se ve un crucifijo, ni imágenes de Jesucristo o de la virgen María. Eliminaron cualquier signo de cristianismo. Sólo sobrevivió el altar de mármol gris. En una de las recámaras hay una estatua adornada con flores rojas y amarillas.

En las columnas de mármol gris, el EI pegó carteles que incitan a recitar invocaciones religiosas musulmanas mañana y noche, un póster que recuerda los beneficios de la oración en la mezquita y “el documento de la ciudad”, que desgrana en 14 puntos las reglas a seguir.

“El comercio y el consumo de alcohol, drogas y cigarrillos quedan prohibidos”. Las mujeres no deben salir a la calle “salvo en caso de necesidad”.

En el suelo de piedra cubierto de escombros, otro panfleto recuerda los castigos corporales previstos en caso de robo, consumo de alcohol, adulterio u homosexualidad. Todo acompañado de ilustraciones sórdidas.

Los yihadistas garabatearon sus nombres de guerra en las paredes blancas. Un imponente candelabro aterrizó en el patio, invadido de chatarra. En una de las pequeñas salas contiguas, las guirnaldas de las flores artificiales se codean con pancartas que explican cómo funcionan las Kalashnikovs.

Los caldeos constituyen la mayoría de los cristianos de Irak. La comunidad cristiana contaba con más de un millón de fieles antes de la caída de Sadam Husein pero quedó reducida a menos de 350.000. La violencia que ensangrienta al país provocó la huida de muchos de ellos.

A su llegada en 2014, tras una ofensiva fulgurante, el EI agravó aún más la situación de los cristianos, a quienes dieron tres opciones: convertirse, pagar un impuesto elevado o morir.

La iglesia Um al Mauna del barrio de Al Dawasa está en mejores condiciones que el resto de los edificios y de los comercios de los alrededores, convertidos en un campo de ruinas. En el barrio no se ve a un civil. En una avenida comercial, los escaparates de colores chillones han quedado reducidos a un amasijo de hierros y hormigón.

En un anuncio de ropa para hombre, los yihadistas, adeptos de una interpretación rigorista que prohíbe las representaciones de personas, han emborronado las caras y brazos desnudos de los modelos.

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