La incertidumbre reina en el campo de refugiados más grande del mundo

Hace un año más de 700.000 rohingyas escaparon a Bangladesh para salvarse de la violencia étnica. A pesar de los esfuerzos de organizaciones humanitarias, sus condiciones de vida son infrahumanas y no se vislumbran soluciones en el corto plazo.

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El 25 de agosto de 2017 se inició el éxodo más grande en la historia de los rohingya. Ese día, el ejército de Myanmar lanzó una violenta serie de 'operaciones de limpieza' que causó destrucción generalizada y sembró el terror entre esa minoría étnica. Por esa razón más de 706.000 rohingyas (400.000 en menos de un mes) tuvieron que huir al vecino Bangladesh para salvar sus vidas. Allí se unieron a los más de 200.000 que ya habían llegado a ese país tras otras olas de violencia previas, lo que elevó a más de 919.000 la cantidad total de personas que alberga al día de hoy el distrito bangladeshí de Cox’s Bazar, el campo de refugiados más grande del mundo.

Doce meses después de esa fecha fatídica, la negación de su estatus legal, junto con unas condiciones de vida completamente inaceptables en campos improvisados y la falta de estructuras y servicios que puedan funcionar a medio o largo plazo, continúa atrapando a los refugiados en un ciclo interminable de sufrimiento que afecta a su salud tanto física como mental. En ese periodo, Médicos Sin Fronteras (MSF) ha proporcionado más de 656.200 consultas médicas, un número equivalente al 76% de los refugiados rohingyas, en sus 19 estructuras sanitarias y clínicas móviles.

Durante los primeros meses, más de la mitad de los pacientes de MSF recibieron tratamiento por lesiones relacionadas con la violencia, pero pronto surgieron otros problemas de salud causados por las condiciones de hacinamiento y la falta de higiene en los campos. "Es inaceptable que la diarrea acuosa siga siendo uno de los mayores problemas de salud que vemos en los campamentos", afirma Pavlo Kolovos, coordinador general de MSF en Bangladesh. "Las infraestructuras para cubrir incluso las necesidades más básicas de la población no están aún disponibles, y eso afecta seriamente a la salud y bienestar de las personas. Por citar solo un ejemplo, tenemos 17.302 letrinas disponibles para una población de 636.000 personas". Aunque Bangladesh mostró una generosidad extraordinaria al abrir sus puertas a los refugiados, doce meses después el destino de los rohingyas sigue siendo incierto. Los Estados de la región les niegan un estatus legal formal, a pesar del hecho de que son refugiados y de que Myanmar los ha convertido en apátridas.

"En la situación actual es difícil incluso referirse a los refugiados rohingyas como tales", afirma Kolovos. "Al negarse a reconocer los derechos legales de los rohingyas como refugiados, o a otorgarles cualquier otro estatus legal, los Gobiernos y organizaciones implicados están consiguiendo que todas estas personas permanezcan a día de hoy en un situación de extrema vulnerabilidad".

Los donantes y los Gobiernos con influencia sobre el Gobierno de Myanmar no han demostrado el liderazgo necesario, ya que no han conseguido presionar a sus líderes para que pongan fin a la persecución de los rohingyas, que es la causa principal de su desplazamiento.

Además, la respuesta humanitaria liderada por la ONU en Bangladesh, hasta la fecha solo ha recaudado el 31,7% de los fondos solicitados. Y el porcentaje de esa cantidad destinado a salud es apenas del 16,9%, lo cual está provocando vacíos significativos en la provisión de servicios que resultan vitales.

Los rohingyas han sido excluidos durante mucho tiempo de asistencia médica en Myanmar, por lo que tienen una cobertura de inmunización muy baja. Las medidas preventivas de salud son, por lo tanto, cruciales. En este sentido, las campañas de vacunación que se han llevado a cabo en este último año con el apoyo de MSF, han sido fundamentales para prevenir los brotes de cólera y sarampión, y para contener la propagación de la difteria.

Con el pretexto de que los rohingyas regresarán pronto a Myanmar, la respuesta humanitaria se ha visto obstaculizada por las restricciones que se han impuesto a la prestación de ayuda a largo plazo o más sustancial. Las condiciones soportadas por los rohingyas en los ​​campamentos improvisados ​​están muy por debajo del mínimo aceptable que marcan las normas humanitarias internacionales, y los refugiados aún viven en los mismos refugios temporales de plástico, lonas y bambú que construyeron cuando llegaron.

"En una zona donde los ciclones y los monzones son frecuentes, casi no existen estructuras estables para los refugiados rohingyas. Esto tiene un impacto tangible en su seguridad y también en su dignidad", afirma Kolovos.

Un refugiado que prestó su testimonio a MSF describió lo vulnerable que se sentía su familia en el campamento: "Cuando llueve, todos los miembros de la familia nos sentamos juntos, tratando de sujetar la casa con nuestro peso, para evitar que salga volando. Durante la noche todo está muy oscuro. Aquí no tenemos luz".

Teniendo en cuenta el alto nivel de violencia que los rohingyas sufrieron en Myanmar y el trauma que esto les ha causado, los servicios para tratar los problemas de salud mental y las lesiones por violencia sexual y de género siguen siendo inadecuados e insuficientes. La atención especializada que estas personas requieren también se complica por la falta del estatus legal que les impide tener un acceso razonable a la justicia y los beneficios propios de un Estado de derecho. Además, los rohingyas permanecen confinados a la fuerza en los campos, y la mayoría de la población refugiada que vive en éstos tiene poco acceso a agua potable, letrinas y lugares donde asearse, educación, oportunidades laborales y atención médica.

"Estas restricciones no solo limitan la calidad y la escala de la ayuda, sino que también obligan a los rohingyas a depender completamente de la ayuda humanitaria. Les privan de cualquier posibilidad de construir un futuro digno y hacen que cada día suponga una lucha innecesaria por sobrevivir ", dice Kolovos.

Muchos de los refugiados con los que los equipos de MSF han hablado declaran estar muy ansiosos por el futuro. "He perdido mi fuerza, mi capacidad de trabajo. Siempre tengo preocupaciones sobre qué será de nosotros en el futuro", dice Abu Ahmad, un padre de ocho hijos. "Pienso en la comida, en la ropa, en la paz y en nuestro sufrimiento... Si me quedo en este lugar durante diez años... o incluso durante un mes, tendré que seguir sufriendo este dolor".

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