La prostitución y la adicción, destinos de las niñas de la calle en Bolivia

EL ALTO. La prostitución y la adicción a drogas baratas puede ser el destino casi ineludible de niñas y adolescentes de la calle, una fórmula que les permite obtener dinero diario para subsistir y olvidar momentáneamente la realidad.

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Efe conoció las historias y el contexto de adolescentes en situación de calle durante una visita guiada por miembros de la fundación Munasim Kullakita, dedicada al apoyo y reinserción de menores que buscan dejar la calle para emprender una nueva vida.

Aunque la calle es su residencia en el día, la situación de las menores cambia cuando la noche cae en la Ceja, un sector crítico de El Alto, la segunda ciudad más poblada de Bolivia con cerca de un millón de habitantes, y que sirve de intersección con su vecina, La Paz.

En una esquina ya está un grupo de cinco chiquillas de 14 a 17 años, todas juntas, varias de ellas que tienen entre las mangas un poco de "vuelo", una porción de pegamento fresco y que es la "droga de los pobres", según miembros de la fundación. Inhalar esa sustancia les sirve para "repeler el asco" que pueden sentir al tener relaciones con algún cliente, para mitigar el hambre o para calmar un dolor de muela, explicó uno de los integrantes de la agrupación, que pidió el anonimato.

Es cosa de algunos minutos para que los primeros hombres se acerquen a las chiquillas, les den conversación y pregunten la tarifa por "hacer pieza", tener sexo, por algunos minutos en un sitio cercano.

Sin embargo, ellas no están solas. Una mujer que va y viene por la calle, a paso lento, sin quedar inadvertida, es una "tía", como así llaman a las mujeres proxenetas de las que dependen. Las tías hacen de vínculo con los clientes, conversan con ellos y luego llaman a aquella que se asemeja al requerimiento, y después el sujeto y la menor se van, por lo general a uno de los varios alojamientos de la zona. El costo para "hacer pieza" es de unos 4 dólares como máximo, de los que la jovenzuela debe descontar para el pago al alojamiento y a la proxeneta.

El sexo sin protección suele darse a exigencia del solicitante y generalmente implica un costo adicional de dos o tres dólares. Todo eso sucede ante la mirada de todos, a pocos pasos de los mercados, de los comercios ambulantes o en las puertas de tiendas que ofrecen accesorios de celulares, discos o comida al paso.

Durante nuestro trayecto conocimos la historia de Celia, nombre ficticio, de 19 años, aunque aparenta 35, y de inmediato comparte con el grupo de voluntarios que tuvo problemas con su pareja y que no tiene qué comer ni dónde pasar la noche. Lo que llama la atención de ella es su vientre.

“(Celia) tiene un diagnóstico positivo de VIH y a la vez está embarazada, son cuatro meses de embarazo”, contó uno de los guías del operativo que ayuda estas chicas. Al no tener qué comer ni dónde dormir es muy posible que tenga la necesidad de "hacer pieza" y tendrá que hacerlo pese a estar embarazada, añadió. También dijo que si algún cliente le pide tener sexo sin protección por algunos dólares más, deberá hacerlo.

Munasim Kullakita busca no perder contacto con Celia y registra su número de celular nuevamente, necesario para asistirla antes del parto y coordinar la entrega de algunos medicamentos contra su infección.

También conocimos a Lorena, igualmente nombre ficticio, que esa noche iba a trabajar con lentes oscuros para disimular una golpiza que le dieron, y no es la primera vez puesto que lleva secuelas de otras anteriores que afectaron a su escucha y capacidad de hablar. Otro de los guías de la fundación relató que el trabajo de prostitución en la calle tiene frontera, ya que se divide entre las chicas con adicción y sin ella. El costo por la transgresión suele ser monetario, pero puede derivar en agresiones físicas.

"Si son varios días que no pagan derecho de piso", en referencia a las tías, "les hacen cortar la cara con los mismos hombres que consumen", en alusión a la droga conocida como vuelo, relató.

La prostitución de niñas y adolescentes forma parte de un circuito que además incluye a discotecas, que acostumbran tener en sus puertas personal de seguridad que vocea induciendo a ingresar y que sirven de alerta que hay operativos de las autoridades. La dinámica se retroalimenta en pequeños mercados clandestinos en los que a pocos pasos se vende pornografía.

Según datos proporcionados a Efe por la ONG Educo, que apoya a Musin Kullakita, El Alto está entre las ciudades bolivianas en las que se comenten más agresiones sexuales contra niños y adolescentes. La mayoría de las víctimas "oscilan entre los 12 a 17 años", de acuerdo a datos de la entidad. La exposición de un niño a abuso sexual durante una noche puede costar hasta 28 dólares y su virginidad puede llegar a costar hasta 100, según esta misma fuente.

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