Lula, el mito que quiere volver a gobernar Brasil

CURITIBA, Brasil. Luiz Inácio Lula da Silva fue el presidente más popular de Brasil (2003-2010) y es favorito, según encuestas, para las elecciones de 2018. Pero las acusaciones de corrupción pueden arruinar la suerte de este mítico ex obrero metalúrgico.

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El patriarca de la izquierda brasileña, de 71 años, se verá la cara el miércoles con el juez Sergio Moro, que lidera las investigaciones de la operación ’Lava Jato’ y que mandó la policía a despertarle al alba para interrogarle en marzo de 2016.

El esperado duelo con Moro, ídolo de los detractores del exmandatario, puede ser crucial para el futuro de este político que dejó la presidencia con un 80% de popularidad.

Después de oírlo, el juez de Curitiba deberá determinar si Lula recibió un lujoso apartamento en un balneario de Sao Paulo de la constructora OAS como retribución de favores dentro de la red de sobornos a Petrobras, el mayor fraude de la historia de Brasil. Un esquema que, según la fiscalía, tenía a Lula como “comandante máximo”.

El combativo ex líder sindical lo niega enfáticamente y se considera víctima de una persecución judicial y mediática que, para él, propulsó la muerte de su esposa y compañera de batallas, Marisa Leticia, en febrero pasado.

Todo, con el único objetivo de acabar con su carrera política y evitar que el Partido de los Trabajadores (PT) vuelva al poder tras la destitución de su ahijada política, Dilma Rousseff, en 2016. Pero Lula no piensa facilitar esa campaña y, por el momento, todas las encuestas estiman que lidera la intención de voto para los comicios que elegirán al sucesor del conservador Michel Temer. Aunque es también uno de los políticos con mayor índice de rechazo. “Yo conocí el hambre, y cuando uno conoce el hambre, no desiste jamás” , afirmó recientemente.

“Hace dos años que estoy leyendo en los periódicos que el PT acabó y que mañana Lula estará preso. Si ellos no me meten preso en breve, quien sabe si un día yo los hago detener por las mentiras que cuentan”, amenazó el viernes pasado en un mitin.

Nacido en el árido nordeste en octubre de 1945, Lula conoció desde la cuna lo más dramático de la pobreza que azotaba a casi un tercio de los brasileños.

Séptimo hijo de un matrimonio de analfabetos, fue abandonado por su padre antes de que la familia emigrara a la prometedora e industrial Sao Paulo, como millones de coterráneos.

Fue vendedor ambulante y lustrabotas, a los 15 años inició su formación de tornero mecánico, perdió un meñique en una máquina y al final de la década de 1970 se convirtió en el líder sindical al mando de una histórica huelga que desafió a la dictadura (1964-85). Brasilia, sin embargo, se hizo esperar y en tres ocasiones fue derrotado como candidato presidencial al frente del PT, que él mismo había cofundado en 1980.

El líder al que la revista Foreign Policy calificaría después como una “estrella del rock de la escena internacional” llegó finalmente a la presidencia en 2003 bajo promesas de justicia social. Durante sus dos mandatos, empujados por el viento a favor de la economía mundial, 30 millones de brasileños salieron de la pobreza. Lula coronó su mandato, y su popularidad mundial, consiguiendo para Brasil la sede de la Copa del Mundo de fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro en 2016.

 Idealista pero pragmático, Lula es considerado un maestro en el arte de tejer alianzas aparentemente contranaturales o de deshacerse de amigos incómodos.

En 2005, descabezó a la dirección del PT implicada en el gran escándalo del “mensalão”, una millonaria contabilidad ilegal para pagar a partidos y congresistas a cambio de apoyo político. El mandatario logró mantenerse al margen, fue reelegido en 2006 y en 2010 consiguió la victoria de Rousseff.

Un año después de dejar el poder, le diagnosticaron un cáncer de laringe que superó, aunque dejó huella en su voz áspera con la que declaró a la justicia haber sufrido una “canallada homérica” cuando fue impedido de ser ministro de una acorralada Rousseff.

Aunque ya avisó el mismo día en que la policía le llevó a declarar de madrugada: “Si querían matar a la serpiente, no le golpearon en la cabeza, le pegaron en el rabo, y la serpiente está viva como siempre”.

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