Micromachismo, el pan nuestro de cada día

MADRID. ¿Qué mujer no ha tenido que escuchar un “señorita” de la misma boca que llama a los hombres “señor”, sin importar su estado civil? ¿O que un hombre le explique algo de forma condescendiente, es decir, le haga “mansplaining”?

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Los micromachismos, muestras de discriminación, son el pan de cada día de las mujeres. La Fundación del Español Urgente (Fundéu, participada por Efe) define este término como el “conjunto de comportamientos, prácticas y estrategias cotidianas con las que se ejerce el dominio masculino y que atentan en diversos grados contra la autonomía de la mujer”, aunque la artista Feminista Ilustrada hace su propia definición.

“Un micromachismo es una muestra de violencia tan sutil en la vida cotidiana que suele pasar desapercibida. Son pequeñas costumbres que reflejan y perpetúan actitudes machistas y la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres”, explica en declaraciones a Efe Feminista Ilustrada, pseudónimo de la artista María Murnau.

El término, acuñado por el psicólogo Luis Bonino en 1990, puede parecer menor al construirse con el prefijo “micro”, pero estas violencias no tienen nada de pequeñas. “Cuando constantemente recibimos esta violencia, por pequeña que sea, se acumula y nos va limitando y causando el efecto deseado, que es básicamente mantenernos en otro estrato de la sociedad”, añade Feminista Ilustrada, que demuestra su tesis con unos ejemplos que toda mujer reconocerá.

“Esto, lo que quiere decir, es que necesitamos la compañía de un hombre para ser consideradas señoras”, resalta Feminista Ilustrada. “Da igual que tengas 50 años, el protocolo es que si no estás casada eres una señorita, como si tuviéramos que cumplir otra mayoría de edad”.

El Diccionario de la Real Academia Española define “señorita ” en su cuarta acepción como “tratamiento de cortesía aplicado a la mujer soltera” y en la quinta lo extiende a “maestras de escuela, profesoras, o también a otras muchas mujeres que desempeñan algún servicio, como secretarias, empleadas de la administración o del comercio”.

Una práctica común en los locales de ocio nocturno es que las mujeres paguen menos por su entrada que los hombres o que, directamente, entren gratis a las discotecas como una estrategia de reclamo y un falso espejismo de consideración hacia más de la mitad de la población.

“Esto es fácil: piensan en la rentabilidad que puede generar nuestro cuerpo, ganan más dejándonos pasar sin pagar entrada. Nos han convertido en ganado”, denuncia Feminista Ilustrada sobre esta práctica en locales que frecuenta masivamente un público joven.

La tradición no escrita dice que, al saludar, a las mujeres hay que darles dos besos y los hombres pasan el trámite con un apretón de manos, aunque en otros países ese formalismo también está extendido en el género femenino.

“No tenemos por qué estar disponibles para que nos besen, en pocos países se hace esto. Lo lógico y lo más justo es dar la mano a todas las personas por igual”, denuncia Feminista Ilustrada sobre esta costumbre española.

Otra costumbre es piropear terminando las frases con un “guapa, preciosa o bonita” cuando la interlocutora es una mujer, y sobre todo en el sector de la hostelería, aunque sea como mera muletilla informal.

“No significa que, por ejemplo, un camarero que dice eso, esté intentando ligar contigo sí o sí, es una coletilla, una forma de hablar, pero que solo se utiliza para hablarnos a nosotras, nunca le va a decir a un hombre 'toma, guapo'”, explica la ilustradora.

También en la hostelería es práctica común que, al pedir la cuenta, se la entreguen a los hombres en lugar de a las mujeres, aunque sea ella quien vaya a sacar la cartera. Feminista Ilustrada resalta que con este gesto al hombre se le identifica como “proveedor” y a las mujeres como “mantenidas”.

“No sé por qué esto me ha pasado muchas veces, ir con el coche y pararme porque hay un hueco, y antes de empezar a maniobrar hay un hombre diciéndome lo que tengo que hacer”, relata Feminista Ilustrada. Matiza que “en la mayoría de los casos han ido con buena intención, nada chulescos, pero si fuera un hombre no lo harían”.

Esa tendencia condescendiente de explicar a las mujeres algo que entienden a la perfección o que saben hacer tiene un nombre: “mansplaining” o, como alternativa en castellano que recomienda la Fundéu, “machoexplicación”.

Otro anglicismo formado con la palabra hombre pone de manifiesto otro tipo de micromachismo, esta vez de un corte puramente físico: el “manspreading” alude a la manera de sentarse de algunos hombres, con las piernas abiertas, mientras a las mujeres se las ha educado en un decoroso cruce de piernas.

“Más puta que las gallinas”, “O follamos todos, o tiramos la puta al río”, “Truchas y mujeres, por la boca se pierden”, “A la mujer, ni muerta la has de creer”, “La mujer y la mentira nacieron el mismo día”, “Mujer al volante, peligro constante”, “Cuanto más prima, más se arrima”... El sagrado y vasto refranero español también perpetúa estereotipos y manidas frases hechas que menosprecian a las mujeres, ese porcentaje de la población que, históricamente echado a un lado del devenir de la historia, no ha podido decir “esta boca es mía” ni siquiera en la paremiología.

En 2015, se puso de moda el concepto “fofisano”, una palabra que unía las características “fofo” y “sano” para crear un nuevo adjetivo que hacía que los hombres con unos kilitos de más se convirtiesen en sexis “fofisanos” sin complejos.

Nada más ilustrativo que una palabra “micro” para evidenciar un problema “macro”. Mientras ellos quedaban eximidos de complejos y se les invitaba a abrazar esa nueva filosofía con artículos sobre los “famosos fofisanos más atractivos”, a ellas la publicidad y la sociedad no les ha dado nunca tregua para exhibirse tal y como son, siempre bombardeadas por férreos cánones de belleza y tachadas de “gordas” a la mínima de cambio.

“Estarías más guapa maquillada”, otra típica frase escuchada por toda mujer, que, mientras tanto, tendrá que oír que qué fea va esa famosa sin maquillar. O que debería ponerse tacones, aunque si se los pone está demasiado alta. O que esos pantalones bajos no resaltan sus piernas, pero si se pone una minifalda va provocando. Y es que la báscula no es el único parámetro con el que se miden los cánones de belleza o la formalidad de las mujeres, así como los que intentan perpetuarlos no pueden dejar de caer en contradicciones.

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