De repente, aparece una moto. Por miedo de que sea un kamikaze del grupo Estado Islámico (EI) o un yihadista que vino a explorar la zona, los combatientes kurdos que protegen la frontera siria abren el fuego. La moto aparece una segunda vez y, nuevamente recibida con tiros, se va.
“Un obús cayó acá, y una familia iraquí está herida. Hay enfrentamientos día y noche. Acá vivimos en peligro constante”, se lamenta un treintañero iraquí. Huyó de Mosul y de la ofensiva lanzada el 17 de octubre por el ejército iraquí con apoyo de una coalición internacional dirigida por Washington para retomar el control de la segunda ciudad de Irak, ocupada por yihadistas.
El hombre disimula su cara con una kufiyya (pañuelo palestino) y se niega a dar su nombre por miedo a represalias contra sus familiares que se quedaron en Mosul. Alrededor de él, en el desierto, cientos de compatriotas esperan en medio de una gran ola de calor. Destruida por la guerra desde 2011, Siria es irónicamente allí donde todos desean llegar. La esperanza es alcanzar el campamento de refugiados El Hol, a kilómetros de donde están, del lado sirio, y donde la ONU se hace cargo de ellos.
La espera es larga. Hace diez días que el grupo está bloqueado en la frontera siria, en los confines de territorios controlados por EI en Irak. Los combatientes de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza arabo-kurda apoyada por Estados Unidos, montan guardia detrás de un muro bajo. Cada día, estallan escaramuzas.
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“Acá estamos en el frente, siempre hay tiros”, lanza otro iraquí, con la cara tapada por una bufanda negra. El también prefiere el anonimato. “Mi hijo está enfermo por el calor. ¿Por qué no nos ayudan y nos hacen entrar en el campamento?”, pregunta.
Más de 200 kilómetros de tierra separan Mosul, último bastión yihadista en Irak, del campamento de refugiados El Hol, en Siria. Una distancia que los iraquíes recorren casi enteramente a pie, esquivando las minas enterradas por EI y los tiros de yihadistas que intentan impedir que los civiles se vayan.
Para explicar la espera impuesta a estos refugiados en la frontera, un miembro de FDS explica que se deben seguir “ciertos procedimientos de seguridad antes de enviarlos al campamento”, por miedo de que se infiltren yihadistas que se hacen pasar por civiles.
Moscú y París advirtieron sobre la huida de “terroristas” de Mosul hacia Siria.
Mientras esperan llegar al campamento, las familias aguardan tendidas sobre mantas y bajo carpas de tela gastada para protegerse del sol. Hombres y mujeres que transportan en sus espaldas o sobre sus cabezas bolsos pesados y petates voluminosos en donde guardaron sus escasos bienes. Descalzos, y visiblemente mal nutridos, los niños picotean galletitas cuando no lloran, debilitados por las grandes diferencias de temperaturas del desierto.
Frente a esta afluencia, el campamento de refugiados El Hol se está agrandando. Alberga entre 6.000 y 6.500 personas desde hace dos años, pero su capacidad debería alcanzar los 30.000 según su director Roder Younes. “El calor y el hambre nos liquidaron”, dice Nawal, un treintañero padre de tres hijos, en medio de un grupo de mujeres.
“A la noche hace frío, tenemos que hacer un agujero (en la arena) para meter nuestras manos y entrar en calor”, deplora una mujer joven que solloza.
El viernes, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) explicaba haber recibido 912 iraquíes “en estos últimos días” en el campamento El Hol.
“Hace una semana que estamos acá, tenemos sed y una caja de agua potable cuesta 1.500 libras sirias (2,75 euros). No la podemos comprar. Lo mismo para el pan: ¡1.000 libras sirias por tres pedazos!” , se lamenta Ibrahim al-Khalf, instalado bajo una carpa temporaria con su mujer y sus seis hijos. El hombre de 50 años agrega: “Huimos de la injusticia. Esperamos no reencontrarla aquí”.