A menudo solemos escuchar en la previa de una toma de decisión colectiva: “Vamos a hacer lo que la mayoría decide”. Para que la decisión pueda tener efecto positivo, en el sentido de obtener lo propuesto en pro del bien común; se debe primero tener un líder o líderes con buenas intenciones hacia los demás (voluntad), acompañadas de una gran dosis de vocación de servicio y conocimiento profundo de las causas de la situación dentro de la cual se desarrolla el tema en cuestión; se debe actuar con honestidad, sabiduría, prudencia y tolerancia hacia los que están en desacuerdo; todo esto, complementar con buenas estrategias, sin necesidad, al principio sobre todo, de utilizar la violencia en toda su expresión. “La violencia engendra más violencia”. Así un buen líder (aunque no sea comprendido por un sector de su gente) obtendrá siempre una buena negociación para sus liderados, ganándose inclusive el respeto de la contraparte.
La mayoría es legal, pero no siempre tiene la razón, cuando que a pesar del esfuerzo denodado de un líder y su equipo de trabajo no se pueda obtener el objetivo propuesto, porque hubo elementos exógenos y mal intencionados, manipulados mediantes argumentos falaces, esgrimidos por sujetos poderosos (generalmente a través de sus operadores o testaferros), a quienes no les conviene que se obtenga el bienestar de los más desprotegidos, porque de ellos lucran (económica y políticamente). Estos malignos explotadores de las personas poseen poder económico, que de por sí ya conlleva al poder político (se puede comprar a las autoridades que legislan y administran el cumplimiento de la ley). Son tan hábiles que infiltran en el momento del debate, sea cual fuera el tema, a personas con cualidades especiales para la desestabilización, encegueciendo al “soberano”, dopándolo con ideas o estrategias bien estudiadas que embelesan, engañan, rayando la hipnosis colectiva, en algunos casos hasta idiotizan, y por ahí llega aquello de “pueblo cretino”. Entonces, es cuando sucede que el buen líder se encuentra sin el apoyo necesario para encaminar por la buena senda la lucha necesaria y sus liderados se inclinan hacia lo que predican los “falsos profetas”.
Hace mucho estamos esperando el “cambio país”, no solo en lo económico, social; también en lo moral, que debería de regular al primero (en la práctica sucede al revés). Ya vamos por casi 3 décadas de sueño y espera, estamos cansados de aquella frase “solo nuestros nietos verán el cambio”. Mientras los gobernantes envían al pueblo tenues señales de mejoramiento, rinden “culto” a los valores negativos que afloran progresiva e inconteniblemente en ellos, que en su mayoría son “comerciantes de la política” que lucran solo para sí, su familia, y para sus incondicionales. Qué lindo hubiera sido si sucediera a la inversa, o sea que la corrupción sea incipiente y los ciudadanos tengamos un equilibrado y progresivo bienestar.
Por los motivos expuestos, reitero, “la mayoría es legal pero no siempre tiene la razón”, y esto desgasta a los buenos líderes que no se dejan manipular por los que hábil pero maliciosamente manipulan el pensamiento del “pueblo” hacia un rumbo ficticio que casi siempre termina en un perjuicio.
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Heraldo Rojas