Cuestión de fe y esperanza

La reinserción de exconvictos a la sociedad duele, cuesta y hace sufrir. Es lo que cuentan los que pasaron por el proceso, que toma un cariz diferente con la inclusión de un empresario en un proceso en que hacen falta toneladas de fe y esperanza.

https://arc-anglerfish-arc2-prod-abccolor.s3.amazonaws.com/public/ZDP6ILAE4NBW3EXVT4OCQCPVPY.jpg

Cargando...

Las segundas oportunidades en la vida tienen una connotación romántica cuando se trata de llevar adelante nuevos proyectos o cuando uno logra librarse de alguna enfermedad. Es el sentido de superación, de renovación o de perseverancia. Pero el romanticismo, en el sentido más lírico de la expresión, desaparece en el caso de las personas que pasaron muchos años en la cárcel presos, hacinadas, privadas de una libertad en un mundo aparte. Ahí es cuando el sentido de la “segunda oportunidad” se torna con el papel de lijar: carrasposo.

Esta, en principio, iba a ser una historia sobre Gustavo Adolfo Fleitas, un jefe del Área de Limpieza Paseo San Vicente –que será inaugurado en breve– del grupo de supermercados El Pueblo; pero para entender la historia de Gustavo Adolfo Fleitas hay que rebobinar la cinta y escuchar al empresario Tomás Dávalos.

Tomás Dávalos recibió la llamada de varios medios desde el pasado 6 de enero, cuando 22 reclusas del Buen Pastor recibieron el indulto presidencial. El empresario es dueño de la cadena de supermercados El Pueblo y decidió dar un puesto laboral a las 22 mujeres que salieron recién de la cárcel de mujeres del Buen Pastor. De perfil relativamente bajo, aprovechó el momento para hablar, según dice él mismo, a la clase empresarial y no solo a la política. Pide a sus colegas, rotundamente, que den segundas oportunidades a quienes se lo merecen.

¿Qué impulsó a este empresario caacupeño de 69 años a contratar a personas que generalmente casi todas las compañías rechazan? ¿Qué hizo que este hombre, que se quiebra durante la entrevista, abra las puertas de sus supermercados y literalmente, de sus casas, a aquellos que pelean por volver a ser aceptados por la misma sociedad que los marginó?

Dávalos contó que hace unos 20 años, cuando era dueño de una mueblería, contrató a un adolescente con Síndrome de Down cuyo nombre se omite y que se apoda “Oso”. Hoy, “Oso” sigue siendo funcionario de la empresa, pero hace 20 años era un chico marginado, ignorado y rechazado. El empresario apostó por “Oso” porque veía en él la oportunidad de ayudar su mamá, una mujer mayor que no tenía recursos. Y así fue. El adolescente aprendió mecánicamente –no tenía de otra manera– a mover cajas y otras tareas menores dentro del depósito de la mueblería.

En esa misma época, Dávalos iba a comprar remedios yuyos a un puesto de Lambaré y estableció amistad con la vendedora, quien tenía un hijo. “Siempre lo veía con una manzana y un libro. Era un chico brillante. Entonces le pregunté a su mamá si me dejaba ser el padrino de su hijo y lo llevé, después de tener los permisos, al depósito. Pronto se hizo jefe de depósito y con ‘Oso’ llevamos adelante el negocio”, relató Dávalos. “Todo lo que la gente necesita es una oportunidad, poner en orden las cosas, poner las cosas en su lugar”, agregó. Ese fue el motivo que lo impulsó: entiende que desde ayudó a los necesitados todo le fue bien. 

Después de diez minutos de entrevista, Dávalos se quiebra. Su rostro comienza a tornarse colorado y las lágrimas comienzan a teñir sus ojos. La pausa entre sus frases se hace más amplia y golpea en compases de negras la mesa donde trabaja: toc, toc, toc.

 

“Yo tuve siempre mucha suerte. No pasé hambre, no pasé frío. Es mucha la bendición y suerte. Siempre la suerte. Desde chico comencé a meterme en la cabeza de que el dinero es solo una herramienta, no es el fin. Entonces, comencé a pesar que si es una herramienta, hay que usarla, y hay que usarla para el bien. Hay un momento de la vida en el que tenés que pensar si tu capacidad va para el servicio del bien (…) Normalmente las personas que vienen a buscar trabajo consiguen acá, pero nuestra escuela es difícil, es exigente: el que fumaba tiene que dejar de fumar. El que tiene la dentadura jodida tiene que resolver. El que está en el alcohol tiene que dejar. Perdóneme”, dice este hombre que hoy lleva, con sencillez, una remera tipo polo de color azul y franjas negras y blancas. Su escritorio está en el medio de la obra del paseo, que se inaugura en unos 15 días, y hay una fila de personas esperando hablar con él. Su teléfono no cesa de sonar, pero él lo pone en silencio y sigue con la conversación. No hay nada que perdonar en las lágrimas que traen los recuerdos.

Aquí es donde entra a jugar esa suerte, ese azar de las segundas oportunidades: Dávalos les abre las puertas a esas personas a las que ustedes no le confiaría sus movimientos, o sus negocios, o su vida. “Es importante un cambio en la mentalidad y en la misma justicia. Todo tiene riesgo en la vida. ¿Qué es lo que no tiene riesgo en la vida?”, espetó con un pudor casi filosófico.

Dávalos es consciente de que si las indultadas fracasan, o los exconvictos fracasan en este proyecto de reinserción, la cuestión para quienes tienen la esperanza de tener esa misma oportunidad será mucho más difícil. “¿Y si fracasa quién se va a animar más (a aumentar la cantidad de indultados o darles trabajo?”, se preguntó.

“¿Qué pasa con una persona así? Muchas cosas en ese periodo que estuvo encerrada se le desordenaron. Entonces, ¿qué hay que hacer? Ayudar a ordenarlas. Hay algunas que manifiestan que se cansan, que no aguantan el ritmo de trabajo. Ahí se debe motivarlas, acompañarlas (…) El arreglo tiene que ser integral para que ellos a su vez devuelvan a la sociedad cuidando su conducta. De eso se trata”, sentenció.

La formalización de los empleos es, para don Dávalos, la clave del progreso de un país. “No hay país que haya avanzado con la esclavitud. Es simple. Si vos ganás más, vas a comprarme más cosas en mi supermercado. ¿De qué sirve que vos tengas mucha plata y el resto no? ¿De qué me sirve?”, insistió.

Contamos la historia de Tomás Dávalos para luego relatar la de Gustavo Adolfo Fleitas, un formoseño de 45 años de tez morena que recorre la obra sin inaugurar con una escoba monumental. Hace un año, Fleitas hacía mezclas de cemento en la obra y hace dos, era un recluso en Tacumbú. Hoy es el jefe de Limpieza del Paseo San Vicente.

 

“Yo hice mi vida solo, sin mi padre ni mi madre (…) Después empecé a conocer gente que no estaba andando por buen camino y empecé en un mundo erróneo por necesidad, porque más que nada era por necesidad, pero por inconsciencia también. No sabía la magnitud de lo que estaba haciendo. No tenía nadie a mi lado que me guíe. Robábamos. Ellos (sus compañeros) me estimaban porque tenía ímpetu. Ellos eran mi familia. Aprendí con ellos cosas buenas y malas: con las buenas me defiendo y de las malas trato de olvidarme. Fue una vida rotativa, un tiempo portarme bien, un tiempo caer profundamente. Tuve muchas entradas en Argentina y acá en Paraguay me casé con una chica que se llama Evangelita Acosta, tuvimos cuatro hijos. Pero después me junté con otro grupo para traficar armas entre Paraguay y Argentina. En ese tiempo caí preso. Fue duro para mí, por los chicos. Tenía un bebé de seis meses. Eso hizo que meditara sobre mi vida, eso fue en el 2009”, reflexionó.

Paradójicamente, Fleitas dice que sus padres tienen un buen pasar en Argentina pero que ya no creen en él, no creen que cambió y que se mantendrá así por un tiempo. “Cuando uno está en los delitos y en la droga, uno lleva una cruz, por eso uno busca refugio en una persona del mismo carácter”, detalló.

El exrecluso de Tacumbú contó cómo funciona el sistema para quienes dejan la cárcel. El grupo delictivo adonde pertenece la persona le da dinero para sostenerse, al no encontrar uno trabajo. Pero ese favor tiene que pagarse con favor, es decir, con hechos delictivos. Así se genera un círculo interminable de ingresos y salidas desde la cárcel.

“Hoy en día el señor (Dávalos) me dio cobijo acá, y me dio una casa para vivir con mi familia. Me dio el espacio que se merece para nosotros. Todos fueron cordiales con nosotros desde que le conocí a través del padres Luis Arias (capellán de Tacumbú)”, agradeció.

Finalmente, Fleitas reveló que la “tentación” siempre está, pero que el pasado está olvidado. “Uno sabe detectar lo que es fácil, pero aprendí el límite. Yo quiero ser algo mañana. Algo más grande. Quiero ser artesano, estudié en Corrientes, en la Escuela de Bellas Artes. Ese es mi sueño: tener mi tienda de artesanía”.

MAÑANA: Otra historia de superación. Las indultadas y su nueva vida.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...