Dos clientes piden la cuenta. Juliana o mejor dicho, Juli, les cobra y retira los platos. Atiende nuevos pedidos. Esta es su rutina desde hace 40 años en el céntrico restaurante, incluso cuando se derroca a un presidente. “A eso de las once y media de la noche entraron unos policías y nos avisaron que había un golpe de Estado”, dice al recordar la noche de La Candelaria de 1989.
Mientras el general Alfredo Stroessner era depuesto por su consuegro, el también general Andrés Rodríguez, en El Bolsi ordenaron bajar las cortinas. La propietaria estaba en el extranjero pero seguía de cerca lo que ocurría en el país. “Nos pidió cerrar y que no salgamos. Y que tomemos cocido. Le mandó decir a los clientes que se queden acá adentro”, recordó.
Con el cocido para hacer pasar las horas, clientes y empleados amanecieron en el restaurante ese 3 de febrero, entonces feriado de San Blas. Juliana recuerda que caminó desde Estrella y Alberdi – donde está el local – hasta la avenida Gral. Santos, ya que su casa queda en Cambala. Hasta hoy se traslada en colectivo, pero ese día tuvo que andar.
“Caminé como 30 cuadras, tres kilómetros yo solita. No había nada, todo era silencio, ni un pajarito volaba”, expresó. Pero al tiempo que Juliana se alejaba del centro asunceno, otros cientos iban llegando en la mañana para celebrar la caída de 35 años de dictadura. La gente había tomado las calles y no habría represión por ello. El tirano había sido derrocado.
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Juliana vive cerca del Batallón Escolta Presidencial. Dice que cuando llegó a su casa aquella mañana, los morterazos y ráfagas de metralla también habían causado estragos en su vivienda. Para forzar la rendición de Stroessner, que se refugió ahí, los militares golpistas habían atacado ferozmente el Escolta. En el ataque, murieron (niños) soldados. Algunos hablan de cientos de soldaditos muertos; la cifra oficial menciona no más de la veintena.
La mujer se siente afortunada de no haber dormido en su casa aquella noche. Según relata, una vecina resultó herida durante el ataque militar y en consecuencia, murió poco después. “Hoy, hace 28 años que yo recé mucho para que estas cosas no vuelvan a pasar. Porque es muy triste, estar con ese miedo. Todo lo que pasó, no era fácil”, dijo.
“Era para la democracia todo eso, ¿verdad?”.
Juliana tiene 68 años y sigue trabajando de lunes a viernes en el restaurante. Con orgullo cuenta que es moza desde hace 54 años. Más de lo que duró una dictadura; más de lo que lleva una democracia en Paraguay.
