Excombatiente cumple 102 años en Carapeguá

CARAPEGUÁ. Un emotivo momento se vivió ayer en la vivienda del último excombatiente de esta ciudad, don Escolástico Báez, quien cumplió 102 años. Recibió el saludo de familiares, amigos, autoridades militares y locales.

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Fue una gran fiesta popular en que la reliquia de la compañía Cerro Pinto, don Colá -como lo llaman sus allegados-, emocionado, recibió el saludo de los concejales municipales que llegaron con sirena de los Bomberos Voluntarios de este municipio y la retreta ofrecida por la Banda de Músicos de la Artillería de Paraguarí. El coronel Maximino Álvarez, del Comando de Artillería de Paraguarí, hizo entrega de un velador preparado con vainilla de balas.

La gran fiesta del excombatiente de la Guerra del Chaco (1932-1935) Escolástico Báez se celebró en su domicilio y él demostró a los presentes que aún podía bailar y emocionó a sus ocho hijos: Filomeno, Francisco, Juan Isidro, Mariano, Cándido, Andrés, Eugenia y Anacleta. Igualmente, hizo lo propio con sus 42 nietos y 36 bisnietos.

Al salir a la pista a bailar don Colá, se prendieron a la fiesta popular animada por la banda de músicos de la Artillería de Paraguarí y los presentes no ocultaron la emoción de ver a un héroe de la patria tener tantas ganas de seguir viviendo aún.

Su hija Anacleta Báez (55) está al cuidado de su padre, que solo tiene problemas de la vista y -excepto esto- lleva una rutina diaria normal. Su vida diaria comienza con sus oraciones ante las imágenes de San Blas y la Virgen María, en su vivienda. Luego, desayuna leche con maní y coco; a la media mañana consume frutas y, de almuerzo, alguna comida típica.

Don Escolástico, siendo muy joven, se enlistó para servir a la patria. A los 17 años fue al Chaco, donde luchó durante tres años. Fueron tiempos difíciles y hubo momentos desesperantes, pero tenía en la mente y el corazón a la familia y la patria, cuyo territorio tenía que defender.

Don Escolástico recuerda que se llamó a los voluntarios y él, sin dudar, se enlistó, ”porque dije que nadie debe despojarnos ni de un pedazo de tierra, y menos sin luchar”. Al terminar la guerra, en 1935, regresó a Cerro Pinto y tuvo que trabajar duro para comprarse un pedazo de tierra.

Comentó que, pese a que en aquel entonces en la zona había extensas tierras fiscales, el Estado no le donó nada en agradecimiento por su lucha. Para cada soldado, la vida continuó igual, sin reconocimientos ni privilegios, dijo.

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