Un rincón para la historia

En un distrito rodeado por la historia, en una esquina en particular lo que inició como una colección privada se convirtió en un museo visitado por quienes buscan revivir y conocer más sobre los momentos cumbres de la memoria de nuestro país.

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Llegar hasta el museo “Don Maximino - La defensa de Humaitá” no es nada difícil una vez que se llega hasta el casco urbano de Humaitá, el distrito del departamento de Ñeembucú asentado en un recodo del río Paraguay y distante unos 400 kilómetros de Asunción. La pequeña casa convertida en una exposición de elementos históricos se encuentra en una esquina a pocas cuadras de las históricas ruinas que sirvieron como cuartel general del Mariscal Francisco Solano López durante varios momentos importantes de la Guerra contra la Triple Alianza.

Conseguir llegar hasta Humaitá si puede ser un desafío si se tienen en cuenta las pésimas condiciones de la ruta IV desde San Ignacio Misiones hasta Pilar y el tramo de camino de tierra que hay que hacer para llegar hasta esta localidad. Pero de esa cuestión en particular hablaremos en otro momento.

Humaitá, como varias otras localidades del Ñeembucú, fueron escenarios de vital importante durante los años del desarrollo de la Guerra contra la Triple Alianza. No muy lejos del casco urbano del distrito se encuentran las trincheras de Curupayty, escenario de la victoria más grande conseguida por el ejército paraguayo contra los aliados y cuyo aniversario número 150 fue recordado días atrás.

Una vez adentro de la vivienda convertida en museo, la historia comienza a aparecer en cada rincón y con cada pequeño elemento que parece estar a la espera de la atención de los visitantes para contar las memorias que en él están guardadas.

“Este lugar nació con mi padre”, cuenta Vicenta Miranda, una docente criada en Humaitá y una gestora cultural de reconocida trayectoria en prácticamente todo el departamento de Ñeembucú.

Don Maximino Miranda había crecido en su Sapucái natal escuchando las anécdotas de la Guerra Grande que eran relatadas por una pareja conformada por una residente y un veterano de la contienda. Su pasión lo empujó a visitar los viejos campos de batalla en Ñeembucú y a quedarse en ese departamento.

Allí, don Maximino compró algunas tierras en zonas históricas. Un día mientras labraba esas tierras se encontraría con el primer objeto de su colección: un espadín que refulgía de lo precioso que era. Un militar que formaba parte del Comando de Ingeniería, unidad encargada de la construcción de la ruta cuarta, lo visitaba todos los días para tratar de convencerlo de que se lo regalara. Era una visita de al menos una hora por jornada.

Finalmente, la insistencia fue recompensada y don Maximino accedió al pedido, no sin antes darle un mensaje claro al militar: “Confío en que vas a cuidar este recuerdo de quienes pelearon por nuestra patria y por eso te lo regalo. Tenés que guardarlo en un lugar importante y bien cuidado”.

Don Maximino amaba labrar la tierra y fue precisamente haciendo eso que se topó con numerosos objetos históricos. A ello había que agregarle su afición por el relato de las historias, una cualidad que cultivaba muy bien gracias a su excelente memoria y a la lectura de importantes libros, actividad a la que se dedicaba en los pocos ratos libres que tenía.

Ese amor fue trasladado a sus hijos y tras su fallecimiento, fue Vicenta quien se encargó de seguir con la tradición familiar. Poco después de la muerte de su padre, una persona se acercó a ella pidiéndole que le vendiera los libros y los objetos de don Maximino. “Le dije que jamás me iba a desprender de eso porque sí nomas. Es la memoria que tenemos de él”, cuenta sentada en el patio de la casa museo.

Desde entonces, y con la ayuda de algunas personas, se consiguió organizar el museo. “No es grande, pero es un espacio donde podemos recrear la historia, vivir, sentir y por sobre todo recordarle a él, a mi papá”, asegura la docente.

Miranda no sabe precisar la cantidad exacta de objetos que forman parte de la colección familiar y reconoce que el inventario es aún un trabajo pendiente; eso sí, asegura que hay bastantes y variados, aunque algunos no se encuentran actualmente expuestos al público como algunas importantes como una tuneciana. Para la colección colaboró también el doctor Juan Bernabé Osorio, quien se casó con la hermana de Vicenta.

Armas, proyectiles de diferentes calibres de cañones paraguayos y aliados, una olla grande, minas fluviales o torpedos iguales a los que se creen que hundieron al Río de Janeiro en la batalla de Curusú, tinteros, frascos de perfumes, botellas de la época que conservan su etiqueta y el kyguá vera son algunos de los objetos que se pueden observar en el museo.

Aunque pocos, también hay objetos de la posguerra como máquinas de coser de principios del siglo XX; sin embargo, la colección está conformada principalmente por materiales de la época de la Guerra de la Triple Alianza.

“No contamos con apoyo estatal. Este es un esfuerzo familiar y ahora mantenerlo, enriquecerlo, a veces adquirimos en compra. No tuvimos ni tenemos el apoyo estatal”, afirma.

El museo se encuentra en funcionamiento desde hace ya casi una década pues abrió sus puertas a 2007 y la afluencia de turistas es importante todo el año, principalmente en la época en la que se recuerdan momentos cruciales de la contienda que dejó devastado a nuestro país.

Para poder visitar el lugar, simplemente hay que agendar una visita con Vicenta llamando al 0985 270 690, a fin de poder asegurar su presencia pues como realiza también trabajos de guiado turístico muchas veces se encuentra en los campos de batalla o recorriendo la comunidad.

En una esquina de una ciudad cargada de historia, una casa repleta de memorias espera a quienes quieren conocer un poco más de la Guerra Grande.

juan.lezcano@abc.com.py - @juankilezcano

Fotos: Juan Carlos Dos Santos, ABC Color.

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