Abolición del Congreso

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La ciudadanía ha dado una buena señal al expresar su voluntad de terminar con este congreso inventado, una manada de vividores que no representan al pueblo ni a la patria, sino, a sí misma. Ambas cámaras son un adefesio que no justifica su existencia.

Debido a la putrefacción reinante, a la opresión ejercida, a la mafia corporativa, a su nulo servicio al pueblo y al alto costo que constituye para el estado paraguayo (Presupuesto Nacional), ya nadie desea ser representado por esta caterva de vampiros y alimañas. La población solo desea declarar, proceder y actuar por derecho propio y no por interpósita persona o cofradía.

Gavillas de partidos políticos que se etiquetaron como ciudadanos de “primera clase” y “honorables”, se alzan contra sus mandantes: el pueblo. Inservibles e insensibles ante realidades sociales recónditas, los clamores nacionales nos llevan a la implosión del sistema, produciendo en consecuencias, la extinción de este congreso de manteca, una abolición que se vuelve necesaria y urgente. Se aprecia este deseo generalizado.

Cuando la disolución del congreso se concreta por voluntad popular, es legítima. No así cuando ese cierre es producto de la decisión personal de un tirano y; peor aún, si para ello utiliza a las fuerzas públicas como las milicias y la policía en contra del propio pueblo. Más que nunca el artículo 138 de la Constitución Nacional pide a gritos engendrar su desaparición ya que en todo este tiempo solo ha servido para nutrir a delincuentes multicolores, de toda especie y calaña.

Desde dentro de la cámara, el senador Paraguayo Cubas ha desnudado la obsolescencia de esta casta llamada congreso, concilio que está fungiendo -supuestamente- como delegado y servidor del pueblo. “Payo” lo ha desenmascarado, un conglomerado manejable que se dedica al servilismo total a una casta burguesa y oligárquica de los gobiernos de turno, dando por completo, la espalda a la ciudadanía.

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“Payo” es el eco de los campaneos callejeros, es el grito del pueblo, es el sendero campestre por donde transitan los pies descalzos de una bandera desvencijada por la traición, pero izada y abrazada por la pasión insondable de una idiosincrasia plantada en esta tierra colorada. Mujeres, niños y ancianos; peones, adolescentes y caballeros; todos pisoteados hasta la asfixia. ¿Dónde están los tres poderes para defender y enaltecerlos?

El pueblo paraguayo está desahuciado. No hay recepción de sus inquietudes, tampoco existe respuestas a sus necesidades urgentes, nadie es atendido en sus reclamos. Se hallan en la indefensión total, destrozado. Sus autoridades no les sirven porque estas se alían a sus agresores, a sus verdugos, a sus enemigos. El vecindario de los poblados se está muriendo de hambre, de pena y de graves enfermedades, creadas y adquiridas.

Los políticos no ejercen el servicio a la comunidad, no legislan para el interés nacional, sino, para su sector y la de sus patrones. Defienden banderas foráneas y no nacionales. Abren las puertas a la invasión territorial contra los héroes nacionales y sus hijos paraguayos. Se alimenta a unos políticos desfachatados, perpetuos, fijos, infinitos, perennes, inagotables, eternos, inamovibles, absolutos, inmortales; como si fueran los seres supremos de la patria.

Marito está por cumplir 100 días de gobierno y en todo este tiempo solo se ocupó de las baratijas y hojarascas, totalmente divorciado del Paraguay profundo. Igual a todos sus antecesores, está lejos de la realidad económica-social del paraguayo. Cabe recordar que un solo presidente, jamás estuvo en el frente para defender a su pueblo de las invasiones, fumigaciones y desalojos de los humildes paraguayos que en la soledad absoluta, solo pudo llorar sus angustias y desesperanzas.

La quemazón de los cultivos, enseres, rancheríos y de la bandera tricolor, pulverizan la psiquis, la sangre y el sentimiento ancestral de los paraguayos, con la terrible sentencia de convertirlos en extranjeros de su propia tierra, esa heredad que le encomendaron sus ancestros. Así, los forasteros logran extinguir la “identidad nacional”, porque su ejercicio y defensa, aparecen como la causa de martirios y de muertes.

Estado calamitoso, autoridades impías, funcionarios cobardes y jerarquías vendepatrias, hacen de la república su propio campo y oasis. Marito no rompe este sistema, al contrario, forma parte de él y lo prolonga, entonces no resulta ser la solución del país. Es una pérdida de tiempo, como lo fueron todos sus precedentes y aquellos políticos ocupantes de los tres poderes, llenando sus faltriqueras en medio de la fanfarria sectorial.

La institucionalidad es puro palabrerío, una pantalla, un absurdo porque no existe. La han convertido en cenizas, imponiendo anárquicamente la voluntad de los capos del hampa. Los partidos o nucleaciones están nulas e inútiles, tampoco valen las doctrinas porque no se acata, mucho menos sirven los estatutos y para nada los políticos. Hay ladrones por doquier en cada esquina, carcomiendo el hábitat de los paraguayos de bien.

En consecuencias, retratado el ambiente nacional, ¿Para qué se quiere un Congreso cuya fisonomía es un esperpento existencial? Es preferible su extinción y que la gente obre por sí y para sí. No se requiere de delegaciones, de representantes ni de letrados ni fanfarrones. La sociedad como tal se puede protagonizar a sí misma y actuar en consecuencias.

Escrachadores, movilizados, marchadistas, multitómanos, pueblo y ciudadanía en general ya desean cercar al congreso hasta su caída definitiva para luego ocuparse de los otros poderes. Se ha concluido que no resta otro camino para acabar y defenestrar a los corruptos y la corrupción. La abolición es el único método revelador para un cambio real y definitivo. “La rebelión de las masas” de José Ortega y Gasset, está a punto de sacudirse en Paraguay.

alcandia@abc.com