Crisis rohingya: de la violencia a la desesperanza

El 25 de agosto de 2017 se inició un éxodo masivo y forzoso en el que más de 700.000 rohingyas llegaron a Bangladesh huyendo de la persecución y la violencia que sufrían en Myanmar.

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En apenas un mes, al menos 9.000 rohingyas murieron en el Estado de Rakhine, según relevó Médicos Sin Fronteras (MSF) a través de encuestas realizadas en los asentamientos. Se calcula que al menos 6.700 rohingyas fueron asesinados según en las estimaciones más conservadoras. De ellos, al menos 730 eran niños menores de cinco años.

Desde entonces, el campo de refugiados de Kutupalong-Balukhali se convirtió en el más grande del mundo. Allí, cientos de miles de personas viven hacinados y tienen muy poco acceso a agua potable, letrinas y lugares donde asearse. Además, no disponen de oportunidades para acceder a la educación, a un trabajo o a atención médica.

 

Por otro lado, la negación de su estatus legal y la falta de estructuras y servicios que puedan funcionar a medio o largo plazo, continúa atrapando a los refugiados en un ciclo interminable de sufrimiento que afecta a su salud tanto física como mental.

Los principales problemas médicos que MSF atiende están asociados a las malas condiciones de vida: diarreas, infecciones respiratorias, problemas en la piel. Los equipos de MSF también proporcionan atención en salud mental, no sólo para tratar las consecuencias del trauma sufrido en Myanmar, sino también la incertidumbre acerca del futuro, la falta de libertad para tomar decisiones y las condiciones de vida en los campos.

Ante esta situación, MSF denuncia que se deben encontrar soluciones más duraderas para responder a lo que probablemente sea un período prolongado de desplazamiento masivo.

 

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