Nuestro país mantiene el dólar a valores bastante estables, sin grandes variaciones ni a la alta ni a la baja, desde hace varias décadas. Los niveles anuales de inflación hace añares que no pasan de un dígito. El déficit fiscal anual se mantiene dentro de lo legalmente permitido.
En otro orden, nuestros principales rubros de exportación, soja y carne, continúan trayendo grandes fajos de billetes verdes, lo cual contribuye a que cada año tengamos una tasa de crecimiento un poco por encima del promedio sudamericano.
Como en los últimos años también hemos recibido importantes inversiones, sobre todo en el ámbito inmobiliario, los expertos financieros sostienen que, en general, nuestra situación macroeconómica es bastante buena.
Si solo vemos lo citado anteriormente, podríamos pensar que, quizás, estamos igual que Alemania, Japón o Nueva Zelanda..., pero no es así. Los árboles mencionados ocultan gran parte del bosque restante. Existe otro Paraguay bastante diferente de la pintura macroeconómica.
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Hay miles de niños harapientos, pidiendo limosnas en las calles, en lugar de estar en los centros educativos. Cada semana asistimos a deprimentes escenas de grupos indígenas que toman las plazas céntricas de la capital en reclamo de ancestrales problemas de tierra y asistencia que jamás se resuelven.
A diario surgen casos de personas del interior que fallecen porque no hay médicos ni medicamentos en los centros de salud o porque la solicitada ambulancia nunca llegó para trasladar al enfermo hasta algún centro hospitalario de referencia.
Miles de adolescentes y jóvenes compatriotas ya abandonaron hace rato el colegio, se undieron en el fango de los estupefacientes destructivos o, como medio de subsistencia, se convirtieron en tortoleros, ladrones de barrio o "motochorros" en cualquier calle.
Muchas familias campesinas dejaron sus hogares rurales y ahora se hacinan en villas miserias o se convirtieron en damnificados por las inundaciones. A vuelo de pájaro, vemos entonces que en el suelo guaraní conviven dos pueblos con realidades diametralmente diferentes. Es una situación triste y lamentable que no debería ser así.
La responsabilidad de esta inhumana situación corresponde, en primer lugar, a la clase dirigente política, que se ha preocupado más por su bienestar particular que por el bien común de la gente ordinaria. También, en cierta medida, a la reducida clase económicamente súper privilegiada porque no aporta lo necesario en emprendimientos o iniciativas que promuevan una mayor equidad social.
Nuestros graves problemas socioeconómicos no tienen soluciones de urgencia, no existen milagros a corto plazo. Lo que sí se puede pedir es que las autoridades nacionales y los grandes empresarios tomen conciencia de esta situación y busquen caminos válidos para ayudar solidariamente a millones de paraguayos a ir mejorando, aunque sea de a poco, su situación económica. Somos una nación pequeña y con pocos habitantes, no debería ser demasiado difícil dar una mano a los compatriotas marginados para que vayan saliendo lentamente del pozo.
ilde@abc.com.py