Curso para ser presidente

Debe ser una falla en nuestro sistema de convivencia en democracia: nadie estudia para ser presidente de la República y por eso tenemos tantos gobernantes mediocres. Un vistazo rápido a varios países nos confirma la falta de buena gestión en el poder.

Cargando...

Una antigua frase irónica sostiene que si el poder estuviese en manos de los exgobernantes, los países andarían mucho mejor. La hipótesis se basa en el hecho de que muchos expresidentes, cuando ya se bajaron de los sillones del Ejecutivo, reconocen que cometieron muchos errores y que, si pudieran retroceder en el tiempo, harían las cosas de manera correcta.

Gobernar un país es difícil y si la persona elegida para hacerlo no tiene preparación ni experiencias básicas en gestión del poder, probablemente se hundirá en los pantanos de las decisiones equivocadas, la soberbia, el abuso de sus facultades ejecutivas y las eternas garras de la corrupción.

En nuestra corta experiencia de vida democrática, solamente el expresidente Nicanor Duarte Frutos reconoció que, en un determinado momento, dominado por su soberbia, intentó violentar el orden constitucional al proponerse continuar en el cargo por un segundo período.

No se puede decir que los paraguayos no intentamos probar diversas fórmulas. Comenzamos dando gracias a un militar que había derrocado al dictador, seguimos con un ingeniero presuntamente exitoso como empresario, luego optamos por el compañero de la chapa encabeza por un general golpista que apenas aguantó ocho meses en el poder.

Por decisión de la Corte Suprema de Justicia, agarró el timón presidencial un veterano político experto en todo y en nada al mismo tiempo: lo siguió un periodista que al principio pintaba bien pero se descarriló a mitad del camino. Gran sorpresa produjo luego la elección de un exobispo, nada más y nada menos que el abanderado de los pobres y marginados, pero el sistema le puso una zancadilla y lo envió a la cuneta.

Cuando pudimos elegir de nuevo, entró a la cancha por la ventana un empresario con mucho dinero aunque no muy buena reputación, que de gobernar no tenía idea pues nunca había ocupado un cargo público. Como era de esperar, sus empresas personales tuvieron un gran crecimiento, sus gerentes sustituyeron a los ministros y el país anda a los tumbos, como siempre.

Ahora estamos de vuelta en otra disputa por el sillón de los López. El partido numéricamente más grandes apuesta por un político de profesión, cuyo padre formaba parte de la corte íntima del exdictador. El segundo partido tradicional se vuelve a jugar por el mismo caballo que en los comicios anteriores: su propio presidente, quien, en esta ocasión, se ha aliado con los demás partidos y movimientos de la oposición.

Ambos candidatos tienen mucha experiencia política e, ideológicamente, no presentan muchas diferencias. Conocen el terreno que pisan y llegar a ser presidente de la Nación tal vez siempre estuvo entre sus aspiraciones. Dicho esto, volvemos al planteo inicial: hasta ahora nadie ha demostrado estar preparado para ser presidente y todos cometieron graves errores durante su gestión en el poder.

Al que gane, Abdo o Alegre, le espera un trabajo muy difícil; el país sufre problemas estructurales en las áreas más vitales para la población: un tercio de la gente está en situación de pobreza, el sistema educativo es un desastre, la salud pública anda en bancarrota, los campesinos lloran miseria todo el tiempo, miles de compatriotas no tienen trabajo y, lo más jodido, los sinvergüenzas que hacen negociados con los fondos públicos están ahí, sentados, esperando a ver con quiénes harán compras o ventas sobre o sub facturadas a costillas de los ciudadanos contribuyentes.

Claro que dictar un curso para quienes quieran ser presidentes no solucionará problema alguno; iría en contra del principio básico de que todos somos iguales ante la ley y que cualquier ciudadano puede aspirar legítimamente a ser jefe de Estado. Pero, algo tenemos que hacer para mejorar el nivel y la calidad de desempeño de nuestras autoridades.

Tal vez la respuesta solo podrá darse a largo plazo, a medida que la población vaya teniendo un mayor bienestar socioeconómico y una mejor educación cívica. Quizás entonces tengamos una buena opción por quién votar. Mientras, seguiremos arando con los bueyes que tengamos. ¡Salud por las elecciones del tricentenario de nuestra independencia, allá por el año 2111!

ilde@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando ...