“In vitro”, jugando a ser Dios

Toda manipulación genética del embrión de un futuro bebé despierta, por un lado, curiosidad y, por el otro, fuertes polémicas de ética y moral. ¿Alguien juega a ser Dios para decidir si da o no la vida humana?

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La Corte Suprema de Justicia acaba de rechazar una acción de inconstitucionalidad tras un amparo promovido por un hombre que pretendía interrumpir el proceso de una fecundación “in vitro” en su etapa final. El recurrente había dado su conformidad y accionado para la reproducción asistida, pero luego rompió relaciones con su pareja y por ello quiere abortar el proceso; la mujer insiste en continuar con el tratamiento hasta tener a su bebé.

La mujer había pedido, hace ya más de un año, una autorización judicial para culminar el proceso de reproducción asistida iniciado con anuencia y participación del futuro padre, pero cuya conclusión se vio inesperadamente comprometida ante la posterior negativa del mismo de seguir adelante con el tratamiento.

En películas de ciencia ficción, solemos ver todo tipo de manipulación genética, respondiendo a razones políticas, económicas, sociales o simples preferencias personales. La fecundación asistida en un tubo de laboratorio constituye un gran logro de la ciencia médica para ayudar a los matrimonios que no pueden tener hijos de manera natural.

Cuando la pareja acude a este recurso científico debería ser plenamente consciente de que, una vez iniciado el proceso, no hay vuelta atrás. La vida de un ser humano no es un juguete que hoy se puede usar porque da gusto y mañana se tira al basurero.

Por encima de las normas jurídicas aplicables en la materia, rigen los principios éticos y morales que establecen la prioridad absoluta de defender la vida de una persona, incluso la de un embrión, porque la vida empieza en el mismo momento de la fecundación.

La ciencia sin moral puede volverse radicalmente inhumana. En el presente caso, el embrión ya fecundado está hace más de un año en un tubo de laboratorio, congelado, a la espera de que la justicia decida si continuaba el tratamiento hasta convertirse en bebé o, sencillamente, el material se convertía en deshecho hospitalario.

Algunas personas argumentan que hechos de esta naturaleza no deben mezclarse con principios éticos ni creencias religiosas. Eso es imposible, porque cuando se trata de defender la vida de un ser humano, aunque solo sea un embrión en proceso de gestación, la civilización y la conciencia de los padres y de los médicos deben tomar decisiones. La opción entre continuar o interrumpir un embarazo siempre conlleva la aplicación práctica de principios éticos o religiosos.

En el presente caso, la madre continuará con su tratamiento de fecundación asistida y tendrá a su bebé. Que el padre no lo quiera ya es otra cuestión, pero primero siempre debe estar el derecho del bebé a la vida, aunque al nacer, de hecho, sea un huérfano en cuanto a la figura paterna.

ilde@abc.com.py

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