La APF y sus tropelías (I)

La noticia de que la APF está negociando para adquirir el complejo futbolero del ex club Tembetary, ubicado en Ypané, no resulta nada halagüeño para el fútbol nacional, por los nefastos antecedentes que aún perviven en el ánimo de la afición deportiva.

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En torno a estas dos instituciones, el club y la asociación, hubo varias redes tendidas con tufos pestilentes por las toneladas de peces muertos aparecidos en esas trampas. Nadie olvida los entuertos protagonizados, heridos y lisiados que dejaron el mbaretépe de la mafia futbolera que literalmente liquidó a un club de fútbol.

Todo individuo involucrado directa o indirectamente con el fútbol paraguayo sabe que dicho patrimonio del club Atlético Tembetary, desposeído/hurtado/despojado, fue fruto de maniobras, simulaciones, amaños y diseños jurídicos para rematar y escamotear a la institución de su genuino patrimonio, inviolable y precautelado por el Estado paraguayo.

Primero se arremetió con el local ubicado sobre la avenida Eusebio Ayala, pero luego, gracias a algunas transferencias producidas, posibilitaron comprar las tierras de Ypané, supuestamente a nombre del club, mudándose a ese distrito. Pero, el despilfarro, el desorden y el descrédito de su “presidente mau” llevaron a este a cometer un segundo atentado, un nuevo remate entre gallos y medianoche.

El club Atlético Tembetary fue fundado el 03/08/1912, por un grupo de vecinos de una barriada campestre y deportista, logrando con el empeñado esfuerzo de pobladores, adquirir ese emblemático terreno en el Km 3, lugar donde abundaba este árbol nativo, especie que prolifera en las cercanías de las aguadas, en este caso, al arroyo Tembetary, hoy día, mal llamado Mburicao.

Después de gloriosas tardes y ejemplares gestiones de sus dirigentes primigenios, un buen día, el club fue blanco de un atropello pandillero sin límites. Es el típico caso de un artero y condenable acto de usurpación y despojo. Institución típica y centenaria, hoy un populoso barrio, fue víctima de un bosquejado pillaje, una ratería escalofriante.

La historia de la rapacería se inició hace más de 30 años. Después de que insignes dirigentes y luchadores sociales enaltecieran al club, apareció un personaje de baja ralea con el nombre de Epifanio Rojas Carísimo, tomando el club Atlético Tembetary con objetivos oscuros, no muy santos y con fines ajenos a la vocación deportiva.

Este autócrata que se hizo llamar “taita guasu”, procedió como quiso con la institución, jamás permitió a nadie que asome el hocico por el club. Se pasaba mintiendo con descaro. Después de un tiempo, increíblemente la entidad fue rematada por una supuesta deuda salarial al preparador físico Eusebio Ortiz Rojas (†).

Los meses de jornales alcanzaban la mísera suma de  G. 10 millones. Este profesor se prestó al juego, al plan de saqueo a cambio de una tajada. Previas conversaciones, indicaciones y una estricta aplicación del libreto, Ortiz demandó al club por la deuda y así se inició el plan urdido.

Con algunos socios leguleyos, Epifanio Rojas manejó los hilos del juicio, disfrazando todo para “legalizar” el ardid. Con el tiempo trascurrido, el mismo profesor Ortiz, molesto por no ser gratificado adecuadamente por el “golpe” fraguado, se apersonó a mi oficina y me confesó apesadumbrado todos los pormenores del “paquete armado”.

Así me enteré de que era pariente cercano del presidente-rematador Epifanio Rojas, quien se ancló en el club en contra de la masa societaria y la gran barriada; asociados que jamás aceptaron complicarse con su estilo capomafioso de gobierno.

Se apropió del club solo para producir y vender jugadores. Siguió hasta el presente usando esa carcasa orgánica para sus proyectos personalísimos, enviando chicos a diferentes clubes del exterior, tentando que los pimpollos florezcan para hacer dinero de las flores, como fueron los casos de Fabián Caballero, Nelson Cuevas y Nelson Haedo Valdez y otros connotados atletas.

En todo ese tiempo, por comisión u omisión, la Liga de entonces fue cómplice con su conocimiento y silencio, permitió todos los excesos sin que pusiera freno a las malas intenciones. Óscar Harrison, presidente a la sazón, andaba de amores con “Epi”, siendo este el enlace para la llegada de Ladislao Kubala al Paraguay como entrenador de la selección nacional. En el buen decir del idioma, eso se llama connivencia.

La matriz debió intervenir para salvaguardar la institucionalidad e integridad de su afiliada, pero no lo hizo, miró a los costados e ignoró el abierto escamoteo. Harrison solo intervenía cuando no había sumisión dirigencial a su persona y le complicaban el ejercicio del cargo, como ocurrió luego con las intervenciones de los clubes indóciles como Sportivo San Lorenzo (Osvaldo Ferrás) y Nacional (Braulio González).

Después de ser un competidor significativo de primera división en el conglomerado de los clubes asunceños, Tembetary se encuentra hoy en el pozo profundo, en la cuarta y última categoría, volatilizada, sin patrimonio y lejos de su origen y lugar primigenio. Ahora ya no se sabe dónde se halla su tava, su aposento, su raíz… pasó a ser un club errante, sin domicilio fijo, como fiel reflejo de su administrador mencionado.

La marcha o mudanza a Ypané fue impuesta, se realizó sin autorización ni permiso de vecinos, socios y adeptos de esta institución, amputándose al barrio Tembetary de su lugar, de su festividad, de su veneración. Lejos quedó aquel club soberano y autosuficiente que daba protagonismo a la ciudad capital. Mientras, la APF o la SND se lavaban las manos como Pilatos. (Continuará).

 

alcandia@abc.com.py

 

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