Más allá de un perfil más humano aún del expresidente de la nación más poderosa del mundo y un dominio absoluto de la oratoria, Obama hizo referencia a uno de los factores más amenazantes para la democracia, cual es “el no compartir una fuente común de hechos concretos”.
No es la prensa, la opinión o cualquier manifestación de libertad de expresión ya en la vía pública, las redes, prensa escrita o televisiva. Es el hecho de negar la existencia de determinados hechos objetivos o afirmar la existencia de otros inexistentes.
Citó al senador Daniel Patrick Moynihan y una frase que lo hizo muy célebre, cuando, discutiendo con un colega, le dijo: “Señor, usted puede tener su opinión, pero no puede tener sus propios hechos”.
Viene a colación esta reflexión porque durante los últimos meses, y en especial en la última semana, se ha dado una controversia mundial sobre la condena a cárcel –ratificada y ampliada– por la justicia brasileña contra el expresidente Luis Ignacio Lula da Silva.
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Atrás quedaron, por lo visto, aquellas expresiones de admiración hacia los fiscales y jueces valientes que se enfrentaban a quienes desde el poder crearon su propia red de privilegios cuando procesaban y condenaban en los 90 a los Collor, Caldera, Fujimori, Salinas de Gortari y otros expresidentes sobre los cuales no existía dudas mayores acerca o de su manejo corrupto y descarado de los bienes públicos. Atrás quedaron los aplausos para aquellos fiscales y jueces que lograron condenas. Atrás quedó el repudio para aquellos jueces y fiscales que los blanquearon en otros tantos casos de corrupción que quedaron sin castigo.
Quizás por el auge de las redes sociales, presencio con estupor el hecho de que varios formadores de opinión, catedráticos, políticos y hasta religiosos saltan a la cancha a defender a Lula con argumentos que van desde “…pero él sacó a 20 millones de la pobreza” hasta “…el Tribunal no tenía pruebas”.
Me resulta increíble aceptar de uno y otro lado estas justificaciones, porque conozco a mucha de esa gente, y creció con los mismos valores que creo fuimos muchos educados: no se debe robar. Robar está mal. Robar a los pobres (está) doblemente mal. Robar y mentir no llevan a nada bueno. Punto final.
Me pregunto haciendo sarcasmo sobre la primera justificación: ¿desde qué cantidad de personas debe uno sacar de la pobreza para estar autorizado a robar? ¿Cien, quinientas, un miilón, veinte millones? La lógica sería así: “Mucha gente era pobre, y ahora no lo es. Entonces yo que también nací pobre, ahora puedo quedarme con parte del dinero con que les ayudé para ser un putrimillonario”. Sinceramente, no me gusta.
A la segunda justificación: ¿cómo podemos decir que el Tribunal no tenía pruebas? ¿Cómo podemos decir que el juez Sergio Moro –quien metió preso al hombre más rico del Brasil, Marcelo Odebrecht– no tenía pruebas? Desde mi computadora y leyendo artículos de opinión –absolutamente válidos– pero que se olvidan del hecho fundamental: robar está mal. Aquí entonces diríamos: “las pruebas que tuvo el tribunal que condenó a varios poderosos –por poner un ejemplo el caso FIFA– basado en el testimonio de arrepentidos es bueno porque los condenados son poderosos y ricos, pero para el caso de Lula no, porque el sacó de la pobreza a 20 millones”. Sinceramente, tampoco me cierra.
Vivimos una época donde ya no creamos opinión, sino creamos nuestros propios hechos. Esto es peligroso, porque hacemos depender la existencia de tal o cual hecho a convicciones que parten de la razón tal como señala en su estupendo artículo para El País de Madrid Javier Salas, quien escribe: “Cuando se trata de temas científicos, la gente habla usando evidencias, cuando sus actitudes están motivadas por otra cosa. El divulgador tiene que resistir la tentación natural de debatir las ideas articuladas por el sujeto y, en su lugar, centrarse en su motivación oculta en la sombra”.
Sería muy bueno volver a practicar una política ciudadana sencilla, socrática o mayéutica a nivel mundial de búsqueda de la verdad, asumiendo hechos objetivos como incontrovertibles: quien roba, mata o destruye el bien público debe ir preso, así sea caro a nuestros afectos o no. Así lo hemos votado o no. Así nos guste o no.
Que repique en nuestras cabezas la frase aristotélica: “Amigo es Platón, pero más amiga es la verdad”.
