Por supuesto que, en primer lugar, debemos destacar lo positivo. Los paraguayos pudimos llevar a cabo unos comicios internos de los partidos en forma civilizada, pacífica, democrática, honesta y transparente. Esto no es poca cosa; por el contrario, constituye un gran paso adelante en la consolidación de un sistema de convivencia política dentro de la estabilidad, el respeto del marco jurídico y la ausencia de actos de violencia.
Entre los colorados, cuando el candidato del oficialismo, pese a haber contado con toda la infraestructura del Gobierno y del partido así como los recursos económicos de su mentor, llamó a la prensa y reconoció públicamente su derrota, para nuestro país eso fue fantástico. En otras naciones progresistas eso sería algo normal y rutinario, pero nosotros recién estamos empezando a recorrer el camino hacia la dirección correcta.
También estuvo bien la participación tranquila de los afiliados a los diferentes partidos: salvo escasas excepciones sin relevancias, la gente pudo optar libremente por los candidatos de su preferencia y esto también es una práctica reciente en este suelo guaraní. Los resultados demuestran que las presiones sobre los funcionarios públicos y la oferta de plata por votos no torcieron la voluntad popular. Otra ficha importante a nuestro favor.
En estos comicios, los integrantes de las mesas, los apoderados y veedores, así como las autoridades electorales de los partidos y del organismo superior nacional, demostraron capacidad, imparcialidad y transparencia para dar a conocer inmediatamente los resultados de las urnas, cerrando todos los caminos a algún intento de fraude o dudas sobre la legitimidad del proceso.
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La cobertura periodística de las elecciones siempre constituye algo así como un brazo auxiliar de la justicia. Había periodistas, fotógrafos y camarógrafos en todos los colegios electorales de la capital y del interior, de modo que ninguna irregularidad se pudo haber hecho a las escondidas. Ningún político se animó a salir a las calles a comprar cédulas o acercarse a los centros habilitados a tratar de inducir al voto forzado. La prensa contribuyó a la transparencia.
El voto castigo está empezando a funcionar. El propio candidato presidencial del oficialismo dejó de recibir muchos votos como señal de protesta contra ciertas políticas adoptadas por el actual jefe de Estado. En San Pedro los electores castigaron con el rechazo a la cuestionada diputada Perla de Vázquez y en el Alto Paraná el matrimonio Zacarías Irún-McLeod también vio las espaldas de su pueblo.
Por otra parte, no podemos ignorar que arrastramos males que aún perjudican al sistema electoral. El principal es la lista sábana, un mecanismo por medio del cual la ciudadanía no tiene opciones para escoger libremente a sus representantes en el Congreso y, en la práctica, no sabe siquiera por quiénes vota, pues solo puede marcar “Lista 3”, “Lista 7, “Lista 100”, etc.
Lo anterior nos lleva, por ejemplo, a la situación absurda de que los propios senadores acaban de separar del cargo a su colega Oscar González Daher y, sin embargo, él volverá a ser senador pues figura en los primeros lugares de la lista sábana del oficialismo. Como él, muchos otros impresentables e incluso procesados por la justicia de nuevo vestirán el fuero parlamentario para estar fuera del alcance de la ley.
Estos comicios testimoniaron, una vez más, la persistencia de los liderazgos tradicionales en los partidos. El movimiento ganador en la ANR está integrado por veteranos dirigentes seguidores de un estilo autoritario, elitista y conservador de hacer política. Por ello, en principio, por quién está a la cabeza del grupo, los próximos cinco años no serán muy diferentes a otros períodos anteriores de los cuales no hay mucho que decir.
Y así andamos, con una de cal y otra de arena, pero vale la pena reconocer cuando algo estamos haciendo bien.
ilde@abc.com.py