Stroessner

Después del autogolpe realizado el 21-12-1955, Stroessner tenía el camino libre para su entero albedrío. El escenario estaba a su disposición para imponer su tiranía y una alevosa adoración a su persona, método de éxtasis conocido como “stroessnerismo”.

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 Quien osaba oponerse a estas debilidades o delicias de la omnipotencia, sufría las consecuencias más crueles de régimen. Y entre sus prendas metodológicas de persecución, estaban la advertencia, el espionaje, el arresto, el tormento, el confinamiento, el exilio, la desaparición y el asesinato.

“El Rubio” oprimió tenazmente al país. Lo tuvo como esclavo a todos los habitantes; a los políticos, a los militares, a la policía, a los senadores, a los diputados, a los jueces, a los ministros, a los funcionarios, a los colaboradores y a cualquier ser vivo que transitara esta república… porque la patria era Stroessner.

Su propaganda política enseñaba una sola cosa: “sin Stroessner, el país no funciona, no es nada”. Solo él, y nadie más que él, era el salvador, el reconstructor, el hacedor. Estos mensajes se difundían como un catecismo a nivel nacional; el lavado cerebral fue tan incesante y metódico, que muchos terminaron como autómatas mutantes, repitiendo las propalaciones como rosario, hasta hoy día.

Una reeducación de esta gente es imposible. Los 35 años terminaron dañando la psiquis y la médula del paraguayo, sobre todo de los ciudadanos anodinos y con estrechez mental. Estos no están en condiciones de comprender la fenomenología elaborada e impuesta, que terminó por obnubilar y palidecer al Paraguay y sus habitantes. Fue un régimen que cercenó la reflexión, la determinación y el pensamiento, porque todos tenían que obedecer y satisfacer.

“Tembelo” era una persona sin escrúpulos, era un depravado maldito. Gozaba con el temor y sufrimiento de la gente común y, más aun, de los conocidos por él que no le caían en gracia o los tenía marcado. Presenciaba torturas, instaba delaciones, tomaba declaraciones, exigía martirios, solicitaba condenas, ordenaba desapariciones; y, por otra parte, requería doncellas para saciar sus instintos y cualquier otra apetencia de baja ralea.

Stroessner era jodido, incierto, confuso, impredecible. De repente apreciaba o se “enamoraba” de alguien y tiempo después le tenía tirria, ojeriza, aversión, antipatía, etc. Era un peligro, nunca se sabía qué le esperaba a esa persona, por eso la servidumbre era rastrera y exacerbada que daba asco hasta a los propios cerdos. Los “hurreros”, los “pyrague” y los “serviha” crecieron como hongos en el Paraguay. Fue una degradación social múltiple.

Tuvo muchas víctimas identificadas y un sinnúmero grandioso sin identificar. Amante del chismerío, las intrigas, las orgías y de los cuentos, no hacía diferencias de cualidades. Los meritorios y virtuosos le enervaban. Todos los ciudadanos eran metidos en una bolsa a expensas de su voluntad o antojo, así sean sabios, valientes o cobardones.

Y cuando el tirano inquiría a sus lacayos de cómo se encontraba el “cementerio” del sistema, estos le respondían: “verde mi general, verde en paz” y el déspota celebraba con orgullo y satisfacción. Es que el patio trasero del “cuartel” estaba cubierto de un fresco pastizal, podado y regado; entre tanto, la huerta relucía sus destellos, estaba llena de legumbres como lechugas, cebollas, berros, tomates y otras verduras.

El verdeo era envidiable, único, incomparable, digno de un parque ecológico. Claro, las osamentas humanas producidas por las cámaras de torturas, los ajusticiamientos clandestinos y las desapariciones; servían de abono a todo ese espacio que decoraba a un verdadero oasis del martirio y la muerte. Todos sabían de la obra macabra, de su contenido y de la siembra nocturnal, pero el silencio era el aliado crucial para estar vivo.

“Valijera” tenía defectos muy patentes y a flor de piel. La corrupción era su esencia, su “gran atributo”. Fue esta escolástica su principal legado a las nuevas generaciones que no conciben el servicio a la comunidad y a la patria sin ninguna ofrenda, dádiva o propina. De ahí el apelativo de “tierna podredumbre”.

El pus se volvió global en los apátridas, donde el estado se convirtió en el botín de guerra. El aroma hediondo contaminó a la sociedad. Las instituciones públicas pasaron a ser la fórmula para obtener ventajas, para escalar posiciones y para lograr provechos económicos. Hubo franquicias, regalías, exenciones, libertinajes y negocios de cualquier índole.

35 + 30. Lástima por todos estos años perdidos. Décadas de sueños truncados, de expectativas enmohecidas. Los 30 años de seudodemocracia terminó siendo igual a los 35 años de tiranía. Al final se vivió un régimen continuista. Es el stroessnerismo sin Stroessner, el stroessnerato lleno de vida y llevado por sus discípulos a una carrera sin fin. El golpe del 2 y 3 de febrero de 1989, fue apenas una anécdota del far west.

La “vieja podredumbre” goza de sus mejores años. Los 30 y los 35 se convirtieron en hermanos siameses y muchos continuadores del establishment están por alcanzar al propio Stroessner. Parecen decir: “aquí no existen épocas ni túnel del tiempo”. No hubo ningún cambio, todo lo contrario, una repetición incesante de lo gastado y perimido. En consecuencia, no hay nada que celebrar.

Solo una revolución popular o armada podría traer sosiego e inflexión a este país. A veces es necesario recurrir a la fuerza porque la inercia del bandidaje, la maña y la mafia, corroe los cimientos de la república, quedando tiesa y triturada. Con probar no perdemos nada, total ya hemos tanteado de todo y una mancha más al tigre no le hará variar su pelaje ni su raza. Estamos curtidos por tantas traiciones de los vendepatrias.

Todos los caminos conducen a Roma y en ese orden terminamos clamando por la transformación, cualesquiera sean los métodos. El objetivo de lograr cambios, evoluciones o innovaciones, tan ansiados por los pensantes vanguardistas y el pueblo noble, es el gran paso que debe iniciar el Paraguay para lograr una impostergable república evolucionada y moderna.

alcandia@abc.com.py

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