Todos somos inundados

Las familias que chapotean en el agua tratando de salvar sus escasos enseres domésticos constituyen una bofetada a los discursos de las autoridades resaltando el progreso, el bienestar y la justicia que reinan en el Paraguay oficial.

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Ya no son una noticia, la gente se ha acostumbrado a este subir y bajar de los damnificados por las crecientes del río, desmontando y montando ranchos precarios, en medio del agua y el barro, como si se tratara de chiqueros de animales.

Los noticieros de televisión pasan imágenes impactantes de estas sufridas personas que, con el agua hasta la cintura, transportan sus hijos, sus ollas, sus colchones y todo lo que puedan hacia zonas altas, donde se instalan refugios temporales.

Actualmente se estima que hay unas 60.000 familias desalojadas por el río de sus viviendas en los bañados y tierras bajas ribereñas. Claro que no deberían estar allí, pues el terreno es también el lecho temporal y periódico del mismo río; la naturaleza no pide permiso para que el nivel de las aguas suba o baje, acorde a la cantidad de lluvia caída.

La dramática situación de los damnificados por las crecientes de ríos y arroyos en realidad nos afecta a todos los paraguayos, porque su problemática revela nuestra incapacidad e inutilidad para hacer realidad un país más justo, igualitario, solidario y en bienestar para todos.

Persistentemente escuchamos a las autoridades señalar que nuestra economía es estable, que las cifras macroeconómicas están muy bien, que nuestras exportaciones han crecido, que el Producto Bruto Interno se ha ido incrementado sostenidamente, etc. Desde la óptica oficial, estamos bien, aunque, por supuesto, podríamos estar mejor.

Lo que resulta absolutamente inaceptable es que, tanto las autoridades como los ciudadanos comunes, tomemos los graves problemas sociales como componentes normales de nuestra sociedad. Los campesinos sin tierra, los indígenas deambulando de aquí para allá, los cinturones de miseria que rodean las grandes ciudades y las miles de familias que sobreviven en los basurales y en el lecho del río son algo así como un complemento, un agregado aparte, un paisaje no muy atractivo que mejor no miramos ni menos aún nos preocupemos de encontrarles una solución.

Estamos todos inundados, no necesariamente de agua, sino de indiferencia, ñembotavy, egoísmo, insensibilidad ante el sufrimiento del prójimo y un patriotismo bipolar, pues solo vemos lo que marcha medianamente bien y damos la espalda a los compatriotas que sufren tantas carencias.

Tenemos la represa hidroeléctica más grande de América, construimos los más lujosos edificios en altura, compramos los autos y camionetas de alta gama, pagamos sueldos de Primer Mundo a nuestros parlamentarios, sostenemos a miles de planilleros que no trabajan, habilitamos barrios cerrados con principescas mansiones, pero..., no podemos proveer una humilde casita a las familias arrinconadas por la pobreza en terrenos bajos que se inundan periódicamente.

Todos deberíamos sentirnos inundados para tratar de encontrar salidas, aunque sean a largo plazo, a esta asfixiante situación.

ilde@abc.com.py

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