Vaso medio vacío o medio lleno

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Nuestro país puede verse desde muy distintos ángulos: algunos dicen que es una nación maravillosa y otros que es un desastre. ¿El vaso está medio vacío o medio lleno?

Se suele decir que la columna del medio es la más cómoda en cualquier discusión, pero no siempre es así. Los extremos de cualquier disputa suelen resaltar solo una parte de la verdad y se resisten a admitir cualquier otro punto de vista. Cuando hablamos sobre la situación política paraguaya sucede algo similar.

Quienes son fanáticos de la administración Cartes ensalzan las obras públicas, como rutas, hospitales y casas populares, señalan las inversiones hechas en los complejos edilicios privados, los buenos resultados de la macroeconomía por los ingresos de divisas por la soja y la carne, el respeto de las libertades públicas, etc. Estamos a punto de ser un país del Primer Mundo.

Los anticartistas extremos, por el contrario, desempolvan el oscuro pasado del empresario devenido político, sus vínculos con personajes poderosos buscados por narcotráfico, el cuantioso contrabando de los cigarrillos de su tabacalera, la compra en efectivo de su entrada por la ventana y su postulación por la ANR como candidato presidencial, su modalidad de gobernar a través de gerentes de sus empresas, la adjudicación de obras estatales a empresarios amigos, las desconcertantes sentencias de una Corte Suprema sumisa, la deuda externa que trepó de 2.000 millones a 7.000 millones de dólares, etc. Como nuestra gente eligió este gobierno, los paraguayos somos, en mayoría, cretinos e idiotas.

De verdad, no somos un paraíso ni tampoco un infierno. Hemos superado una larga dictadura militar, esquivamos un intento de instalación del fallido socialismo del siglo XXI, pusimos trabas a ciertos manotazos del neoliberalismo salvaje y, aunque no sabemos bien en dónde estamos parados, no nos estamos matando entre hermanos como en Venezuela y Nicaragua, aunque sí figuramos entre los países más pobres y con menor nivel educativo del continente.

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En cuanto al sistema político, tenemos una larga tradición de un presidencialismo fuerte y dominante, una justicia servil a dicho poder y un congreso que, con sus luces y sombras, trata de mantener la institucionalidad y el necesario equilibrio de poderes. Recordemos que el Congreso dijo no cuando Duarte Frutos quiso imponer su deseo de ser senador activo. El mismo Parlamento rechazó el intento del actual Presidente de ser reelegido vía enmienda. En estos días, el Senado se mantiene en su posición constitucional de que un presidente, al concluir su período, “será senador vitalicio con voz pero sin voto”, según establece la Constitución, a pesar de que Cartes quiere ser senador activo.

No desconocemos que muchas leyes no se cumplen, que varios principios constitucionales se violan, que la administración pública es botín de piratas sin escrúpulos, que algunos diputados y senadores deberían estar en la cárcel, etc. Estos forman parte de los bueyes con los que aramos.

Debemos tener presente que Roma no se construyó en un día y que nuestras múltiples fallas estructurales y nuestros enraizados vicios en la gestión pública no se pueden solucionar en un abrir y cerrar de ojos. El proceso de limpieza y consolidación de las instituciones que garanticen un estado de derecho demanda su debido tiempo; hay un largo y esforzado camino de educación de nuestra gente hacia la meta correcta.

Mientras recorremos tal sendero, conviene reconocer las señales positivas cuando las mismas se presentan. Por ello, está bien que el Senado se haga respetar como un poder del Estado y que no acepte la violación de un precepto constitucional claro y preciso: los expresidentes de la nación solo pueden ser senadores vitalicios, un cargo simbólico de reconocimiento, y no un legislador activo como ahora se pretende imponer. Es un pequeño paso para el Senado, pero es muy importante para la nación. Así, con un ladrillo aquí y otro allá, vamos construyendo lentamente la famosa patria soñada de Carlos Miguel Giménez.

ilde@abc.com