Abuelitos abandonados, la pesadilla de sobrevivir sin el calor familiar

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Al llegar a la tercera edad, muchas personas son abandonadas por sus familiares, quienes son insensibies ante las necesidades por las que pasan los ancianitos. “Cosechan lo que siembran” es la excusa, pero ¿dónde quedan el perdón y la compasión?

Un hombre de 72 años vive en medio de la pobreza y el abandono de sus 4 hijos. Don Cristino Giménez tiene una precaria vivienda en Paso Yobái y, actualmente, se encuentra postrado en la cama. El hombre ya no puede moverse solo y necesita que alguien lo ayude.

Cristino recibe la atención de sus vecinos, quienes colaboran con él, llevándole alimentos y algunos medicamentos básicos. También hay un joven que, de tanto en tanto, suele ir a bañarlo y cuidarlo. Lastimosamente, si estas gentes de buena voluntad no van junto al abuelito, el mismo pasa días sin comida ni higienización. Por ello, estas personas piden que alguna institución pública o de beneficencia se haga cargo del señor o que los familiares se interesen por su bienestar.

Este caso es la muestra de indiferencia con la que se tiñen muchas personas, a quienes no se les ablanda el corazón al ver a sus padres o abuelos en edad avanzada. Los hijos suelen dejar abandonados a los ancianitos en pésimas condiciones, privándoles de comida, atención médica y, por sobre todo, calor humano.

¿Cómo es posible que hagamos de lado a las personas que nos dieron la vida y nos ayudaron a crecer? Tu papá estuvo contigo mientras dabas tus primeros pasos; tu mamá cuidaba de vos cuando tenías un resfrío y, si querías comer algo rico, ella te consentía sin ningún problema. Los padres envejecen y, antes de que les llegue la hora de partir para siempre, nosotros debemos brindarles todo el amor y la gratitud que se merecen.

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“Él es un alcohólico; por eso, no le soporto” o “cuando era niño, nunca estuvo en casa ni se preocupó por mí”, son frases que escuchamos de aquellos que dicen que no quieren ver a sus padres, pues “cosechan lo que sembraron”. Sin embargo, ¿no es mejor perdonar y cuidar al otro?; no como un acto de pago, sino porque al ayudar a los demás nos humanizamos y dejamos de sentir el peso del rencor en nuestros corazones.

Es triste comprobar que una persona pierde el valor para los demás, solo porque su caminar se vuelve más lento, ya no coordina bien lo que dice y, prácticamente, vuelve a ser un bebé. Muchos evitan hacerse cargo del abuelo, pues les parece denigrante bañarle y no quieren escuchar las viejas historias sin sentido que siempre cuenta.

No tiene que ser una carga para nosotros darle atención y cariño a ese ancianito, quien, aunque muchas veces no lo diga, ha de notar el rechazo por parte de su familia. La gente de tercera edad se va apagando de a poco y la tristeza acelera este proceso. Dejemos de lado la indiferencia hacia los abuelitos y pensemos: ¿cómo nos sentiremos si, al envejecer, nuestros hijos y nietos nos depositan en la tierra del olvido?

Por Viviana Cáceres (18 años)