El gran sueño de una joven, ser policía, se va desmoronando por el camino

Esta es una historia de ficción: Desde niña tengo muchas metas y una de ellas es ser policía. Me gustaría poder vestir muy pronto el uniforme de la institución encargada de la seguridad, pero ya en el cursillo me estoy dando cuenta de que nada será fácil.

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Me llamo Susana y tengo 19 años; mi sueño, desde pequeña, es ser policía. Por ese motivo, me estoy preparando, yendo a un cursillo de ingreso, para formar parte del Instituto Superior de Educación Policial.

Sinceramente, me está costando muchísimo este proceso, pues soy un chiqui gorda y estoy tratando de bajar de peso. Me voy al gimnasio todas las tardes, cuido mi alimentación y, por sobre todo, trato de verme bien físicamente, ya que esto es uno de los requisitos fundamentales.

Muchos de mis familiares no estuvieron de acuerdo cuando les comenté que quería ser policía; mi papá me dio la espalda porque dice que todos son corruptos; por su parte, mamá contó que ahí solo entran los hijos de comisarios y como nosotros somos de escasos recursos, no iba a ingresar. ¡Qué aliento me brindan mis padres!

La única que decía que yo iba a ser policía era mi tata; ella siempre me contaba que de niña me gustaba jugar a ser comisaria y que en los Reyes pedía una pistola, esposas y otros juegos de polis. Lastimosamente, ella falleció hace unos meses.

Todos los días, al ver los rayos del sol, me preparo para ir a estudiar las materias que debo rendir para poder ingresar; falta poco para que empiecen las pruebas. En el cursillo me doy cuenta de que hay muchos chicos que son hijos de comisarios, policías y personas con alto cargo en el Gobierno.

Después de tanto entrenar, estoy en mi peso ideal y ya conozco todos los ejercicios para superar la prueba y ser parte del Instituto. En unos días, rindo matemáticas y me siento muy segura de que voy a tener un buen puntaje.

Al día siguiente, me presento temprano en el aula donde vamos a rendir; hay más de 2.000 postulantes y, la verdad, después de estar tan segura, no sé si voy a ingresar, pues hay rumores de que uno, primeramente, “debe pasar alguito bajo la mesa”.

Me siento y recibo la hoja de examen, todo se basa en selección múltiple; al principio, parecía sencillo; sin embargo, al pasar las páginas todo se complicaba.

Así fueron pasando las semanas, exámenes y más exámenes para llegar a la última prueba en la cual se pondrá en práctica mi estado físico. Ejercicios abdominales, fuerza de brazos y un test de resistencia son las actividades que debo superar.

Me siento cansada, pues los días se vuelven eternos y llego muy agotada a casa; encima, no recibo mucho apoyo de mis padres y tengo que ver la forma de solventar los gastos diarios. Si llego a ingresar, ya me advirtieron que los uniformes cuestan caro, pero bueno, todo con tal de cumplir mi sueño y demostrar que no soy una más de los que van a llamar “corrupta”.

El día esperado ha llegado y me encuentro con las esperanzas cargadas; no puedo aguantar las ganas de ver la lista de ingresantes y lo único que deseo es observar mi nombre. Entro a la página web, pongo Susana Gómez en el buscador y, para mi decepción, no estoy en la nómina. Tenían razón mis padres, digo llorando, porque una vez más fracasé y, tal vez, deba soltar esta idea tan loca de querer ser una mujer policía. Al final, lo tomé como un sorteo, que cuando no ganás nada te dicen “siga participando”.

Por Mónica Rodríguez (19 años)

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