El sueño de criatura era ser grande; ahora solo deseás volver a ser un niño

Cuando éramos criaturas creíamos que al ser grandes podíamos hacer todo lo que quisiéramos. Sin embargo, al darnos cuenta de las responsabilidades que conlleva ser una persona adulta, no tardamos mucho en desear volver a ser el mita'i cabezudo.

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Dar la vuelta al mundo, ir con amigos a farrear todos los fines de semana, tener un departamento de lujo, el auto del año y comer en los lugares más caros son algunas de las actividades que, cuando eras criatura, creías que ibas a poder realizarlas apenas cumplas los 18 años. Al no conseguir el permiso de mamá para ir a una pijamada, seguro pensabas: "Cuando sea grande no hará falta que le avise a nadie".

Mantener viva la tonta esperanza de que se caerá del cielo todo lo que queramos se vuelve cada vez más insostenible porque, ¡obvio!, a medida que crecés te das cuenta de que, para lograr tus objetivos, tenés que batallar mucho y no sentarte bajo el mango a esperar a que de la lámpara de Aladino salga el genio a complacer todos tus deseos.

Asimismo, cuando vas creciendo, comprendés que consentirte con lo que tanto te gusta cuesta dinero y que no se puede vivir porque el aire es gratis nomás. Entonces, encontrar un trabajo parece una solución fiable; no obstante, al laburar te das cuenta de que tu tiempo se vuelve limitado, ya que dejás la cama muy temprano, volvés a casa cuando el sol ya se ocultó y la cama es una opción tentadora porque estás muy cansado.

Al desempeñarte laboralmente en una empresa, las responsabilidades no se demoran en atropellar la delgada línea que separa tu vida personal con la laboral y terminás pensando en los quehaceres de la ofi cuando estás en tu casa. Además, el cansancio por tanto trabajo comienza a invadir tu ser y, sin darte cuenta, comenzás a responder con un "no puedo" a invitaciones para salir con tus amigos.

Tu pedido de "ser grande para hacer lo que querés" cambia totalmente por un "quiero volver a ser niño", pues recordás que cuando eras criatura tenías el tiempo del mundo y ninguna obligación caía sobre tus hombros. Sin embargo, añorar las siestas en las que dormías sin que nadie te molestara y los partidos so'o que jugabas hasta ver la luna no deberían ser causas para entristecerse.

Eso sí, no te quedes pensando demasiado en el futuro, ya que podés descuidar el presente. Viví también el hoy, porque puede que, cuando llegues a la ansiada edad que querías, te des cuenta que omitiste los preciados años de oro.

Por Rocío Ríos (18 años)

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