De todos los sentimientos que experimentamos, existe uno que, luego de un proceso específico, las personas obsequian a otras: la confianza. La misma no se gana fácilmente, pues cada uno de nosotros representa una especie de libro de distintos géneros literarios, según nuestras características y gustos, que solo ofrecen sus contenidos a los lectores adecuados.
En este sentido, abrir las páginas e intentar leer las líneas de alguien pueden ser misiones complicadas o sencillas, dependiendo de la forma en que cada uno se desenvuelve. Por ejemplo, alguien que ha salido lastimado por su exnovia no dejará que otra persona lo lea fácilmente, o una señorita que fue traicionada por una amiga no volvería a confiar en cualquiera de un día para otro.
Por otra parte, es importante ser selectivos a la hora de dejar que alguien ingrese a nuestras vidas, nuestros corazones y nuestros pensamientos, pues nunca falta el personaje al que le das la mano y te agarra del codo o apuñala por la espalda. Además, con tanta hipocresía, encontrar almas sinceras es como hallar un 100 mil en tu jean roto en tiempos de escasez.
Ahora, ser selectivos no significa cerrarse por completo, pues “la confianza es vital para cualquier relación y no podemos vincularnos con los demás desde la premisa de que nos van a traicionar”, expresa una revista de “Psicología positiva, Uruguay”.
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También, la confianza es como un incienso infaltable que debe aromatizar el ser de cada uno, cuando se trata de no subestimarse, de creer en lo que uno puede llegar a hacer, soñar en alto, trabajar por los objetivos, etc. Por otro lado, "un poquito de miedo es bueno, pues esto recuerda que confiar en exceso puede jugarnos en contra", manifestó Anderson Gava, joven paraguayo admitido en las Universidades de Harvard y Stanford.
“La dinámica entre la confianza y desconfianza adquiere un rol importante en la experiencia cotidiana porque esta nos ayuda a comprender la transitoriedad de las relaciones interpersonales”, según un estudio de la Universidad Psychol de Bogotá, Colombia. Por tanto, debemos aprender a convivir con estos sentimientos sin dejar de ser prudentes y libres a la vez.
Por Andrea Parra (19 años)
