“Nunca pensé cambiar un colegio privado por uno público, pero al final lo hice”

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Esta es una historia de ficción: Adaptarse a un nuevo colegio y a una clase social distinta no es fácil, una tiene que derrumbarse y volverse a construir. A veces, me pregunto: ¿Qué hubiese pasado si no hallaba una amiga en esa etapa difícil de mi vida?

La tela de mi uniforme se sentía diferente, no como ropa a estrenar que yo amaba tocar y lucir, sino como algo vacío. Me vi al espejo, tenía una remera con cuello y un buzo holgado, ambos con los peores tonos verdes que, por cierto, me hicieron pensar en que sería mucho menos ridículo ir desnuda el primer día de clases.

Cuando me encontré frente al nuevo cole, no presté mucha atención a las pésimas condiciones de mi alrededor, pero me sorprendió esa gran diferencia entre una institución pública y otra privada, como la que yo extrañaba.

Mamá me habló con amor y trató de penetrar con sus palabras en esa lívida expresión de mi rostro que demostraba inseguridad. Me explicaba que, tal vez, el siguiente año ya estaríamos mejor económicamente y ella podría regresarme al colegio que tanto amaba.

Ese primer día de clases y los que le siguieron fueron terribles. Los profesores eran como automóviles que repartían quejas y los alumnos su motor, el cual no se quedaba sin gasoil, especialmente si hablo del grupo de chicos inquietos que me miraban raro.

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Me sentía sofocada en un salón como para 20 alumnos en donde, realmente, estudiábamos 35. Además, recuerdo que antes de entrar al nuevo cole era muy segura de mí misma y ahora ya no me sentía así.

“Tal vez esa chica con confianza se quedó allá con mis amigas y ahora está disfrutando”, pensé. Recordaba a mis compañeras y cuánto las extrañaba, pero ninguna de ellas me volvió a hablar desde que se enteraron de mis problemas.

Unas semanas después, en un día gris de tormenta, truenos y frío, todo comenzó a volverse maravilloso. Fui una de las únicas chicas que estaban en el cole y, ese día, ni mis profesones llegaron, así que decidí pasar el rato en la biblioteca.

Nada me interesaba entre pocos libros hasta que volteé y vi a una chica pasándome uno. Esta era Mónica, una alumna más de otra sección que fue boba al venir al cole ese día. Ella se veía tranquila, intangible, como si hubiese ido al cole solo para leer, sabiendo que hoy podría hacerlo en paz.

Al ver esos ojos marrones claros y notar sus rasgos hindúes, con su expresión tan intensa, obtuve la certeza de que ese sería un libro interesante y la chica lo sería aún más. En ese día gris conocí colores nuevos. Mónica, que terminó siendo mi primera amiga en el cole, y esa novela, que luego se convirtió en mi favorita, alegraron mi día, luego mis semanas, hasta que me ayudaron a adaptarme al colegio con más entusiasmo.

Quién diría que al final yo había encontrado comodidad en donde solo veía lo malo y que logré hacer muchos amigos. Es más, cuando terminó ese año de colegio, extrañé a mis compas y, al momento en que mi mamá me dijo que podía regresarme a mi antigua escuela, yo le dije que no quería. Ya había encontrado un nuevo hogar.

Por Eliseo Báez (16 años)