Esta es mi historia, nuestra historia: "Julissa, a vos te falta algo, no sé qué, pero no estás bien de la cabeza", me decías. Yo me molestaba hasta que, con un "por eso me enamoré de vos", apagabas cualquier enfado.
No puedo creer que el día en que nos conocimos en la parada de colectivos fingiste que se me cayó un dos mil y me lo "devolviste", cuando yo solo tenía para mi pasaje. Te miré fijamente y, con una sonrisa de "ya te descubrí", te dije "¡ánimo!, la próxima podés intentar algo más original"; entonces, solo tres palabras se te escaparon: ¿habrá próxima vez?
Después de todo, el destino unió cabos sueltos y, de una forma un poco loca, había conspirado a mi favor con tu llegada a mi vida. Pasaron años y cada vez que la gente nos preguntaba en dónde nos conocimos, explotábamos en risas, como cómplices que siempre fuimos.
No me cansaba de mirar tu carita preciosa ni de escucharte, mientras hablabas de tus sueños; te admiraba tanto como te quería. Comenzaste la facu en el turno noche y yo parecía la mamá preocupada, al preguntarte cómo volverías a tu casa.
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Marcaban las 22:00 y me escribiste "ahora salí". Siempre estaba atenta y más ese 19 de febrero: fecha de tu cumpleaños. Respondí "te esperamos"; a lo que expresaste que estaba oscuro y tenías miedo porque era viernes y las calles estaban llenas de locos en el volante.
Aquella noche, después del mensaje, en el que manifestaste temor, te marqué al celular y larga se me hizo la espera, pues ya no respondiste mi llamada. A la cabeza, solo me venía el abrazo que me diste un día antes de tu cumple; jamás imaginé que recordar ese gesto despertaría lágrimas, rasgaría mi alma y agotaría mis ganas de seguir peregrinando en este valle de infortunios.
No tardó en sonar el teléfono para, con una espantosa noticia, provocar el caos y hacer estallar los corazones de toda una familia. Yo no sabía si derrumbarme por completo y hundirme en el sufrimiento o levantarme para hacer algo por los parientes del amor de mi vida.
La cena, tu torta de cumpleaños, tu pieza decorada, nuestra foto impresa y toda una familia jamás te recibieron para que apagues la velita tras el canto del cumple.
Al fin llegaste: vestido con un lindo traje negro, tus amigos más queridos te cargaban, te acercabas más y yo solo suplicaba que eso no fuera real, mientras mi corazón se partía en mil tiritas de dolor.
Entre llantos, llegué a la conclusión de, no lo injusto que es el destino, sino lo irresponsable y sin escrúpulos que pueden llegar a ser los seres humanos. Sí, un conductor imprudente, que se encontraba manejando en estado etílico, se llevó tu joven vida, me robó la oportunidad de formar una hermosa familia contigo y, lo que más me duele, te arrancó la posibilidad de cumplir tus sueños.
Adiós, amor, si algún lugar de este mundo tiene tu presencia, seguro, allí estás brillando. Yo todavía me quedo por acá, ya que, tal vez, nuestra historia debo contarla para que otros abran los ojos y nadie más sea separado de un ser amado, por culpa de una situación evitable como la de manejar con irresponsabilidad y en mal estado. O quizás no sea bueno decir adiós, sino hasta pronto pues, si el amor es eterno, siempre habrá una próxima vez para que me pases aquel billete que unió nuestras vidas.
Por Andrea Parra (19 años)
