Una abuela solitaria en espera de monedas para retornar a su casa

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Esta es una historia de ficción: Una mujer, con el rostro afligido y cubierto de arrugas, debía volver a su casa; ella esperaba que alguna persona de buen corazón la ayude pero todos la ignoraban: ¿Será que están ciegos ante esta dolorosa realidad?

Ahí seguía ella, sentada frente a una farmacia, sin que importe el calor, ni el fugaz chaparrón, debía volver a casa y esperaba que algún ser caritativo, de los que deambulaban constantemente frente al local comercial, la ayude con algún billete salvador. Mucha gente dice que “la edad no viene sola", con bastante razón pues, a aquella solitaria mujer, el tiempo y la necesidad le habían jugado una mala pasada.

Su rostro afligido y demacrado estaba cubierto de miles de arrugas; sus cabellos sin brillo, similares a las tiras de algodón, iban recogidos en un rodete, su vestido ajado y sus zapatillas remendadas mostraban sacrificio, hambre y muchas otras carencias. Estas situaciones que atravesaba la mujer, aparentemente, se habían convertido en una costumbre.

Lo que más llamaba la atención de aquella señora, que contaba con un solo ojo debido a las cataratas, era la expresión de su mirada. Con ese gesto, podía taladrar hasta el corazón más duro y de piedra que existiese en la faz de la Tierra; entonces, me pregunté: ¿Cómo es posible que los transeúntes que cruzan frente a ella la ignoren?

Mientras buscaba algunos billetes para ayudarla, me percaté de que otra mujer se le acercaba lentamente. No todo en esta sociedad estaba perdido, pues mi esperanza crecía conforme aquella dama se colocaba a las alturas de la abuelita. Según lo que pude escuchar, aquella señora, en un perfecto guaraní y una gran sonrisa, le preguntaba a esa alma necesitada en dónde mismo vivía y cuánto necesitaba para volver a su hogar.

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Con una voz casi quebrada, la solitaria mujer de más de 80 años respondió a los cuestionamientos de la joven. Luego de unos breves instantes de conversación, la chica le entregó algunos billetes para que pueda regresar a su hogar. “Dios te bendiga, che memby" fue la última frase y la despedida de la abuelita para aquel ser solidario.

Este pequeño gesto me agrandó el corazón y, consecuentemente, las imágenes de mi madre, mi padre y mis abuelitos invadieron mi mente. Luego de aquel acto de bondad, llegué a mi casa y se sintió diferente pues, desde ese momento, la bendición de mi abuela, su puchero caliente y el abrazo de mamá ocupan el lugar más importante en mi vida.

Por Rebeca Vázquez (18 años)