La Plaza Mayor se convirtió a través de los años en un referente obligado de la capital española, donde es tradicional tomarse fotos después de la boda, y pasear con cómodos championes o los modernísimos mono patines motorizados que se denominan segways.
Entre el empedrado de la antiguedad medieval y los celulares que captan imágenes convergen en la sensación de estar en el viejo mundo con la actualidad más que novedosa. Llaman la atención los arcos en las esquinas, y es que antiguamente la gente no sabía leer, y se manejaba con ciertos modelos urbanísticos: el que te arreglaba el zapato colgaba un zapato en la puerta, el herrero colgaba una espada o un cuchillo, el que cocinaba colgaba una olla. Así uno sabía donde estaban la casa del panadero, que en su fachada rojiza expone dioses de la mitología, entre ellos Cibeles; y luego esta la casa del carnicero.
A comienzos del siglo XVI, se ocupó de la plaza el rey Felipe III. Los arcos tenían su significado: el arco de Alcala, el arco de Segovia, el arco de Toledo, que terminaban en la ciudad, y que a la gente le servía para guiarse. La Plaza Mayor ya tiene cuatro siglos, en los que incluso tuvo que reinventarse después de un incendio. Caminando podrás ver la escultura del oso y el madroño, animal y árbol que abundaba en la Madrid de siglos atrás; y el cartel publicitario de Tio Pepe y una estatua de Carlos III en su caballo.
Luego querrás tomarte una foto en el km 0 de Madrid en la Puerta del Sol, un clásico de los turistas que ya han puesto los pies aquí de manera inolvidable. Lo más singular es dar los saltos a un solo pie y decir “Volveré, volveré”.
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No dejes de visitar el mercado San Miguel, cuya estructura techada es de hierro, diseño que pertenece al arquitecto Alfonso Dubé y Díez.
Allí se compran productos y se pasea por la rica gastronomía madrileña, podés saborear sus tapas o bocadillos y platos junto a memorables vinos. Los mariscos parecen acabados de pescar, los tragos de colores te conquistan desde su estética presentación, hay variedad de legumbres, aceitunas y el reconocido aceite de oliva. Mención especial hay que hacer en cuanto a los jamones; no sé si podrás comer después de ver tantas ricuras juntas, que con tanto esmero presentan los vendedores en estanterías limpias, tanto que uno se pregunta si esto es un mercado de verdad. Hay libros de paellas, cajas registradoras de antaño, y aromas ricos que te van a tentar. Madrid llena de historia y bellas construcciones esta hecha para descubrirla a pasos seguros, a mí me encantó.
