Adam McKay, el mismo que había dirigido hace unos años “La gran apuesta”, filme sobre la crisis económica del 2008, es el responsable de esta película que prácticamente es un reportaje periodístico sobre alguien que se convirtió en uno de los hombres más poderosos del mundo. Pero lo hace mechando con humor (bastante negro, por cierto) y sacando el jugo de lo absurdo de varias situaciones. McKay responsabiliza a Dick Cheney de ser el hombre que llevó al ejército estadounidense a invadir Irak y Afganistán luego de los atentados del 11 de setiembre de 2001. Es más, con audacia, plantea cuestiones mucho más serias.
Si bien el filme se centra en los sucesos posteriores a las Torres Gemelas, con un relato muy ágil va contando diferentes momentos de la vida de Cheney, desde que era un borracho bueno para nada, en Wyoming, y cómo su esposa, Lynne Cheney, lo impulsó a salir adelante y poder ocupar un cargo en el poder legislativo norteamericano, ya en 1968. Es un filme muy diferente a “W”, aquella película realizada por Oliver Stone sobre George W. Bush. McKay desarrolla el estilo que había presentado en “La gran apuesta”, y en algunos momentos la película hasta parece un documental de Michael Moore, con el narrador que va desmenuzando la historia, con sencillez e ironía.
Lo que sí es muy llamativo que un filme como este pueda realizarse metiendo el dedo en la llaga como lo hace, y mucho de su atractivo se debe al excelente reparto de actores, empezando con la enorme transformación de Christian Bale en Cheney, y la genialidad de Amy Adams (Lynne Cheney), Steve Carrell (Donald Rumsfeld) y Sam Rockwell (George W. Bush) en sus papeles. Merecido Óscar a Mejor maquillaje, pero Bale podría haber llevado el de Mejor actor. Su transformación es más poderosa que la de Ramy Malek en Mercury.
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