Víctor Ocampos: Del silencio a la luz

Pintó durante 30 años. Sus cuadros de estilo cubista y rostros de ojos grandes con miradas melancólicas delatan una sólida virtud artística.

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Sin embargo, su nombre fue ignorado por los movimientos creativos de su tiempo. Hoy, a casi un siglo de su nacimiento, Víctor Ocampos sale del olvido para figurar, a través de sus obras, entre los notables pintores paraguayos del siglo XX.

A casi cien años de su nacimiento, sus obras que, por designios del destino, fueron cobijadas por la oscuridad del silencio, hoy adquieren la luz de nuevas miradas. Sí, en su época de pintor, sus colegas artistas lo condenaron al ostracismo con el rótulo de “profesor de dibujo y pintura”. Entre los años 1956 y 1985, época de su mejor producción pictórica, los ojos críticos de los artistas dominantes de las galerías y exposiciones no se abrieron a sus propuestas. Son casi inexistentes las referencias de sus obras en libros o materiales de arte de su tiempo. Ignorado por completo, siguió con la enseñanza en colegios y, quizás, en algún atelier particular.

Víctor Alberto Ocampos Herrera nació en Asunción el 7 de agosto de 1920, según consta en una antigua cédula de identidad que le expidieron el 2 de agosto de 1957. En el documento figura su profesión de “Profesor de dibujo”. Y se consigna que tiene “barba afeitada y calvicie frontal, y es soltero”. Está identificado plenamente, aunque la historia de su vida no cierra por completo al no aparecer la fecha exacta de su muerte.

En su Diccionario de las Artes visuales del Paraguay (2005), Lisandro Cardozo ubica su nacimiento en 1926 y su muerte en 1985. El licenciado Hugo Ortega, recopilador de obras de Ocampos, asegura que obtuvo dibujos del artista con textos y datos firmados por él en el año 1991. Es decir, habría fallecido ya en los 90, probablemente en 1992 (a los 72 años).

Lo cierto, a más de su fecha de nacimiento, es que Víctor Ocampos fue alumno de Jaime Bestard, en 1944. “Ese mismo año, durante el gobierno del presidente Higinio Morínigo fue becado a la República Argentina, donde realizó estudios de dibujo y pintura con Fiorabanti, Bigatti, Torres Rebello y Raquel Fornel. Obtuvo el título de profesor de dibujo y pintura decorativa en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredon. Es también profesor de música y se dedicó a la docencia por muchos años. Regresó a Asunción en 1956, realizando exposiciones en el mismo año, en la Galería Atlántica, Unión Club, y desde 1958 a 1972 en la Dirección General de Turismo. Su última muestra fue en abril de 1985, en la Galería Espacio Alternativa”, revela Cardozo en su libro.

Uno de los críticos de arte de la época que conoció a VAO y publicaba en la prensa sus exposiciones fue Juan Manuel “Manolo” Prieto (+). Escribía también los textos de catálogos que repartían al público en las muestras. En el último de 1985, decía: “El movimiento Arte Nuevo, hace treinta años, trajo consigo no solamente la institucionalización del arte moderno en Paraguay, sino como contrapartida marginó a algunos artistas, que por uno u otro motivo no llegaron a ser reconocidos como participantes de la actualidad plástica. Tal es el caso, por ejemplo, de Don Víctor Ocampos, quien después de doce años de residencia y estudios en Buenos Aires regresara a Asunción, precisamente en 1956. Sus obras, a pesar de ajustarse en cierta forma a las premisas modernistas afanosamente perseguidas en esos años, gozaron de poco o ningún estímulo. El artista, sin apoyo y decepcionado en esa circunstancia, se refugió en el silencio”.

Con contundencia, Prieto revela los factores que hicieron que los cuadros de VAO sean desconocidos, y por lo tanto poco apreciados. Decepcionado el artista por el marginamiento a que lo sometieron sus colegas de la plástica, se refugió en el silencio. Pero no se desanimó.

Pintó sobre madera, lienzo o cartón sus lindas figuras. Y toda esa serie de cuadros que se mantuvieron solo a la vista del autor y de unos pocos que lo frecuentaban, un día ganó la calle. Al fallecer un allegado de Ocampos, que se había quedado con el lote de obras, hará unos tres años, las mismas empezaron a salir y ser ofertadas a particulares y galerías de arte, a precios irrisorios. No tardó en cotizar entre mil y dos mil dólares cada cuadro, dependiendo del tamaño y la temática. Inclusive, la demanda hizo que aparecieran firmas suyas falsificadas.

Al mirar las pinturas se descubren trazos seguros que dan formas a rostros sumisos, de ojos muy grandes dominados por la melancolía. Tal vez en esas expresiones que parecen indiferentes, Víctor Ocampos haya simbolizado su estado de ánimo, ante la injusta descalificación que le fue impuesta. Resignado a permanecer en el olvido, no se apartó de los pinceles. Ahora, a través de sus obras, su firma es redescubierta, aunque todavía sin tanta visibilidad. Y, esta vez, sus cuadros que exploran el cubismo de Picasso o se aproximan al expresionismo de Modigliani, lo conducen a ubicarse entre los pintores notables del siglo XX, en Paraguay.

Los óleos de VAO atesorados por los coleccionistas son los rostros de mujeres con ojos muy grandes y miradas inexpresivas, así como los desnudos. Igualan la preferencia payasos y composiciones al estilo cubista. Sus temáticas incluyen jarrones de flores, naturaleza muerta y paisajes. Existen dibujos hechos por él en bolígrafo.

Obras suyas figuran en colecciones de Daniel Nasta, Jorge Gross Brown, Eduardo Hrisuk, entre otros.

yubi@abc.com.py

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