Una remake que exuda la adrenalina de los conciertos

Bradley Cooper asume la dirección en la tercera remake de un clásico hollywoodiano “Nace una estrella”, con Lady Gaga, quien brilla en la pantalla con lo mejor que tiene: su música. Un filme de concierto. Con sus primeros planos, Cooper logra que estemos en el escenario con los músicos. Pero se le fue la mano con la duración. El filme sería más efectivo con unos cuantos minutos menos.

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Desde el vamos, el filme es una película de música, con un concierto en el que Cooper brilla como si fuera una estrella de rock. Toda la adrenalina del concierto está puesta en la pantalla con esta intro. El actor tuvo que someterse a lecciones de música, impulsado por Lady Gaga, y realmente convence como músico. Así como dirige, no ha descuidado la actuación. Ha creado el personaje de un cantante country-rockero, Jackson Maine, sumergido en alcohol, con una eterna voz ronca, pero que no ha perdido la sensibilidad musical.

La historia es muy parecida a la película que protagonizaron Kris Kristoferson y Barbra Streisand en los 70. Maine, después de un concierto, recorre la ciudad buscando un bar abierto y entra a un pequeño local donde actúan cantantes transformistas. Allí encuentra a Ally (Lady Gaga) y queda prendado de ella desde la primera nota.

Gaga brilla con lo que mejor sabe hacer: cantar. Sin dudas es una de las mejores cantantes surgidas en los últimos diez años, y que puede hacer lo que quiera, desde jazz hasta heavy metal. Comienza con una versión de “La vie en rose” y a lo largo de la película nos presenta canciones a las que se ha entregado de lleno. La historia se convierte en un pretexto para ver a Gaga en el escenario.

Y son los conciertos lo principal del filme. Con primeros planos de los cantantes, es como si uno mismo estuviera allí con ellos en los escenarios, sintiendo la efervescencia del público, la tensión eléctrica en el tablado, la emoción en las bambalinas. Todo está muy bien retratado en el filme.

También el proceso de Gaga es interesante. Desde una cantante que actúa en un bar transformista, convertirse en una debutante country y luego transformarse en una estrella pop, con una música prefabricada. Un mundo en el cual Maine es incongruente. Es el cowboy que ya no tiene lugar en un mundo de plástico.

Lo que atenta contra la película es su duración. Cooper no es un director, y no logra sintetizar escenas que son obvias. Pero sí ha logrado reunir un reparto interesante que incluye al infalible Sam Elliot (eterno cowboy), Andrew Dice Clay como el papá de Ally, entre otros excelentes actores secundarios.

sferreira@abc.com.py

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