Dinero y poder: la Ciencia en crisis

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Investigadores de Estados Unidos, Holanda y el Reino Unido han publicado el martes 10 de enero en la revista Nature Human Behaviour un Manifiesto sobre los problemas actuales que afectan a la investigación y que se traducen en el poco rigor de los estudios científicos que se publican: «A manifesto for reproducible science» revela obstáculos a la acumulación de conocimiento («threats to efficiency in knowledge accumulation») bajo la versión idealizada del método hipotético deductivo («idealized version of the hypothetico-deductive model»).

El método hipotético deductivo

El método hipotético deductivo de las ciencias empíricas explica estructuras y procesos del mundo material. Deja, por definición, fuera de su campo de estudio aspectos de lo real ajenos a sus procedimientos –lo que sean intrínsecamente, en sí mismas, las cosas, su teleología (su propósito, de haberlo, y si lo hay o no), etcétera–. Plantea hipótesis que devienen, eventualmente, leyes. Hipótesis y leyes, modelos explicativos basados en la observación y la verificación, son productos humanos, como todo lo que pensamos e incluso lo que percibimos (al ver, «sabemos» que estamos viendo: el ojo humano no es un ojo puro sino un ojo pensante, un «ojo con teorías», si se me permite la expresión; lo mismo se aplica a todos los aspectos de nuestra experiencia).

Límites y alcances

Eso no significa que el conocimiento científico sea falso: significa que es, por lógica, relativo. Si leyes e hipótesis describen verdaderamente la realidad (si dicen cómo es el mundo más allá de nuestro pensamiento y percepción), o no, es tema que excede sus límites metodológicos. Todo lo que en rigor cabe decir es que, en el paradigma vigente, esas son las explicaciones operativas, siempre dentro del marco del saber científico. Lo que sea en sí mismo el mundo, así como si es cognoscible o no lo es, o si lo que llamamos ciencia es una fábula o, por el contrario, un reflejo objetivo de lo que existe, etcétera, son especulaciones de otra índole. Los conocimientos científicos, resultado de la elaboración de hipótesis y su verificación empírica, son modelos teóricos que formalizan procesos y estructuras del mundo sensible, y que además permiten desarrollar saberes operativos sobre ese mundo. Nada menos. Nada más.

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Cientificismo y cultura de masas

Un problema de la comunicación del conocimiento científico en la cultura de masas es que raramente se presenta de modo riguroso. No solo porque divulgar suponga una simplificación que limita la comprensión. También porque con frecuencia tal comunicación ignora los límites y alcances del método científico, con lo cual promueve la aceptación acrítica del corpus de la ciencia al modo de un saber absoluto, o incluso del único legítimo, error de razonamiento que, por peculiar paradoja, muchos creen muestra de «racionalidad». En sus Apuntes de Deontología Biológica, el doctor Antonio Pardo, de la Universidad de Navarra, habla de una «mentalidad» propia del inicio de «la empresa científica moderna, hacia los siglos XVI-XVII» pero que sigue «flotando en el ambiente», para la cual «sólo los conocimientos científicos son fiables; otros procedimientos de aproximación a la realidad carecen de esa fiabilidad, y la empresa de preguntarse con un método no científico (que no sea analítico, de hipótesis y comprobaciones) no tiene mucho sentido hoy. Esa mentalidad es lo que denominamos cientifismo o cientificismo».

La divulgación convencional

La divulgación científica convencional ha tendido, y tiende aún, a ignorar complejos problemas que, por fortuna, generan cada vez más críticas (autocríticas, dicen muchos de ellos), de los propios científicos. El 4 de enero, el epidemiólogo de la Universidad de Stanford John Ioannidis denunció en PLoS Biology conflictos de interés invisibilizados por el respaldo acrítico a lo divulgado como ciencia. No es la primera vez que señala que los resultados de las investigaciones que se publican son en su mayoría falsos; hace décadas que desarrolló un modelo matemático para demostrar lo defectuoso del proceso de investigación vigente, y hace más de diez años que publicó «Why Most Published Research Findings are False» (2005) en PLoS Medicine. No es solo falta de evidencia empírica: es que los datos se interpretan con sesgos favorables a las expectativas de los patrocinadores. Así, en el sistema actual, los niveles de pérdida o de distorsión de datos se multiplican tanto que la fracción de conocimiento digno de crédito que resta se reduce alarmantemente. (Por eso hoy se habla de un «falso escepticismo» que ataca unas seudociencias que ya no son más «seudo» que mucho de lo que defiende a ciegas.)

Falso escepticismo

El European Journal of Clinical Investigation publicó en el 2013 el estudio de un equipo de investigadores del University College de Londres y de las universidades de Sydney y Stanford sobre industria e investigación médica: «Hay evidencia consistente y cuantiosa de que la industria tiene medios de intervenir en todas las etapas de los procesos que definen la investigación, el gasto, la estrategia, la práctica y la educación. Por estas interferencias, los beneficios de los medicamentos y otros productos a menudo se exageran, se minimizan sus daños; y las guías de práctica clínica, la práctica médica y las decisiones de gasto sanitario están sesgadas» («Undue industry influences that distort healthcare research...», en: European Journal of Clinical Investigation, marzo del 2013).

Es común en divulgadores atacar la homeopatía, el naturismo, etcétera; pero, apunta el doctor Iain Chalmers, director de UK Cochrane Centre, «el doble rasero es frecuente en quienes critican la medicina complementaria; son mucho más diligentes para declarar ilegal la medicina complementaria no evaluada que las prácticas médicas ortodoxas no evaluadas». Se llama «falso» al supuesto escepticismo que ignora fraudes y daños probados (la medicina ortodoxa causa más muertes; ver estadísticas del texto del doctor J. Gervás, en la bibliografía al final de este artículo) si son parte de lo aceptado como ciencia oficial y ataca exclusivamente lo que no lo es. Algo que puede ser muy conveniente para los intereses corporativos y sus beneficiarios y asociados, pero que no tiene nada de escéptico ni de científico.

Breve ejercicio de lógica

¿Cuál es la conexión entre cientificismo, mala ciencia, prensa obsecuente e industria? Como en el ejemplo de la BigFarma y la medicina complementaria, «las investigaciones que no le gustan a la industria (y a otros) no se publican», anota el médico británico Ben Goldacre en The Guardian. En su libro Bad Pharma leo: «Es totalmente normal que los investigadores y académicos que hacen investigaciones financiadas por la industria firmen contratos con cláusulas que les prohíben publicar, discutir o analizar datos de sus investigaciones sin permiso del patrocinador». Al ansia de publicar para impulsar la propia carrera se suma una trama de fuentes de financiación en un escenario complejo y enturbiado por mistificaciones y discursos que reclaman análisis. ¿Inundar de publicaciones el mercado científico es una estrategia de ventas? En todo caso, evitar las generalizaciones no nos autoriza a negar lo obvio: si esa industria que apunta Goldacre perdiera la fe del público, los fondos que aporta a la investigación científica no quedarían ilesos; y si una crisis de fe afectara a la ciencia, la industria que su discurso respalda también se tambalearía.

METACIENCIA

John Ioannidis es un pionero de la Metascience, la Metaciencia, disciplina joven cuyos estudios revelan distorsiones en la investigación en todos los campos científicos, de la Física a la Economía, y busca soluciones. Es una de las líneas más promisorias hoy en la lucha por recuperar la integridad del campo científico.

Ioannidis es uno de los autores del Manifiesto publicado el martes 10 en Nature Human Behaviour, que define la Metaciencia como «estudio científico de la ciencia misma», analiza problemas financieros (cuando «El patrocinador de un proyecto es la empresa que fabrica el producto») y no financieros («creencias y prejuicios de los científicos, deseo de obtener resultados publicables para progresar en su carrera»), y pide cambios a los investigadores, los comunicadores y la sociedad: según el caso, más independencia, financiera e intelectual, miradas más críticas, y mayor rigor y transparencia.

Bibliografía recomendada:

Marcus Munafò, Brian Nosek et al.: «A manifesto for reproducible science», en: Nature Human Behaviour, martes 10 de enero del 2017.

Ben Goldacre: «Drug trial secrecy leaves us dependent on blind faith», en: The Guardian, 5 de marzo del 2011.

Juan Gervás: «Luces y sombras de la ciencia médica en el siglo XXI», Seminario de la Cátedra de Profesionalismo y Ética Médica, Universidad de Zaragoza, 13 de marzo, 2014 (en línea: http://equipocesca.org/wp-content/uploads/2014/03/Zaragoza-2014-texto-luces-y-sombras-5.pdf).

S. Iqbal, J. Wallach et al.: «Reproducible Research Practices and Transparency across the Biomedical Literature», en: Plos Biology, miércoles 4 de enero del 2017.

Antonio Pardo: Apuntes de Deontología Biológica (material docente disponible en línea en el sitio de la Universidad de Navarra, http://www.unav.es/).

Emmanuel Stamatakis, Richard Weiler, John Ioannidis: «Undue industry influences that distort healthcare research, strategy, expenditure and practice: a review»; en: European Journal of Clinical Investigation, 25 de marzo del 2013.

J. Ioannidis: «Why Most Published Research Findings are False», en: PLoS Medicine, 30 de agosto del 2005.

Imogen Evans, Hazel Thornton, Iain Chalmers y Paul Glasziou: Testing Treatments: Better Research for Better Healthcare, Londres, The British Library, 2011, 225 pp.

Ben Goldacre: Bad Pharma: how drug companies mislead doctors and harm patients, Londres, Fourth Estate, 2012, 364 pp.

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