Homo Addictus

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Toda sustancia psicoactiva, legal o ilegal, desde el café hasta el crack, estimula ciertas vías neuronales –que también son estimuladas por conductas cotidianas, como tener relaciones sexuales o comer, entre otras– que forman el «sistema de recompensa» o «de refuerzo» del cerebro, llamado así porque el placer causado por tal estimulación funciona como «recompensa» por consumir esa sustancia o practicar esa conducta y con ello la refuerza –te inclina a repetir la dosis–. Esas vías, grupos de neuronas y zonas cerebrales –como la corteza prefrontal, la amígdala, el área tegmental ventral y el núcleo acumbens–, si son estimuladas una y otra vez del mismo modo –por ejemplo, por el consumo repetido de la misma sustancia–, luego de un tiempo se especializan en responder a ese estímulo reiterado, lo que reduce tu repertorio de placeres hasta que ya no deseas otra cosa; si llegas a ese punto, la falta de la sustancia a la cual –sin proponértelo– has entrenado a tu cuerpo para responder te causa el famoso «síndrome de abstinencia» debido a que tus neurotransmisores y sus receptores en tu sistema nervioso ya no son los que eran (antes de consumirla).

Es el lado oscuro del hábito, digamos. Pero si el hábito supone, por definición, resistencia al cambio, lo opuesto a él es la plasticidad. Con ese término, Santiago Ramón y Cajal, en el Congreso Médico Internacional de Roma (1894), se refirió a la capacidad de adaptación del cerebro. Modificaciones morfológicas de neuronas, cambios en la síntesis de neurotransmisores, nuevas conexiones, y generación de neuronas nuevas forman lo que se llama plasticidad neuronal. Se sabe actualmente que aumenta, por ejemplo, con estímulos del entorno –con juguetes nuevos, los cerebros de las cobayas de laboratorio se vuelven más plásticos (ver Nithiananthatarajah y Hannan [2006]: «Enriched environments, experience-dependent plasticity and disorders of the nervous system», en: Nature Reviews of Neuroscience, 7, pp. 697-709), y que –como cabe inferir a priori, por mera lógica (no es posible aprender lo que ya se conoce)– se correlaciona con una mayor capacidad de aprendizaje.

No hay sociedad en la historia de cuya cultura no formen parte sustancias con efectos en el sistema nervioso, y casi todos consumimos alguna droga, legal o ilegal, sin que eso implique adicción en el sentido clínico de trastorno crónico. A lo largo de la vida se elige y se prefiere cierto tipo de música, alimentos, libros, etcétera, y cierto tipo de drogas. En cierto modo, el ser humano es un Homo Addictus, cuyo cerebro oscila entre la plasticidad y el hábito. Lo importante –sin que esto necesariamente excluya la reflexión ética ni el análisis sociológico– es no confundir hechos fisiológicos con defectos o virtudes de orden moral. Condenar es más fácil que entender, pero en los estereotipos –los que estigmatizan al adicto, por ejemplo– el prejuicio, que es puro hábito, predomina sobre el pensamiento crítico, que exige plasticidad. Un desequilibrio, paradójicamente, de la misma índole que aquello que, con frecuencia, sataniza.