«La ciencia está lejos de la búsqueda objetiva e imparcial de verdades incontrovertidas que los no científicos pudieran imaginar» (Svante Pääbo, padre del genoma neandertal y fundador de la paleogenética)
QUÉ VERDE ERA MI VALLE
Hace 160 años, en un verde valle bañado por las aguas del Düssel, un grupo de trabajadores excavaba una cantera en busca de minerales.
Era a fines del verano de 1856 en el valle de Neander, el Neanderthal («thal», en alemán, es valle), llamado así en memoria del teólogo del siglo XVII Joachim Neumann, que, siguiendo la moda helenista de la época, había adoptado la versión griega, «Neander», de su apellido. Era, para ser exactos, el 9 de septiembre, cuando esos trabajadores hallaron unos huesos que parecían de oso, pero que, por las dudas, y por si pudieran ser útiles para la ciencia, llevaron al maestro de Elberfeld, un pueblo próximo, Johann Carl Fuhlrott.
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Faltaban 3 años para que Darwin publicara El origen de las especies, pero el profesor Fuhlrott (1803-1877) supo ver que aquellos huesos no eran restos de un animal, sino de un hombre. Uno muy distinto de nosotros. Uno arcaico. Muy arcaico. El profesor Fuhlrott entendió con creciente asombro que estaba ante la evidencia de una especie humana primitiva y extinta.
El Hombre de Neanderthal había sido descubierto.
MUERTE, AMOR Y ANTROPOFAGIA
Dentro del orden primates, perteneciente a la clase mamíferos, la familia homínidos incluye un género, el homo, cuyas especies están todas, salvo una, la sapiens, extintas.
Los neandertales empiezan a escasear en el registro fósil hace unos 40.000 años, hasta desaparecer. Los motivos son desconocidos. En tiempos recientes, se atribuyó su extinción a la competencia con un Homo Sapiens de origen africano que desarrolló el lenguaje, que le permitió hacer planes y legar saberes. Pero luego hubo indicios de que los neandertales podían hablar: los cambios adaptativos del gen FOXP2, clave para el habla, estaban en ellos, igual que los cambios anatómicos necesarios para articular palabras, y había rastros de pensamiento simbólico: enterraban a sus muertos y hacían adornos, por ejemplo.
Los fósiles hallados hace 160 años en el valle de Neander, cerca de Düsseldorf, que databan del Pleistoceno, revelaron la existencia del extinto Homo Neanderthalensis y fueron el primer indicio –no el último– de una evolución humana no lineal, sino llena de variantes y, según los últimos hallazgos, hibridaciones. Desde fines del siglo XIX e inicios del XX, aumentaron los rastros neandertales (instrumentos líticos, fósiles, etcétera) en Europa y el Cercano Oriente, y entrevimos los destellos de su extraño mundo ritual y simbólico relacionado con el canibalismo (yacimientos de Krapina, Moula-Guercy y El Sidrón) y con la muerte (enterramientos de La Ferrasie y Shanidar), que sugieren inquietantes ideas sobre el conocimiento de lo humano.
NO ESTABAN MUERTOS, ESTABAN DE PARRANDA
La hipótesis de que los neandertales fueron absorbidos por los sapiens que migraron de África surgió de investigaciones del Proyecto Genoma Neandertal; de otras investigaciones surgieron indicios de que las relaciones entre neandertales y sapiens incluyeron, como mencionamos antes, hibridaciones –es decir, sexo–.
Si bien extintos, pues, los neandertales no desaparecieron del todo; aún viven un poco en algunos de nosotros.
Uno de los científicos que destacan en los últimos años por trabajar con estas audaces teorías, muchas de ellas (como la citada en el párrafo anterior) planteadas en su libro El Hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos (Neanderthal Man. In Search of Lost Genomes, Nueva York, Basic Books, 2014, 288 pp.), es el biólogo, e investigador del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, Svante Pääbo (Estocolmo, 1955), que logró publicar, con un numeroso equipo internacional de investigadores, por primera vez la secuencia del genoma neandertal en un artículo, «A Draft Sequence of the Neandertal Genome», aparecido en la revista Science en el 2010.
QUÉ SIGNIFICA REALMENTE SER HUMANO
En realidad, la genética es una disciplina histórica. Las mutaciones pasan de generación en generación y se suman como resultado tanto del azar y las circunstancias como de la selección intra e interespecífica. Sin embargo, hasta hace relativamente poco tiempo, los genetistas estuvieron confinados al estudio del presente y las variaciones dadas en él, y solo indirectamente podían hacer inferencias sobre los procesos históricos que pudieron haberlas causado. Esta limitación temporal ha sido superada gracias al análisis del ADN de restos ancestrales –campo en el que Pääbo es pionero–, que ha revolucionado la disciplina hasta permitirnos hablar de verdaderos viajes en el tiempo.
Hoy todo parece indicar que hubo una primera migración de humanos anatómicamente modernos (Homo Sapiens) que salieron de África hace algo más de 100.000 años y se cruzaron con los neandertales en diversos eventos de hibridación en Europa y Asia. Los hallazgos paleogenéticos, que no cesan de sumar nuevas revelaciones, parecen destinados a conducirnos a un nuevo paradigma científico, dado que el mismo concepto biológico de especie se ha visto profundamente afectado por la demostración del flujo génico entre diferentes especies humanas.
La parte más ardua y sorprendente de la aventura de entender qué significa realmente ser humano probablemente acaba de comenzar, y una de las cosas que podemos afirmar en este punto temprano de su desarrollo es que cada uno de nosotros lleva, en su ADN, la historia de todos.
BIBLIOGRAFÍA:
R. Green, J. Krause et al.: «A Draft Sequence of the Neandertal Genome», en: Science nº 5979, vol. 328, 7 de mayo del 2010, pp. 710-722.
Svante Pääbo: El Hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos. Trad. Federico Zaragoza Alberich. Madrid, Alianza Editorial, 2015, 354 pp.
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