En la década de 1980 se extendió el uso de la computadora personal (PC). Los adolescentes varones eran los principales usuarios a nivel doméstico de la PC familiar, y sus videojuegos eran el núcleo habitual de los grupos de amigos a una edad en la que las definiciones identitarias llevan a los chicos a excluir a las chicas. En las décadas siguientes, el estereotipo televisivo y cinematográfico del programador como un nerd desaliñado y sedentario no ayudó a hacer atractivo para la población femenina el mundo de la informática.
Ni siquiera el hacker escapaba del todo a esa imagen de looser, matizada en nuestros días por una creciente fascinación por el universo tecnocientífico, visible, por ejemplo, en la popularidad de series como The Big Bang Theory (Chuck Lorre y Bill Prady, Estados Unidos, 2007), actualmente en su novena temporada.
El hacker siempre fue respetado, admirado por su habilidad y temido por su capacidad de burlar sistemas de seguridad informática. Pero el estigma de freak no lo abandona del todo. Su perfil no es buscado por las empresas. Se lo presume incapaz de trabajar en equipo, poco sujeto a control e impermeable a exigencias de productividad.
Las mujeres pueden tener aún más dificultades para identificarse con las imágenes del hacker, el programador, el ingeniero informático, etcétera. A pesar de que la primera programadora de la historia (un lenguaje de programación se llama «Lady Ada» en su homenaje) fue la condesa de Lovelace, lady Ada –la hija del extraordinario poeta George Gordon Byron, lord Byron–, que, en su tesina de matemáticas de 1842 sobre la máquina diferencial de su paisano y colega, el matemático Charles Babbage –tesina que llevó, como firma «unisex», solo sus iniciales–, presentó un algoritmo, el primero de su especie, que permite calcular el polinomio de Bernoulli. Y también a pesar de que fue otra mujer, Grace Hopper, quien democratizó los complejos códigos del mundo informático, ya que, hasta 1952, el año en que ella hizo el primer compilador, la IBM creía que la computadora sería siempre un instrumento de uso exclusivo de científicos. Grace Hopper abrió estas puertas al gran público.
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Por eso resulta curioso que, en el curso de las décadas siguientes, el paisaje informático se volviera tan masculino; de ahí que quepa intentar explicarlo, por ejemplo, con la hipótesis de una dificultad para identificarse con ciertos estereotipos, dificultad que podría ser mayor en las mujeres. Las imágenes de la división sexual del trabajo que suelen reforzar estas dificultades han sido ya mil veces mencionadas antes para explicar fenómenos parecidos, y analizadas en la infinidad de mensajes que intercambiamos a diario. El destino se compone de decisiones tanto conscientes como inconscientes, y para cumplir un papel, en lo laboral o en cualquier otro aspecto de la vida, hay que poder imaginar una imagen futura deseable de uno mismo cumpliendo ese papel. Y quizá no sea fácil para cualquiera verse como un nerd eternamente oculto detrás de un monitor y adicto a los delivery de fast-food. Las comunicaciones masivas no han comenzado sino hasta hace muy poco a dejar de fundar sus estereotipos en personas que para la mayoría no representan destinos deseables, y aún hoy distan de fundarlos en mujeres como Grace Hopper o lady Ada Lovelace. (M. Á.)
