El deporte en la sangre

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Ella campeona y él, guerrero. Carmen Irala tiene 51 años, conquistó múltiples títulos nacionales en vóley y continúa compitiendo. Su hijo es Óscar Giménez (27), quien se recuperó de una doble fractura en la rodilla y es futbolista profesional del General Díaz de Luque. Una familia dedicada al deporte, que sale adelante con disciplina y esfuerzo.

Carmen Amanda Irala de Giménez nació en Asunción, el lunes 21 de febrero de 1966. Es empleada pública y sindicalista.

Se inició en el vóley a los 16 años, en el club Río de la Plata y sus máximas conquistas se dieron con El Cedro y Sport Venezuela. Son tres décadas y medias ligada al deporte, que es su pasión. Fue convocada en numerosas oportunidades para integrar la selección nacional. Compite en torneos oficiales y barriales, tanto en pista dura como en arena. Pelota, red y a jugar y rotar.

Es de Trinidad (capital) y hace unos cinco años vive en Luque. Su actual equipo es precisamente Luque Vóley, con el que pretende lograr otro campeonato. Aporta su experiencia al plantel y la juventud de sus compañeras le brinda vitalidad, ganas para seguir obteniendo logros.

“Sale a las 5:30 de la madrugada y llega a casa alrededor de las 11:00 de la noche; a veces hasta más tarde”, explicó Óscar Guillermo Giménez Irala, quien vino al mundo el jueves 26 de abril de 1990. Es un espigado centrodelantero, mide 1,95 m y curiosamente le dicen “Chiquito”.

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Al ser consultado si no es el momento que la madre se quede en el hogar a descansar, la respuesta del progenitor fue: “Ya le dijimos varias veces, pero se va a enfermar de nosotros si eso pasa; es parte de su vida, su trabajo, su grupo, el vóley”, comentó.

Para Carmen, el deporte es un hobby, pero para “Chiquito”, el fútbol es una profesión, su fuente de ingreso para una vida mejor.

Sus primeros pasos en el balompié los dio en la escuela de fútbol de la Ampande, desde donde pasó a Nacional, en el 2005. De inmediato fue llamado por Cristóbal Maldonado para integrar la Albirroja Sub 15 en el Sudamericano de Bolivia (tercer puesto).

A los 16 años, Giménez hizo su debut en el principal elenco de la Academia, un sueño cumplido con anticipación. Todo marchaba sobre rieles hasta que en la temporada siguiente, un arquero de Guaraní se le cayó encima durante un partido en la Reserva y sufrió doble fractura en la rodilla izquierda.

Operación riesgosa, platinos –hoy retirados–, larga espera y pocas posibilidades de continuidad en la carrera, hasta que un año y diez meses después, dijo nuevamente presente en las canchas como protagonista y no como un mero espectador. Era volver a empezar.

Pasó a Independiente de Campo Grande, luego al Sportivo Iteño hasta que recaló en General Caballero de Zeballos Cue. Fue el relanzamiento en la División Intermedia –segundo nivel de nuestro fútbol–, con el premio del posterior ascenso a la categoría de Honor. Volvieron a renacer las esperanzas de mantenerse gracias a la pelota, teniendo en cuenta que los ingresos en el ascenso son mínimos.

“Todo el mundo decía que ya no podía volver a jugar, pero teniendo una mamá deportista, una familia que me apoya, tenía que poner todo de mi parte para retornar con mayor fuerza. Se me cerraban las puertas, pero el profesor Aldo Bobadilla me dio la oportunidad y le estaré eternamente agradecido por eso, porque lo que hice en ‘General’ me dio la posibilidad de ser contratado por Libertad (en el segundo semestre del 2016), un club único, que prácticamente me cambió la vida y la de mi gente”, puntualizó Óscar.

El panorama actual es totalmente diferente. Fue de nuevo Bobadilla el que lo llevó al “Águila” de Luque, en el que se encuentra cedido por el vigente campeón paraguayo, con el que tiene un contrato largo. Son 17 presentaciones y tres goles convertidos en el Clausura en la seria y cumplidora institución “militar”, clasificada a un evento internacional con antelación.

Su padre es Óscar Salustiano, su hermana Mónica, su esposa Blanca y sus hijas son Solange, Ivonne y Sofía Belén, quienes constituyen el soporte anímico necesario para seguir adelante.

“Chiquito” es otro apasionado del vóley. “Me encanta, si había más apoyo y se ganaba plata, me metía de lleno. Capaz cuando me deje del fútbol pueda jugar”.

Está demás decir que la persona a la que idolatra es a mamá, presente siempre, en los momentos buenos y principalmente en los adversos. “Es la mejor, como mamá, como voleibolista; da gusto verla jugar, con 51 años, con esa técnica, ese talento”, aseguró.

vmiranda@abc.com.py