En silla de ruedas a la gran odisea

Con ayuda de un arnés y una polea el piloto andorrano, Albert Llovera (50), se apeará de su silla de ruedas y subirá al volante en esta edición del Dakar. A los 17 años sufrió un accidente que le afectó la médula durante una competencia de sky en Sarajevo. Su vida ha inspirado películas y escribió un libro en el que demuestra que “los límites están para ser superados”.

https://arc-anglerfish-arc2-prod-abccolor.s3.amazonaws.com/public/GYXB7BN2S5EMRARSIHXM6EQYSU.jpg

Cargando...

En su quinto Dakar, Albert Llovera tiene como copiloto –por segunda ocasión– al belga Charly Gotlib, un veterano de la competencia que sumará 28 carreras. “Contactamos por teléfono gracias a un amigo en común, pero al encontrarnos fue como si nos hubiéramos conocido de toda la vida”, dice Charly.

Es lo que le pasa a cualquiera que contacte con Albert, un hombre vital, jovialidad y con profundo sentido humano.

“Creo que superman no existe. Hay que adaptar tu vida a lo que quieras. Cuando te pasa algo así tienes que luchar para continuar. No hace falta hacer ni mundiales, ni el Dakar. Es más de lucha continua para ser uno más. Eso es lo más importante”. Esta frase que resume la lección de autosuficiencia que predica.

Y lo hace con el ejemplo. Llovera no solo se ha convertido en piloto de rallies tras su accidente, sino es un exitoso empresario de ortopedia y medicina deportiva, conferencista motivacional y presidente de Accesibilidad, una organización que ha luchado en Andorra –una ciudad enclavada en los Pirineos– para mejorar la calidad de vida de quien anda en silla de ruedas.

“Hemos tenido que adaptar un país donde la orografía no es muy fácil para que la gente con movilidad reducida se adapte al mundo y sea más independiente”, dice.

A Albert Llovera no le fue difícil reemplazar el chip de esquiador y meterse de lleno a las carreras de autos tras el accidente que sufrió durante los Juegos Olímpicos de Invierno en 1985 en Sarajevo y que lo dejó sin movilidad ni sensibilidad del pecho para abajo.

Esto lo atribuye no solo a la similitud en los movimientos y reflejos, sino por tres razones: La primera tiene que ver con uno mismo, con la actitud, “que quiera salir de este agujero negro que le ha tocado vivir. Que si lo ves todo oscuro, veas también un puntito que quieras hacerlo más grande. No pensar por qué te ha pasado a ti, porque no vas a solucionar nada. Hay que tirar para adelante”.

El segundo punto tiene que ver con la familia y el tercero, los amigos: “Tengo una familia unida. Y mis amigos han sido siempre los mismos, aunque voy sumando tras cada competencia. En Facebook tengo 80.000, pero mis amigos de verdad los mantengo. Cuando hago las cosas bien están conmigo y cuando hago mal me han ayudado. Es mi familia ilegal, digamos”.

Amante de aventuras a Llovera le encantaría correr el rally del Chaco, de cuyas complicaciones ha escuchado mucho: “De hecho me gusta complicarme. Me complico para encontrar sponsors” (risas).

Lejos de lo que cualquiera podría suponer, su participación en el Dakar no lo ve como un gran desafío. “Creo que forma parte de mí. No intento ir contra el mundo, sino intento que el mundo se adapte un poco a lo que nosotros necesitamos para ser uno más. Desde ir por la calle o poder conducir como otra persona, porque te dicen minusválido. Si las cosas estuvieran adaptadas no serías minus... No queremos ser más, ni tampoco lucho para que tengamos una igualdad. Si le pasa a uno, que al día siguiente tenga calidad de vida”.

Albert y Charly pilotarán un camión totalmente adaptado en los mandos. Ayer, la máquina se encontraba camino a Asunción, a 500 kilómetros en rutas argentinas. “Yo acelero con la mano, con los dedos pulgares y freno con los de detrás. El embrague lo tengo en el pomo de la palanca de cambios, como una moto”.

Albert Llovera ha trabajado con la NASA para el desarrollo de máquinas de electroestimulación para gente con lesiones medulares para que puedan volver a andar. Durante su estadía en Estados Unidos empezó a jugar al básquet llegando a subcampeón con su equipo.

Para este hombre no existe la rutina porque él mismo hace de manager, empleado y piloto a la vez, aparte de sus otros trabajos. Vive en Andorra tres días a la semana y se pasa 200 días al año viajando y dedicándose a su empresa y conferencias. Como si todo fuera poco, es embajador de Unicef para proyectos en Mauritania y el Congo en África. También tiene tiempo para su única hija, Cristina Llovera (20), atleta de velocidad que compitió en los Juegos Olímpicos del 2012 y sigue sus pasos como amante de los deportes.

pgomez@abc.com.py / fatima.martinez@abc.com.py Fotos: Virgilio Vera

Enlance copiado
Content ...
Cargando ...