Narcoestado Narcojusticia ¿Narcosociedad?
Kattya González
La fragilidad democrática que se visualiza dramáticamente en cada elección donde el dinero mal habido permite que personas con dudosos antecedentes y vínculos directos con el crimen organizado accedan a una banca en el Congreso nos debe llamar como sociedad a una profunda reflexión.
A boca llena los indiciados alardean impunemente que llegaron a ser diputados y senadores por imperio de “la voluntad popular”. En principio, el impresentable ladrón de galletas tan delincuente como los otros y los honorables narcopolíticos tienen razón; sin embargo, en esta inconsistente democracia lo que no se discute es lo esencial: esas personas no están ocupando un espacio para discutir la manera en la cual combatiremos los conmovedores guarismos que hablan que más de la mitad de los paraguayos se debaten entre la pobreza y la miseria; ellos (los narcopolíticos) están ahí para defender sus intereses, para influenciar en la justicia y garantizar así una impunidad perpetua.
Los poderes del Estado no dimensionan el daño que ocasionan a nuestro país al no incluir como prioridad en la agenda el tema que nos convoca a la reflexión y siguen postergando decisiones y voluntades que podrían poner freno a este vertiginoso avance de la narcopolítica; pasa lo mismo con nuestros vecinos; en Argentina la situación es cada vez más visible y alarmante.
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Así las cosas, nos preguntamos ¿porqué tanto desamor con la patria? Las individualidades no bastan, las denuncias a través de los medios masivos de comunicación tampoco. No podemos restarle la importancia que poseen en un proceso de saneamiento, pero lo que verdaderamente importa es que el Poder Judicial haga su parte. ¿Cómo? Y la tarea es difícil, primero deberíamos sacar a quienes desde la propia Corte Suprema de Justicia protegen, encubren y blindan a los delincuentes, luego generar consensos políticos de institucionalidad.
Los consensos políticos de institucionalidad son indispensables, pues, mientras no existan instituciones o estas sean tan débiles que se dejan fagocitar por el enemigo, todo lo que podamos decir se reduce a la denuncia..., a la protesta.
Paraguay necesita ir un paso más allá y debemos empezar a transitar el camino del cambio mirándonos al espejo e interpelándonos: ¿Al no involucrarnos con nuestra realidad, al optar por el silencio, al no obligarnos a debatir, no nos estaremos convirtiéndonos un poco en una especie de narcosociedad?
Hipócritas
Hilario Ramón Alonso Arrúa
Los últimos acontecimientos que vieron la luz pública, donde resalta nítidamente la narcopolítica, pone al descubierto la excesiva fragilidad de los órganos de control, quienes, antes que cumplir su rol se constituyen en presas fáciles dando vía libre al florecimiento de este negocio ilícito, a tal punto que esa permisividad logra que los mafiosos tengan controlada la manija del país ante un Estado ausente que precisamente sucumbe ante la epidemia reinante en este rubro.
La prensa independiente publicó en los últimos tiempos la tremenda influencia que ejercen los poderes fácticos, ya sean para ubicar en puestos claves a incondicionales, crear empresas fantasmas, licitaciones amañadas, comprar conciencias, por citar algunos, que con el correr de los años creó una cultura que se enquistó en la sociedad y peor aún, mentaliza a gran parte de la ciudadanía como si fuera normal, ya que, ante los reclamos sin resultados, produce un cansancio cómplice que genera un círculo cada vez menos de los que desean un país mejor, en igualdad de oportunidades laborales y sociales para la ciudadanía.
Los sinvergüenzas de guantes blancos hasta portan la Biblia, entran en las iglesias como si fueran corderos, organizan grandes encuentros donde se presentan como si fuesen los impolutos, sin manchas y cuando se dirigen a la concurrencia ni pestañean para invocar su honorabilidad y ese pueblo ignorante, a cambio de las migajas que alcanza, los sostiene con nutridos aplausos y abundantes votos como si fuesen los únicos salvadores de la patria.
A esta altura nos preguntamos: ¿Cómo uno no se da cuenta del atraso y la miseria que rodean a nuestra sociedad? ¿Cómo seguimos permitiendo que estos barones de la ilegalidad sigan teniendo la manija del pueblo? ¿Por qué no nos despertamos de nuestro largo sueño? Son incógnitas que nos formulamos los que tibiamente abrigamos el cambio social. ¿Cuántos Ibáñez y Núñez más pululan entre nosotros?
Estos hipócritas no se arrepienten de sus fechorías, es que la impunidad se enseñorea permitiendo que los corruptos crónicos sigan por esta senda y la justicia se esconde o se esquiva lo más posible ante los innumerables hechos denunciados y que atentan contra los intereses de la ciudadanía. Hay que desenmascarar a estos hipócritas; la gran oportunidad se aproxima con las elecciones municipales venideras, demostremos que es posible cambiar la historia apostando con nuestros votos por personas que cuenten con una determinada solvencia moral y con vocación de servicio. ¡Vamos Paraguay, que se puede!
